Sara Landa ha escrito ‘Cuando el dolor te hace fuerte’ desde el alma, abriendo su corazón y parte de sus entrañas o las ventanas de su alma, exponiendo su intimidad de la que forma parte esa inocencia rota que fueron las noches más oscuras de su infancia y adolescencia. No ha necesitado describir al monstruo (los monstruos) que encarnó los episodios de abuso sexual que le hundieron hasta el abismo.

Desde la dignidad, es capaz de insinuar muchos de esos momentos tabú y conducirnos por una vida marcada por la tortura y la negación sin detenerse en detalles negativos, sin recurrir al morbo. Porque la novela, que en realidad se visualiza como un guión cinematográfico, no pretende recrearse en el dolor ni el sufrimiento. Expone de forma muy clara las secuelas y el trauma de quien ha sufrido violencia sexual en el seno familiar pero muestra a la vez la lucha constante por la superación de una mujer que, ante todo, ama la vida, y la fuerza de voluntad de quien, desde la crisis y el conflicto interior, decide rehacerse a sí misma.

Es el propósito de Sara, hablar de lo que no se habla, poner en valor la importancia de la amistad, de la gente que te enseña a crecer y a vivir sin miedo y sin complejos. También del apoyo de la psicología cuando el cerebro se niega a recordar aquello que mantiene oculto, cuando una se ha sentido avergonzada en su foro interno -cuando no culpable- de lo que le ha sucedido.

Dos días después de que muriera su abuela (2014) presentó la primera edición del libro. “Aunque en un principio pensé en cancelar todo, al final convertí aquella presentación en un homenaje a su figura”. A ella se lo dedica, a la persona a la que más quiso en el mundo y la que más extraña en su vida. El manuscrito tardó más de dos años en ver la luz después de parirlo (2012); fue sometido a muchos filtros, “no quería herir ninguna sensibilidad”.

“Es un libro que trata sobre el abuso infantil, en realidad una retrospectiva de mí misma y de cómo el abuso que yo sufrí por parte de un ser querido, mi abuelo materno, me afectó; los traumas que me generó y hasta donde me llevaron”, resalta Landa. Para quienes han sufrido una experiencia de este tipo el libro tiene un claro mensaje: “El abuso infantil deja grandes secuelas, se necesita ayuda psicológica y mucha, mucha comprensión”.

“Yo llegué a la etapa adulta muy herida porque mis abuelos lo fueron todo para mí. Me criaron desde recién nacida porque mi madre me tuvo con apenas 18 años, madre soltera y tenía que trabajar así que me dejó con sus padres en su domicilio de Burlada”, expone. Pese a todo lo vivido conserva en el disco duro de la memoria el conjunto de su infancia como una etapa “bonita” gracias al “cariño” de su abuela.

“Si ella en algún momento supo lo que estaba ocurriendo, de veras, se lo perdono porque me lo recompensó con creces. Ella me mantuvo como la hermana pequeña de todos mis tíos, sus hijos e hijas, y me hizo sentir como una más”, subraya.

Su vulnerabilidad, falta de autoestima y el machismo imperante en la sociedad –más si cabe hace cuarenta años– convirtieron a una niña herida y que vuelve a la casa materna en una doble víctima. Con apenas nueve años la madre de Sara se juntó con un hombre viudo que tenía cuatro hijos, y uno de ellos “se dio cuenta del problema” que arrastraba y empezó a abusar de Sara. Llega un momento de su vida en que se enfrenta a dos abusadores: el que para ella era como su hermano y su propio abuelo. “Siempre fui carne de cañón, crecí sin orgullo ni dignidad, era un trapo de usar y tirar”.

“Mi abuelo me daba dinero y yo empecé con la droga muy pronto. Empecé a probarlas a los 12 años porque estaba muy perdida y nada tenía sentido para mí. En casa de mi abuelo me dejaba hacer a cambio de dinero. Llegué a un punto que necesitaba tanto dinero que iba a buscar a mi abuelo, sabía qué era lo que tenía que hacer para conseguirlo. Me sentía sucia, culpable y muy vacía, pero era el camino que encontré para sobrevivir”, relata.

El abuso sexual condicionó sus relaciones en toda su adolescencia y una parte importante su vida. “Yo entendía que mi cuerpo era de todo el mundo. ¿Qué límite podía tener si mi abuelo que era mi padre no tenía ninguno? Entendí que mi vida no valía nada, tenía una autoestima muy baja”. En muchas situaciones transmitía esa vulnerabilidad: “Yo consentía esas relaciones, no decía que no, pero luego cuando estaba conmigo misma me sentía tan asquerosa y tan sucia que me empecé a pegar”.

Estuvo convencida que no iba alcanzar los 18 años, “quise quitarme la vida, me intenté suicidar porque me sentía inútil. Vas viviendo la vida y tienes experiencias pero vacías porque en realidad no te valoras, me odiaba. Irme de casa con 16 años y alejarme de aquel entorno me ayudó a dejar el camino de las drogas, ya no me hacían falta para escapar de mi realidad”. expone.

