Pamplona - De la mano del Foro Gogoa, el filósofo y y escritor Josep Ramoneda visitó la semana pasada Pamplona para hablar del El nuevo mapa político. Tareas que aguardan a las instituciones y a la ciudadanía.
Estamos ante un final de época. ¿Cómo están ahora el ánimo de la gente y el del filósofo que analiza el momento que viven el mundo y nuestro país?
-Estamos en una situación de tránsito. Eso genera inquietud al ser humano, que es, él también, un ser en tránsito y de una precariedad deslumbrante, una especie de instante en medio del Universo. Nuestro deseo y necesidad de agarrarnos a algunas seguridades son más notables ahora, cuando los mecanismos referenciales se desvanecen. Pero, en realidad, es de esta situación de tránsito de donde puede salir algo nuevo. Intento ver con curiosidad lo que sucede, más allá de los viejos clisés y de las nuevas papanaterías, porque no todo lo nuevo es bueno por el mero hecho de ser nuevo.
Vivimos en medio de una situación convulsa y ante un futuro incierto. La ciudadanía parece harta de corrupción, malestar laboral y social, mala política y falta de diálogo. ¿Para qué pueden servir las cercanas elecciones?
-No hay que esperar de ellas más de lo que pueden dar. El régimen político padece gripe, yo diría que está “agripado”. Las vías se le han ido cerrando y padece una cerrazón grande. Sería necesario que este régimen se abra a una redistribución del poder, que se rompan los muros del bipartidismo, del predominio del poder ejecutivo sobre el judicial, y de este sistema demasiado arropado por las elites financieras, económicas y mediáticas. Irrumpieron, algunas señales de que se podía derribar esta muralla. Dos grupos de origen distinto, como la Asamblea Nacional de Catalunya o el 15-M, aparecieron el mismo año, 2011, con un solo mes de diferencia, y coincidían en reclamar la redistribución del poder. Son los dos grupos que más han puesto en jaque las limitaciones del régimen político vigente. ¿El 20 de diciembre se confirmarán esas expectativas o asistiremos a una enésima frustración? Es probable que se produzca una significativa ruptura del esquema bipartidista pero no hay que esperar una ruptura con el status quo vigente.
Usted repite en comentarios y blog que “si, tras las elecciones, todo se reduce a la renovación de algunas caras, crecerán la frustración política y la desmoralización”. ¿Hasta qué punto?
-Si hay grandes expectativas, la frustración está asegurada. Si los resultados se miden por la medida en que se abra un poco el campo de juego, entonces puede ser otra cosa. Puede que se abran algunas vías y que se rompan algunos monolitismos. Hay que ver cómo reacciona la ciudadanía a las presiones fuertes que va a tener en estas últimas semanas preelectorales. Hay que ver si esa ciudadanía da pistas sobre hasta dónde está dispuesta a llegar. Porque estamos acostumbrados a una gran comodidad. A que las cosas nos salgan gratis. Es muy fácil ser independentista, o radical, si eso me sale gratis.
¿Qué razones explican la resistencia al cambio en los electores?
-Se me ocurren tres más importantes. El fatalismo de la costumbre, eso de “las cosas han sido siempre así”. El sistema clientelar. Y el miedo, hábilmente utilizado por la propaganda y algunos medios de comunicación
Pero, al ir a votar nos preguntamos: ¿dónde está el poder? ¿En Madrid, en Bruselas, o en las corporaciones financieras y transnacionales?
-Lo más grave es que se vino abajo el poder político democrático de los Estados, que han perdido autonomía y capacidad para poner límites al poder globalizado del capitalismo financiero, destructor de los sistemas de gobernanza.
¿Europa se ha convertido en el caballo de Troya del neoliberalismo?
-Cabe ver algunos aspectos positivos. Por ejemplo, Alemania puede ejercer un cierto control sobre toda Europa por la estricta vía de usar su poder económico sin necesidad de desplegar divisiones militares ni campos de concentración, como sucedió en el pasado. Pero no deja de haber una dominación más sutil, más eficaz que la de antes y, en cierto sentido, más difícil de combatir.
