Las olas de calor que se viven en Navarra son cada vez son más intensas, frecuentes y duraderas. Y lo más preocupante es que, lejos de amainar, las prospecciones técnicas advierten de que irán a más. El calentamiento global es una realidad contra la que parece difícil luchar, sin embargo, sí está en nuestra mano adaptarnos y anticiparnos a los efectos nocivos que tienen sobre la salud de las personas y el medio ambiente.
Para ello, el Departamento de Desarrollo Rural y Medio Ambiente del Gobierno foral, a través del proyecto LIFE-IP NAdapt-CC, desarrolla estrategias para adaptar viviendas, espacios públicos o condiciones de trabajo al incremento de las olas de calor. En concreto aboga por impulsar planes públicos de rehabilitación de edificios, regulaciones laborales específicas, protección de población vulnerable o creación de llamados refugios climáticos de zonas verdes o de sombra en los espacios públicos.
Olas de calor más intensas y duraderas
Navarra alcanzó hace dos años las temperaturas más altas desde que existen registros; el pasado año fue el segundo más cálido y las olas de calor de este verano hacen pensar que este año seguirá la misma tónica. Además, las prospecciones técnicas que, con metodología científica, permiten a Navarra proyectar datos a largo plazo predicen que las olas de calor van a ir incrementándose en un 60% durante el próximo medio siglo.
Así, del promedio de 4,1 olas de calor que se prevén padecer cada año en el periodo 2020-2050 pasaremos a vivir 6,7 anuales durante las tres décadas siguientes, mientras que la duración de las mismas aumentará de 6,8 a 9,3 días de altas temperaturas extremas, según un estudio realizado por la agencia Lursarea, adscrita a la sociedad pública Nasuvinsa, en el marco del proyecto europeo LIFE NAdapta.
¿Qué se considera una ola de calor? Aunque no hay consenso ni una definición clara, técnicamente se considera que las olas de calor son episodios meteorológicos extremos asociados a una temperatura elevada, sostenidos durante al menos tres días consecutivos y que pueden prolongarse incluso durante algunas semanas.
4,1 Olas de calor anuales. Del promedio de 4,1 olas de calor que se prevén padecer cada año en el período 2020-2050 pasaremos a 6,7 anuales durante 2050-2080. Su duración aumentará de 6,8 a 9,3 días.
Unas proyecciones que ya se vivieron el año pasado en Navarra cuando se contabilizaron 8 alertas de calor entre julio y agosto, duplicando el promedio previsto para el vigente periodo, y se registraron 24 días sofocantes en los que, según la Aemet, el termómetro alcanzó los 42ºC en la estación del aeropuerto de Noáin.
Ante esta situación, Navarra, a través del proyecto LIFE NAdapta, está midiendo el número, duración e intensidad de las olas de calor que se padecen al año para evaluar la amenaza y el impacto y las medidas de adaptación necesarias para afrontar los efectos del cambio climático. “Las olas cada vez serán más frecuentes, duraderas e intensas lo que no solo conlleva un impacto negativo en el medio ambiente, la economía o la vida cotidiana de la Comunidad Foral, sino también en la salud de sus habitantes, ya que podría aumentar la morbi-mortalidad asociada al calor”, afirma la técnica del Instituto de Salud Pública y Laboral de Navarra (ISPLN) y responsable del área de salud de LIFE NAdapta, Estrella Miquelaiz.
Viviendas y ciudades saludables
El ISPLN ha desarrollado un plan de prevención de los efectos en salud del exceso de temperaturas y de la contaminación del aire en Navarra para concienciar y adoptar medidas. “Debemos construir espacios urbanísticos donde la sociedad pueda resguardarse tanto de las altas temperaturas como de otras condiciones meteorológicas que pongan en riesgo su salud. Hay que planificar ciudades saludables que den una alta prioridad a la salud”, valora Miqueleiz.
Los refugios climáticos son lugares que ofrecen los municipios a su vecindario para poder resgurdarse ante una circunstancia climática extrema. En Navarra ya se han activado algunos ejemplos como un espacio a la sombra de los tilos en la plaza de la localidad de Bidaurreta, la conversión de un solar de cemento en un jardín en Villava, la nueva plaza verde de Arboniés o la apertura de la ermita del Calvario en Cáseda.
En el ámbito de la vivienda, el problema reside en las afecciones negativas que las olas de calor ocasionan a los estándares de confort térmico de las personas, sobre todo, a las mayores de 80 años que viven solas. “Contamos con una sociedad cada vez más envejecida, por lo que la población vulnerable a las altas temperaturas también aumenta”, señala la técnica.
En este contexto, el Gobierno foral intensificó desde 2016 las intervenciones de rehabilitación energética de viviendas y regeneración urbana a escala de barrio, enmarcado por el plan Biziberri. “Con el aumento de las temperaturas, las viviendas, y por tanto sus habitantes, son cada vez más vulnerables y es imprescindible el impulso del sector público para acelerar la rehabilitación energética”, avisa Beatriz San Martín, técnica de Nasuvinsa, entidad pública que ha realizado un visor de vulnerabilidad del parque residencial de la Comunidad Foral, así como una guía de arquitectura, urbanismo y cambio climático.