pamplona - A Francisco Mula Castro se lo tragó la tierra en 1937 y su familia nunca ha sabido donde paran sus restos. Es un exponente más del hacer de los golpistas. Dar visos de legalidad a la detención y perder por el camino al detenido. Las excavaciones de marzo de 2012 en un campo de Lanz, a la altura del desvío de la NA-121-A, fueron infructuosas. No se dio con su paradero pero, en desagravio, su hijo Ricardo Mula Roca, colocó un monolito en su memoria.

Francisco Mula, nacido en Mazarrón (Murcia) era celador de caminos de la Diputación Foral de Navarra y miembro de Izquierda Republicana. “El 25 de enero de 1937 a media noche dos sicarios con uniforme de requeté se lo llevaron de casa, en Mugaire. Mi madre, seguramente presintiendo la tragedia, me envió a recibirlos vestidico de carlista, pero no sirvió de nada. Yo tenía cuatro años pero ese momento quedó grabado en la retina de mis ojos. Mi padre me aupó con sus brazos y me besó con un semblante triste que ha quedado grabado como un flash en mi memoria. No le volví a ver”, lamentaba Ricardo en una entrevista realizada en el campo donde su padre no apareció. Ricardo perdió también a edades tempranas a sus dos hermanos. El mayor se suicidó al verse acorralado por policías de la social en Barcelona desde donde colaboraba con los maquis y el mediano murió trágicamente, desquiciado. Su madre, Concepción Roca Hernández, vivió con la pena de haber quedado viuda, con tres hijos de 4, 7 y 11 años, y desplazada a Catalunya para no ser señalada por la calle.

Hoy Ricardo ha venido a Pamplona desde Barcelona para ver cumplido su otro sueño: asistir al reconocimiento de su padre. Vive con emoción desde hace meses al saber que al menos el nombre de Francisco Mula Castro quedará grabado en una placa y que su paso por este mundo habrá dejado de ser invisible.

La vida de Francisco Mula es equiparable a la de muchas personas que padecieron la mayor de las represalias, la muerte, por sus ideas contrarias a Franco y por defender el régimen político que las urnas otorgaron a la República. Su hijo Ricardo averiguó que, después de ser detenido hasta en tres ocasiones entre julio y septiembre de 1936, encarcelado en la prisión de Pamplona y a punto de ser juzgado por un Consejo de Guerra sumarísimo fechado para el 3 de noviembre de 1936, un tribunal militar de Burgos decretó su libertad y ordenó su no procesamiento. Pero ese no era el destino que le había marcado el franquismo a Francisco. Dos sicarios con uniformes de requeté se lo llevaron de casa y camino de Pamplona lo mataron.