imanol querejeta y

javier vizcaíno

J.V.- Sin curiosidad, probablemente no habríamos salido de las cuevas... en el caso de haber llegado hasta allí.

I.Q.- Muy buena reflexión. Todo eso y también que ni, según la Biblia, estaríamos en este mundo tan generoso, humano y bondadoso en el que vivimos si no fuera, dicen, por la exagerada curiosidad de Adán y Eva, que quisieron saber lo que de verdad escondía la fruta prohibida. A mí este pasaje me despierta la curiosidad de saber lo que sería de nosotros si nuestros primeros padres se hubiesen quedado con la duda.

J.V.- Dicen los etólogos, refiriéndose a los animales, que la curiosidad aporta una ventaja de supervivencia a las especies que la manifiestan. ¿También a la especie humana?

I.Q.- Bueno, a veces sí, pero no siempre aporta esa ventaja. La curiosidad muchas veces te lleva a asumir riesgos innecesarios solo por saber lo que hay más allá o por experimentar algo excitante. Hay un documental muy interesante en el que se explica cómo se consigue agua en algunas regiones de África. Se le tiende una trampa a una especie de mono que siempre sabe donde hay agua, secreto que guarda celosamente. El mono muerde el anzuelo por pecar de curioso. En el caso de este documental al mono no le pasa nada más que le hacen conducir al hombre (cómo no) adonde hay agua, pero lo terrible es que usan el mismo método para cazarlo. A la especie humana, que al fin y al cabo parece que desciende del mono, creo que le pasa lo mismo y aunque preferentemente le da esa ventaja de la que hablas, no siempre ocurre así y si no que se lo pregunten a la mujer de Lot (¡Caray, qué bíblico estoy hoy!).

J.V.- Anotaba en la introducción que hay grados. Hay quien no deja de hacer o hacerse preguntas, pero también quien se plantea muy pocas.

I.Q.- Así es. El término bueno a mi entender es el que te hace plantearte justo el número de preguntas adecuado, ni muchas ni pocas. Eso se aprende con la edad y después de haber cobrado unas cuantas collejas, te lo aseguro por experiencia.

J.V.- Supongo que, en el primer caso de la pregunta anterior, es importante poner límites. No podemos llegar a saber todo de todo. Y no siempre las preguntas tienen respuesta.

I.Q.- Eso mismo creo yo. Siempre deben quedar cosas por saber y deseos frustrados, que si no, no toleramos ningún revés o situación adversa y sin ese ejercicio, cuando no tenemos otra elección que hacer frente a esas situaciones, tragamos más saliva de la conveniente y sufrimos de forma innecesaria. Esa condición se ha dado siempre en los niños, pero cada vez se ven más jóvenes y adultos con dificultades para aceptar límites a su necesidad de tenerlo todo.

J.V.- ¿Es inevitable que se pierda con el paso de los años? ¿Cómo mantenerla viva y despierta?

I.Q.- En mi opinión, no. Personalmente, cada día que pasa me gustan más aquellas actividades que he ido cultivando a lo largo de mi vida y que me han dado satisfacciones, porque de un tiempo a esta parte, cada vez que las hago las afronto como si fuese a ser la última vez que las iba a disfrutar. Eso las convierte en experiencias más únicas e irrepetibles de lo que ya las consideraba hasta ahora. Creo que cada día soy más curioso, lo que ocurre es que soy más respetuoso con los que me rodean de lo que era hace unos años.

J.V.- ¿Se puede cultivar o entrenar?

I.Q.- Te acabo de contestar. Como todo, se debe cultivar y entrenar porque en su justa medida, que te decía antes, es un motor del conocimiento y por lo tanto, del saber y del crecimiento personal. No hay que rendirse nunca ante ese obstáculo tan difícil que nos pone la vida que es el paso del tiempo, paso del tiempo que tenemos la responsabilidad de llenar cada uno de nosotros con nuestras habilidades.

J.V.- ¿Se puede transmitir a los demás? ¿Cómo?

I.Q.- Por supuesto. Se hace exponiendo a los demás con entusiasmo lo que consigues gracias a esa cualidad. Hay personas que creen que a partir de ciertos años la vida es un discurrir y no es cierto; se debe disfrutar de todo, el deporte, el aprendizaje, el riesgo controlado, el sexo... que sé yo.

J.V.- En el caso de los niños, que la tienen a raudales, ¿debemos encauzarla? Una vez más, ¿cómo?

I.Q.- Dejándoles que la expresen y estando a su altura a la hora de ir satisfaciéndola. Hay que dejar que pregunten y siempre responder. No siempre lo he conseguido, pero con mis hijas he tratado de satisfacer su curiosidad al mismo tiempo que se la estimulaba. Es uno de los ejercicios más bellos que he desarrollado en mi vida. Espero que ahora que no me cuentan sus curiosidades (faltaría más), apliquen lo que les he querido transmitir porque yo, en mi propia experiencia autoeducativa, me he divertido mucho haciéndolo.

J.V.- Hay también una curiosidad nada sana, la que nos conduce a querer saber cosas que no deberían importarnos y que, desde luego, no nos atañen. Y aquí, repito una de mis frases favoritas: "Quien no sea un poco cotilla que tire la primera piedra".

I.Q.- Sí, pero hay cotillas y cotillas. La información es un valor y muchas veces, un poder real. Lo que ocurre es que hay personas que confunden la información con el chascarrillo y creen que saber cuatro cosas para luego contarlas les da un plus que yo no veo por ningún lado.

J.V.- El éxito de la prensa y los programas televisivos del corazón (o del hígado) depende de ese tipo de curiosidad un tanto morbosa. ¿Nos lo deberíamos hacer mirar?

I.Q.- Con todo respeto, mencionas órganos demasiado nobles para mezclarlos con actividades menos nobles. Sí, estoy contigo en que esos programas dependen de esa curiosidad por lo escabroso y muy personal que, a juzgar por el éxito de los programas, gusta a la gente. También con todo respeto, nos lo debemos mirar porque se está cultivando un hábito muy poco sano que es el de hablar sistemáticamente de los demás y de sus defectos y no de nosotros mismos y de nuestros puntos de mejora.