Han transcurrido seis años desde que comenzó su pesadilla y hoy aún siente temor por las personas que la engañaron y la hicieron viajar a España para ejercer la prostitución. Por eso pide mantener su identidad y su imagen en el anonimato, también en el juzgado, donde ha declarado como testigo protegida contra la red de explotación sexual dirigida por un clan familiar de Paraguay que ha sido recientemente desarticulada por la Policía Nacional. “Me escapé del piso donde me obligaron a prostituirme. No aguanté ni un mes. Aún tengo miedo a que puedan tomar represalias contra mi familia en Paraguay”, confiesa Marisa (nombre ficticio), en presencia del jefe del Grupo de Investigación de la Brigada de Extranjería de la Policía Nacional y de una miembro de una ONG que le ha prestado apoyo.
Marisa viajó a España en 2010 con 18 años de edad. Ni siquiera sabía castellano (en Paraguay hablaba guaraní) y aterrizó en Europa creyendo que ante ella se abría un futuro esperanzador. El cerebro de la red de explotación sexual, Karina Elisabeth Aquino Arca, actualmente en prisión, contactó con ella a través de su madre en Paraguay. “Me propuso venir a España, a Navarra, a trabajar en un restaurante. Me dijo que trabajaría en la cocina. En Paraguay se paga muy poco el trabajo y, como te dicen que aquí se gana bien, la gente tiene ganas de venir a vivir aquí. Mi familia se alegró cuando les dije que venía a España a trabajar en un restaurante”, recuerda echando la vista atrás.
Las gestiones para confeccionar su pasaporte llevaron un mes y, a los pocos días, Marisa se montó en un avión con destino a Sao Paulo (Brasil), donde cogió otro avión que la trasladó hasta París y de ahí voló a Madrid. “Yo viajé a Europa como turista, no tenía que decir que venía a trabajar. Supuestamente venía para hacer turismo durante un mes y tenía billete de ida y vuelta, pero en realidad solo tenía billete de ida. Fueron las instrucciones que me dieron en la agencia de viajes”.
La principal responsable de la red la recogió en Barajas y la montó en un autobús con otra chica, con la que viajó a Pamplona, “a un piso que ella tenía en la calle Serafín Olave”, en el barrio de Iturrama. Al día siguiente, los sueños de Marisa saltaron por los aires. “Karina vino por la mañana y me dijo que tenía que arreglarme, ponerme guapa. Yo no sabía para qué era. Entonces empezaron a llegar los hombres. Ella no me dijo nada, fue la otra chica la que me dijo que eso era lo que había y que, como le debía dinero, tenía que hacerlo. Lloré mucho, no quería salir de la habitación”.
la ‘madame’ que “ordenaba todo” La cabecilla de la red ejercía de madame en aquel piso de Pamplona y también instruía a Marisa y a la otra joven que también era explotada. “Era el tiempo en qué Karina empezó a traer chicas a Navarra. Ella nos presentaba a los clientes, era la que ordenaba todo. Nos enseñaba cómo teníamos que hacerlo, cómo tenía que hacer un masaje con terminación”, recuerda con rabia. “Los clientes se quejaban de mí, decían que yo no sabía hacer nada. Lloré mucho el primer día, el segundo, el tercero...”.
Para poder escapar de aquella tela de araña en la que había caído, Marisa debía pagar 3.000 euros a las personas que la estaban prostituyendo. “Al día siguiente de llegar, Karina me dijo que había hecho cuentas y que le debía 3.000 euros. A mi familia no le conté nada ni pensé en huir, porque no sabía qué hacer. En el piso vivía, dormía, no salía para nada. No quería estar ahí, pero miraba por la ventana y pensaba: ¿dónde me voy si no sé ni dónde estoy?”.
El régimen de explotación incluía un sueldo mensual de 800 euros, con independencia del número de clientes y servicios sexuales que atendiera, y un horario de 9.30 horas de la mañana a 9.30 horas de la noche. “Ella se quedaba todo el dinero, así ganaba más. Por las noches descansábamos y nos levantábamos temprano para limpiar la casa”, comenta Marisa. Además, las chicas eran sometidas a un férreo control. “No podía salir a la calle. Cuando salíamos, siempre era acompañadas y en casa nos dejaban encerradas con llave. Por las noches se quedaba con nosotras el hermano de Karina”.
La joven no aguantó más y, cuando no había transcurrido ni un mes, logró huir. “Nos dejaron solas una noche y no recuerdo cómo, pero salimos de casa. Nos escapamos las dos chicas que estábamos. Uno de los clientes me dijo que tenía un club y me dio su teléfono por si quería trabajar con él. Entonces le llamé. Me dejó una habitación durante un mes, pero no tenía comida ni dinero. Tampoco trabajaba en el club porque yo no sabía trabajar”.
La huida de Marisa tuvo sus consecuencias. “Karina me llamó por teléfono para decirme que le tenía que pagar lo que le debía. Me daba miedo porque me hablaba mal. Le cogí la primera vez porque no sabía su número. Después me mandó a su hermano para amenazarme. Yo tenía mucho miedo, así que le mandé 1.000 euros. No quería ni salir del piso donde vivía. Mi intención siempre ha sido pagarle el dinero que le debía”, asevera. “Ella también llamó a mi madre para decirme que me había escapado, que no le había pagado el dinero que le debía”.
ayuda psicológica Durante los seis años siguientes, Marisa ha permanecido en Navarra y actualmente trabaja como empleada de servicio doméstico. No han sido tiempos fáciles y ha debido recibir tratamiento psicológico para intentar superar la traumática experiencia. “He ido mucho a la psicóloga. Todavía lo tengo presente. No es fácil olvidar estas cosas y aún me da miedo por lo que podría pasarme a mí o a mi familia en Paraguay. Muchas veces he llorado y he pensado por qué me tenía que pasar esto a mí”.
Hace unos meses, la Policía Nacional consiguió identificarla como una de las víctimas de la red de explotación sexual de origen paraguayo que estaba siendo investigada a raíz de la llamada de otra chica al teléfono de Atención a las Víctimas de Trata. En total, fueron detenidas nueve personas en Pamplona y doce chicas han sido identificadas, entre ellas cuatro que han presentado denuncias contra los responsables de la trama. “No quiero que esta gente siga haciendo lo mismo, no quiero que ninguna chica pase por lo que yo he pasado”, asiente Marisa.