Llevan cuarenta años trapeando por la vida. Forman parte del paisaje y el paisanaje de nuestra ciudad. Su teléfono es de los más solicitados y hasta un grupo rapero les ha puenteado el nombre. La gente los conoce porque recogen cacharros, falsos ornamentos, chismes viejos, cosas inútiles y residuos acumulados al fervor de una abundancia que toca a su fin. Pero también recogen y acogen vidas y biografías de gente cuarteada por la exclusión y la precariedad. De la suma de todo ello ha surgido un proyecto social sostenible gracias al trabajo alternativo, la solidaridad y la convivencia bien gestionadas. Son los Traperos de Emaús, un movimiento internacional fundado en Francia a mediados del pasado siglo por Abbé Pierre. Su denominación de origen procede de Emaús, un lugar evangélico de Palestina donde una vez, los desesperados encontraron una nueva alegría.
La franquicia navarra de Traperos nació en 1972. Su particular Palestina estaba ubicada en Barañáin, donde malvivía una decena de familias de ciganos portugueses huyendo de la miseria. Un grupo de voluntarios hizo un llamamiento solidario a la sociedad de Pamplona para que allí se construyeran viviendas dignas. Así empezaron a escribir su historia.
Han pasado cuarenta años y los Traperos han crecido mucho. Porque se lo han trabajado, han creído en lo posible y lo imposible y han hecho de la utopía un arma de combate contra esta fétida realidad. Pero sobre todo, han sido fieles a sí mismos. Incluso navegando a barlovento. Hoy son un ejemplo reconocido de empresa solidaria que no sólo proporciona trabajo a 206 personas. Apuestan fuerte por un modelo de vida, de producción, de gestión del trabajo, de organización, de convivencia y de servicio a la comunidad en la que viven. Y con ello afrontan la realidad desafiándola y demostrando que sí es posible vivir y producir de otra manera. No son una ONG al uso perdida en grandilocuencias expresivas de bienhechora intencionalidad teórica. Su solidaridad no es hueca, ni cómoda o aséptica. Es políticamente activa y desafiante. Porque son un equipo de personas que apuesta por ideas fuertes. Con su trabajo diario demuestran que es posible convivir de otra forma en esta época en que vuela el trabajo, los sueldos, la confianza y las seguridades en un tornado de alta intensidad.
Esta gente se resiste a las palabras disecadas. No sólo hablan de solidaridad, la ejercitan a diario. No sólo hablan de trabajo, lo comparten. No son austeros por obligación, sino por convicción. Afirman que la austeridad colectiva les protege mejor ante la crisis. No hablan por hablar; frente a la acumulación proponen una mejor la distribución, y frente a la propiedad de las cosas, una mejor experiencia de ellas. ¿Recetas para tiempos de crisis? Sí, pero sobre todo, maneras de vivir. Felicidades, zorionak.