Antes de sentarse, Mariví Remón acerca una de las patas de la silla contigua a su pierna y deja su bolso. Nació con apenas un 0,1% de resto visual, pero los años han hecho que ahora solo posea un 0,05%. “Es normal, me hago mayor y esto lo sufrimos todos”, bromea. Sin embargo, así como Sófocles otorgó a Tiresias el don de caminar con la verdad, a Mariví le acompaña una palabra: empoderamiento.

En los años 90 ya quiso entrar en ONCE, pero su voluntad se dirigía a otra parte: “No lo conseguí porque en aquellos tiempos la gente solo quería que trabajaras. Y yo quería estudiar. Hice la FP de auxiliar de clínica a la primera y estuve trabajando durante más de cinco años en una residencia de ancianos. Llegó un momento en el que debía hacer una oposición, pero yo no me vi capaz porque en esa época era muy complicado luchar como los demás”. Después, Mariví se afilió a ONCE, donde le ofrecieron la venta del cupón, un oficio al que se ha dedicado durante 25 años. Ahora es presidenta de Amudisna, la asociación de mujeres con discapacidad, una idea que surgió para que quienes vivieran esta realidad pudieran tener un espacio seguro.

“Mi dificultad visual cada vez va peor: ya no me puedo defender mucho (ahora pido más ayuda), pero todavía me puedo mover por referencias. Prefiero que me digan cómo son las mesas de la terraza de un bar antes que el nombre mismo”. Aquellos que padecen una discapacidad visual se guían por las paredes porque indican cómo es la estructura de la calle. “También nos movemos mucho por el ruido”, añade. Chasquea el dedo junto al vaso y explica: “así yo siento que el sonido vuelve rápido hacia mí. Sin embargo (vuelve a chasquear), si lo aparto, se nota que hay más espacio. Los sentidos se desarrollan mucho más. Es lo que tiene la supervivencia”.

A Mariví no le interesa conocer los detalles porque “no es mi realidad. Yo quiero saber los grandes rasgos de las cosas”. Cuando camina por la calle, le acompaña un ritmo inconsciente de lo que le rodea: “Yo no cuento cuántas escaleras hay para subir a un sitio; lo hace mi instinto”, explica. No obstante, ese nuevo sentido que se instaura presta gran atención. “Cuando no controlo un espacio porque no lo conozco, trato de ubicarme. Antes he ajustado la silla para que quedara al lado de mi pie y poder luego salir de aquí con facilidad. Moldeo el mundo a mi manera”, comenta.

Aunque en apariencia esté oculta, la discriminación diaria a las personas con discapacidad es palpable. De hecho, se sufre casi a diario: “La gente no se da cuenta, pero pueden hacer daño”. Recuerda una noche en la que llevaba gafas de sol porque tiene fotofobia: “Entré en una villavesa, le pregunté al chófer qué línea era y me respondió que si hacía mucho sol a las 22.00 horas como para llevar gafas. ¿Eso se debe considerar discriminación? Sí, porque no es violencia, pero yo me sentí intimidada”, asegura. La sociedad actual se caracteriza por una tendencia hacia el individualismo. Tanto es así que el rehuir de la interacción puede ser uno de los desencadenantes de esta discriminación. Una vez Mariví pide la cuenta y pregunta el precio, le dan el ticket sin siquiera mirarle a la cara. No hay respuesta. “Esto es una demostración más de lo que tenemos que vivir”.

Por fortuna, el coraje y la seguridad siempre le han acompañado: “A mí me da igual. Yo sé que no veo y que tengo limitaciones, pero no es justo el trato. Es verdad que hemos mejorado con el tiempo. Antes, cuando se decía que tenías una discapacidad, la gente lo asociaba inmediatamente con tener un retraso mental. Ya no es así. Hay un poco más de conciencia, pero no es suficiente. Y eso es lo que me toca reivindicar ahora”, sentencia.

Uno de sus grandes adversarios es cómo se ha conceptualizado la accesibilidad. “Recuerdo que una vez el Ayuntamiento de Pamplona ofreció una charla con PowerPoint, pero no me pude enterar porque no había nada adaptado a mis dificultades. Enfrentarse a la vida cotidiana es muy difícil si no se flexibilizan los medios para entender la discapacidad”.

La discapacidad no es tan invisible como antes, pero Mariví asegura que en Navarra hay un problema. Así como en Madrid los pasos de cebra están diseñados para producir sonidos y que las personas con dificultades visuales no tengan problemas para cruzar, en Pamplona solo se activan con un mando. Y no siempre se escucha por la contaminación acústica: “Los autobuses urbanos, las marquesinas y los semáforos suenan cuando yo le doy al mando, pero en muchas ocasiones apenas se escucha o el volumen está tan alto que no se entiende. Esto ayuda mucho, pero yo creo que es algo tan próximo que no debería funcionar solo con mando. La accesibilidad tiene que dar un paso más”, comenta.

La violencia no solo es física, también es psicológica. Y quizá es la que más dolor provoca. Mariví Remón, a pesar de su coraje, ha tenido que sufrirla como otras tantas mujeres. “He tenido que escuchar a gente diciéndome que no valgo ni para ser madre o que no sirvo para hacer otras muchas cosas”.

Una mujer con tanta fuerza como Mariví está destinada a ocupar puestos altos y tener grandes éxitos. No solo es presidenta de Amudisna, también es referente del mayor en el consejo territorial de la ONCE en Navarra y, como todo poder, conlleva una gran responsabilidad. “La asociación significa mucho para mí. Me siento responsable de que todo salga adelante (por mí y por mis compañeras) y quiero no fallar a aquellas que han confiado en mí”. Además, uno de sus lemas es que si “yo lo creo, yo lo hago. Quiero demostrar que soy capaz de todo aquello que puedo. Yo lo quiero, yo lo puedo”.

Tal y como reivindica el lema de Amudisna, las mujeres con discapacidad también son personas; de manera que el trato que ellas esperan no debe distanciarse de una realidad cordial insertada en lo cotidiano. La discriminación positiva también es discriminación. “Si yo necesito ayuda, la voy a pedir, aunque me cueste. No necesito que alguien se acerque y me diga ‘cuidado con el escalón’ porque se está coartando que pueda vivir de manera autónoma”, explica. No obstante, Mariví también señala que las personas son muy susceptibles a la irritación y, a pesar de comprender esa circunstancia, quiere luchar por el respeto. “No tengo ningún reparo en pedir, pero muchas veces no se reacciona. Si te pido, por favor, que me digas dónde se me ha caído la moneda, no quiero que me contesten de malas formas diciendo: ‘¿es que no ves?’. No, no veo, por esto te estoy pidiendo ayuda”.

Mariví apoya la mano derecha sobre la silla que antes había acercado. Se levanta y sonríe: “Este sitio ya lo conozco”.