¿Cómo recuperar el poder para los que no tienen poder?
-Antes que nada hay que saber que la política tiene mucho que ver con la lucha por el poder, y en esa lucha por el poder no se hacen regalos. Sólo se puede recuperar poder democrático si la ciudadanía está dispuesta a jugar a fondo su carta; porque hay que sumar mucho para poder contrarrestar el enorme poder de unos pocos. Y porque los partidos políticos del establecimiento no tienen en su agenda ninguna vía de insumisión respecto a los poderes económicos, que ahora tienen en sus manos el poder normativo y cultural que determinan el comportamiento de la gente.
¿Hay paralelismo entre la situación política de Catalunya y la de España?
-Catalunya ha anticipado, desde hace diez años, la crisis del sistema político español. La forma que el sistema bipartidista tomó en Catalunya fue el pujolismo, un reparto de poder casi perfecto entre CiU y PSC. Cada uno de estos partidos tenía sus territorios delimitados, con la ventaja de que no necesitaban pelearse, tenían el poder repartido sin necesidad de competir por él. Y no había alternativa, solo alternancia. Eso acabó tras la última “legislatura basura” de Jordi Pujol. En 2003 ese sistema cerrado, ese bipartidismo imperfecto, se rompió por la vía de un multipartidismo de 6 ó 7 partidos todos los cuales, directa o indirectamente, han gobernado después en Catalunya.
-¿Por qué ha crecido tanto el independentismo en Catalunya?
-El independentismo era marginal en el inmediato posfranquismo, no llegaba más allá de un 12%. Especialmente en la derecha catalana y en CiU que negociaba, cómodamente y poniendo precio, quien gobernaría en Madrid. Las cosas empezaron a cambiar al final del pujolismo, cuando en la campaña electoral de 2003 Carod Rovira, de Esquerra Republicana, comenzó a decir: “Yo no soy nacionalista, quiero un Estado propio”. Luego, desde 1975 a aquí, ha sucedido un cambio generacional, con los hijos de un millón y medio de inmigrantes que se han educado en el país y han aceptado para vivir la lengua catalana, que es la que ven que les da status. Han seguido errores con el cierre de puertas al nuevo Estatuto de Autonomía, y a un pacto sobre competencias fiscales para Catalunya. Luego ha habido una aceleración del proceso y un progresivo desplazamiento del eje del independentismo hacia la izquierda. Sin embargo, la realidad objetiva es que, cuando Mariano Rajoy llegó a la Moncloa, el independentismo tenía en torno a un 15-20% de partidarios y ahora, según los resultados de las elecciones del 27 de septiembre, tiene un 48% de adherentes. Alguna responsabilidad debe de tener Rajoy, por su inacción o por interpretar lo que sucede en Catalunya con análisis de tiempos pasados. La política y la sociedad han cambiado mucho.
¿Todavía hay alguna oportunidad para el diálogo y para España como país de países? O ¿es ya demasiado tarde?
-A corto plazo yo no veo otra cosa que un escenario de conllevancia y de mal rollo. Por la inacción de unos y por la aceleración absurda del ritmo de otros se ha llegado a una situación de impasse. La política consiste en tener sentido de la oportunidad y control del tiempo. Al proceso catalán no lo ha controlado nadie.
¿Cómo cree usted que acabará el tema de la investidura en Catalunya?
-Probablemente, en Catalunya habrá necesidad de convocar unas nuevas elecciones en un clima de agotamiento y frustración. Ese pesado desgaste y cansancio podría tener la virtualidad de devolver la atención a la pantalla anterior, es decir a la del referéndum, la del mal llamado derecho a decidir, que es la que realmente tiene un amplísimo consenso en la sociedad catalana.