Manipulación psicológica

Su abuelo murió cuando ella tenía 18 años. Pero fue la muerte de su abuela Carmen la que impulsó la verdadera catarsis, supuso el punto de inflexión en la vida de Sara. “Me hizo resituarme, yo no era la hermana de mis tíos, era la sobrina... En realidad no te das cuenta de lo que ha sucedido hasta que eres mucho más mayor... cuando eres más consciente”, explica. Ya de pequeña “comencé a sentirme incómoda con lo que me hacía el abuelo; es entonces cuando él empieza a amenazarme y a decirme que si le cuento a la abuela lo que él hace no me va a querer y tampoco mi madre, que no va a venir a verme... es el manejo psicológico de una niña pequeña. Recuerdo momentos en los que tenía a mi abuela delante y querer decirle que el abuelo me toca... pero tener tanto miedo a la repercusión que terminaba callándome”, expresa con dolor.

El terapeuta

El libro le ha servido de terapia, también le ha hecho más fuerte, supuso “el cierre” de todo lo vivido. ¿Se supera de alguna forma el hecho de haber sido una niña abusada? “De las cosas que te pasan en la infancia aprendes a vivir con ellas, aprendes a ser autodidacta, a reconstruirte; como no lo han hecho tus referentes, tienes que volver a hacerte a ti misma. Llega un momento en el que me dí cuenta de todo el daño que tenía en mi interior y descubrí hasta qué punto estaba herida. Hasta entonces me desmayaba, perdía el conocimiento siendo adolescente. Me hicieron un montón de pruebas neurológicas y descubrieron que no tenía nada, que todo lo que llevaba dentro, en mi psique, lo somatizaba. Tuve suerte porque me encontré con un profesional que me hizo abrirme desde el primer día”. La clave fue descubrir que había sufrido abusos desde los tres hasta los catorce años.

“Aquel encuentro con un profesional me cambió la vida. Me costó mucho soltarme pero de pronto descubrí que tenía una persona con la que podía hablar, que no me juzgaba, no me decía que no llorara, tan sólo me escuchaba”, reitera. “Poco a poco fui encontrando esa voz que tenía, fui encontrando a una mujer muy valiente pero a la que tenía miedo. Miedo porque las dos ocasiones en las que dejé salir mi voz no me vi comprendida”, subraya.

Tenía 12 años la primera vez que habló de ello a una tía. Ella, que también fue objeto de abusos se rompe, empieza a llorar y a gritar. “Mi reacción entonces fue parar esa bola; era mejor no hablar más de ello, era un tema espinoso que volvía loca a la gente!”, admite. La segunda ocasión en la que lo sacó a relucir fue con motivo del funeral de su abuelo. Su tío se queja en ese momento de que el abuelo siempre le había querido más a ella que a él, a lo que Sara le responde que lo que en realidad quiso fue su cuerpo. “También en esta ocasión el tío rompió a llorar y se descompuso de tal modo que decidí enterrar el problema del abuso”, revela. Sara apostó por no volver a hablar de lo ocurrido hasta su reconciliación psicológica.

En su libro se reproducen con nitidez escenas de diván que parecen sacadas de una película, sesiones que terminan siendo determinantes en su desarrollo personal. “Domingo me ayuda a desprenderme de culpas, miedos, vergüenzas.. Me ayuda a escuchar esa vocecita que siempre ha estado en mi interior pero que yo me he empeñado en callar. Quiero escucharme. Quiero conocerme. Ya no tengo miedo, mientras estoy en su consulta me libero. Quiero dejar de castigarme. Las ansias por seguir enfrentándome a todo lo que siento me hace valorar mi propia fuerza personal”, se sincera en el libro en pleno proceso.

Su psicólogo de cabecera supo muy pronto que Sara aprendió a “crecer en silencio, sin ayuda, ocultando todos tus miedos en un baúl cerrado con llave donde – le dijo- acumulaste durante años todas las circunstancias que te hicieron sentir miedo, vergüenza, culpa, angustia...”.

Mi abuelo y mi hermanastro se adueñaron de mi inocencia. Entendí que cualquiera podía hacer lo que quisiera conmigo, no tenía dignidad. Después, pasé de sentirme culpable a víctima pero fue un proceso largo y costo”, reflexiona sobre su evolución.

Sara recuerda muchos episodios de una vida sin control como aquella vez que “conocí durante una noche de fiesta a un chico que no me gustaba nada pero no pude evitar que me sobara todo el cuerpo...”.

Los hitos de su vida encajan perfectamente con esa falta de autoestima pero a la vez el libro refleja bien esa lucha constante de una madre coraje, alegre y optimista, que alcanza la madurez de la vida con una fortaleza que es más que coraza. Una mujer que aprovecha los ángeles que le llegan en el camino, amistades y apoyos sinceros como ocurrió con su psicólogo para tirar hacia adelante.

La actual versión es en realidad la cuarta edición de una misma historia pero con una nueva editorial. Sara (44 años) vive en Burlada con su niña de cinco años. Sus dos primeros hijos de 23 y 22 años trabajan en Málaga. Dos generaciones que pertenecen a dos etapas de su vida diferentes. Hoy, se siente una mujer plena y da charlas relacionadas con el libro y el tema de los abusos sexuales. Cuando ya había agotado la tercera edición de Cuando el dolor te hace fuerte se quedó embarazada de su tercera hija. Pero esa ya es otra historia que aparece en la segunda pa rte de esta autobiografía en la que aborda el tema del acoso laboral.