Un kilómetro en carretera por cada historia que contar. En 2016, la caravana Abriendo Fronteras se configuró como “una forma de reivindicar el derecho de todas las personas a migrar”, explica Antonia Amorena, voluntaria de Zizur. Desde entonces, cientos de personas de todas las comunidades viajan por Europa para denunciar las políticas internacionales en materia de refugio e inmigración, “con un componente feminista, antimilitarista y antifascista”, añade.

En esta ocasión, entre los días 12 y 21 de julio, cuatro autobuses, en los que participaron cinco navarros, realizaron la ruta balcánica hasta Bihac (Bosnia), donde pudieron escuchar los testimonios de Mujeres de Negro de Belgrado, Zagreb y Bosnia. “Se juntaron personas que, por motivos ideológicos o territoriales, estaban enfrentadas. Y se percibió que a pesar de esto había un vínculo muy fuerte que las relacionaba”, rememora Iñigo Subiza, uno de los voluntarios.

La caravana programada para la zona norte salió desde Donostia e Iñigo tuvo que pedir un Blablacar desde Pamplona en pleno apogeo sanferminero. Fue entonces cuando conoció a Carlota Molinero, zaragozana que vive en Pamplona desde hace cuatro años, y descubrieron que no iba a ser el único momento que iban a disfrutar de su compañía en carretera. “Siempre he tenido la ilusión de hacer un voluntariado, pero no encontraba el momento. Cuando llegué y estaban todos, sentí que estaba formando parte de algo”, relata Carlota.

Cada una de las paradas, tal y como afirma Molinero, “tenía un sentido”, pero la circunstancia hizo que cada kilómetro se convirtiera en un instante que recordar durante toda su vida: En Trieste, además de visitar el Centro de Permanencia Temporal de Gradisca, los voluntarios tuvieron la posibilidad de acercarse a la Plaza del Mundo, por donde pasan muchas personas en tránsito. “Vimos a una mujer que fue enfermera que estuvo horas y horas haciéndoles curas en los pies”, asegura. También se le viene a la cabeza cuando hicieron una manifestación en la base de la OTAN en Aviano: “Nos colocamos sobre la hierba y con nuestros cuerpos formamos distintas letras que, si mirabas desde arriba, se podía leer ‘NO NATO’. Es un momento en el que las luchas se unen e impacta”, describe.

Por otro lado, a Iñigo se le eriza la piel cuando recuerda la fuerza con la que Mejra Dautóvic se dirigía al público. “Ella es una mujer que vio cómo violaron 60 veces y asesinaron a su hija y a su hijo lo mataron y se lo llevaron a una fosa común. Estuvo ocho años buscando sus cuerpos hasta que los encontró junto con los restos de otras personas asesinadas. Es muy impactante escuchar cosas así”, cuenta. Asimismo, Iñigo relata con cariño el momento en el que Mejra se abrazó con Socorro Gil Guzmán, que pertenece al colectivo Memoria, Verdad y Justicia de Acapulco y que también es madre de un chico que desapareció hace seis años y que desde entonces lleva buscando en fosas clandestinas. “Todos nos quedamos callados; en ese abrazo se decían muchas cosas”, señala. Y tampoco se olvida de cuando se encontraron con aquellos que habían sido reconocidos como hijos de la guerra. “Nacieron de las violaciones y han pasado 30 años hasta que se les ha visibilizado”.

Al contrario que el resto de voluntarios, Antonia Amorena y Jaime Ibáñez, vecinos de Zizur Mayor, llegaron a Bosnia desde Croacia con su propia furgoneta. “El año pasado la amiga de mi hijo me contó que existía esta caravana que ponía el foco y nos pareció una buena idea participar, pero por mis vacaciones no pudimos ir con el grupo”, comenta. En cuanto a uno de sus momentos favoritos, Antonia también destaca la jornada con Mujeres de Negro, aunque desde otra perspectiva: “Salieron muchos grupos pequeños que ofrecen mucho apoyo a pie de calle; les llevan comida, ropa y, sobre todo, les dan calor humano a unas personas que su único delito es no tener papeles”, reflexiona.

Reflexionar sobre el entorno

Para Antonia, este voluntariado supuso un cambio en su forma de mirar el mundo; ya que estas injusticias no solo se producen internacionalmente, sino que también ocurren “en la puerta de casa, pero se genera mucho rechazo social, pero tenemos que acercarnos a estas personas y perder el miedo a lo desconocido. La caravana te hace pensar mucho en cosas como esta; es una iniciativa emocionante que nos da mucha fuerza para seguir luchando”, asegura. Por otra parte, este viaje le devolvió a Carlota la ilusión de que todavía hay gente que “cree que existe el derecho a luchar y moverse por donde les plazca”.

De igual manera, para Iñigo esta experiencia le ha permitido introducir un compromiso social “que hasta entonces era impensable para mí. Sin embargo, se trata de una realidad que se está imponiendo a pesar de que se quieran silenciar, así que me he querido comprometer de alguna manera con esta lucha. Y ahora llevo en mi mochila una forma de ver el mundo más madura y sensible, y mucho más ojo avizor de los abusos que se sufren”.

Por otro lado, Leire Groven, una de las voluntarias que además colabora en la organización de las caravanas, opina que “vuelves muy revuelta; sobre todo porque mientras nosotros regresamos a nuestras casas, ellos siguen allí, arriesgando sus vidas por tener un hogar”, se compadece. No obstante, todavía queda la esperanza de que, a través de estas acciones, la situación que miles de personas pueda cambiar en algún momento: “La caravana no es un instrumento de denuncia que reclama los derechos humanos de esa gente. Nuestra labor tiene que ser visibilizar esta causa”, finaliza.