Las llamadas a la sagrada unidad de la patria española ¿esconden detrás algún proyecto?
-Nada que no supiéramos. El autoritarismo posdemocrático ha sido, desde el primer momento, la línea de actuación del gobierno que preside Mariano Rajoy. Su gobierno, como la mayoría de los gobiernos europeos, ha pensado mucho en el ala derecha de su electorado. Su agenda, como en toda Europa, la ha marcado la extrema derecha. Afortunadamente la sociedad española es suficientemente liberal y desde el propio PP se le ha impedido al gobierno cumplir parte de su agenda, como la modificación de la ley de aborto. Pero ha habido leyes recortadoras de derechos y libertades y un predominio del ejecutivo sobre el poder judicial, poniendo a la justicia a los pies de la fiscalía.
La ley electoral es la que es y, una vez más, la izquierda aparece dividida y con escasa fuerza y capacidad de iniciativa. Usted escribió sobre la izquierda necesaria ¿Dónde están ahora las izquierdas?
-Están divididas y, en parte, eso tiene una cierta lógica. Primero porque las coordenadas del mundo en que vivimos son muy distintas de las de hace treinta años. Ha habido un triunfo hegemónico de las ideologías conservadoras y la izquierda, lejos de reconstruirse, ha optado por el mimetismo. Sorprenden el interés y la prisa con que movimientos como Podemos, que tendría su fuerza en pregonar la ruptura con el status quo, intentan adaptarse a toda velocidad. Hay desorientación y yo creo que la izquierda no tiene en este momento un proyecto político, no ha sabido construirlo, a lo sumo ha sabido seguir expresando una serie de insatisfacciones, y en eso estamos. Esa es la situación en todo el mundo, fruto de la actual relación de fuerzas.
En una economía globalizada y dominada por las finanzas. ¿Conoce usted a alguien que quiera ser empresario?
-Yo creo que alguno sí lo hay, aunque el contexto sea tan difícil. Es verdad que se abren nuevas empresas cada día y que no todo son ejecutivos que se indexan unas retribuciones salariales desorbitadas. Yo creo que esta es una de las cosas que irá a menos por efecto de la crisis. Los salarios de los grandes ejecutivos irán a menos porque son algo demasiado desproporcionado y escandaloso. Las señales de alarma están puestas. Basta ver cualquier fin de semana las ediciones de los grandes diarios internacionales. No hay semana en que no estén planteadas en ellos las cuestiones de la desigualdad y del futuro del trabajo y el empleo. Se saben bien los riesgos que trae consigo ir demasiado lejos en el paradigma de la desigualdad. Todo el mundo va entendiendo que la desigualdad es muy cara.
El empleo, el trabajo y su reparto son otro gran desafío. ¿De dónde puede salir el empleo ahora?
-Para mí este es uno de los temas capitales que ponen en crisis al sistema actual. Este sistema se cae por el eje y no se legitima si no logra que el trabajo garantice a las personas las mínimas condiciones para una vida digna
Es tiempo de hacer política y de participar. Su amigo, el politólogo Joan Subirats, habla de la “coproducción política de la ciudadanía”. ¿Qué puede y debe hacer la gente de a pie?
-Seguro que podemos hacer muchas cosas, aun siendo conscientes de la ambigüedad de los instrumentos de que disponemos. Por ejemplo, las nuevas tecnologías ofrecen potenciales extraordinarios, pero en un doble sentido, de emancipación y de control. La energía nuclear puede iluminar a un precio irrisorio todo el planeta, pero también puede hacerlo estallar. Las opciones de cambio son difíciles y hasta contradictorias: es difícil producir un ataque global contra el capitalismo global. Pero, en cambio, seguro que es posible organizarse de otras maneras, compartir espacios y proyectos que suman. Hay que reabrir y extender la democracia o se avanzará peligrosamente hacia formas de autoritarismo posdemocrático. Es positivo todo aquello que amplíe los hábitos de emancipación.