En ocasiones, la circunstancia pesa, el cuerpo se encierra y las emociones no tienen salida. Sin embargo, basta con un elemento que altere la rutina para que la vida se desbloquee y ocurran nuevos contextos de aperturismo y bienestar emocional. Bajo esta premisa, nueve estudiantes del Grado Superior en Acondicionamiento Físico de la Escuela Vitae en Huarte –en colaboración con alumnado de Integración Social– llevaron a cabo un proyecto que cumple a rajatabla la expresión latina mens sana in corpore sano. Por medio de tres jornadas desarrolladas en las primeras semanas de mayo –dos en la cárcel de Pamplona (en concreto, en los módulos 3 y 4 de hombres, el módulo de mujeres y el de enfermería) y otra en el Centro de Justicia Juvenil–, el estudiantado ha demostrado que el ejercicio físico no es solo una cuestión de músculo, sino también de vínculo, de escucha y de comunidad.

Todo comenzó a raíz de un ítem que tenían que cumplir en la asignatura de Fitness y que consistía en ir a un centro de Huarte. Pero, de pronto, surgió una pregunta: “¿Y si probamos en la cárcel?”. Al principio, lo vieron como un imposible, pero entre broma y broma se hizo realidad. Y se pusieron manos a la obra; realizaron durante tres meses todo tipo de gestiones –elaborar las actividades, la exposición de contenidos, la comunicación con los centros, etc.– y nacieron los Inclusion Games. “Todo fue una puesta en común entre todos, como una mesa redonda en la que estábamos todos muy conectados y muy implicados para que saliera adelante nuestro proyecto”, explica Urko Hijosa, uno de los alumnos.

Reeducar con el deporte

En lo que respecta a la parte teórica, en la cárcel explicaron las diferencias entre una persona sedentaria y otra activa, hablaron acerca de los hábitos alimentarios saludables y jugaron a una dinámica de “plato ideal. Les dábamos opciones para que completaran un plato con todos los nutrientes”, señala Julen Isturiz, también alumno. Por último, hablaron acerca de cómo trabajar sus emociones. Y llegaron los casos prácticos y los juegos. “Se dieron cuenta de que el deporte es algo que les puede ayudar y creo que ahora saben que disponen de esa herramienta para evadirse de sus problemas”, expresa Alexia De Los Santos. De hecho, consideran que esa liberación les ayudó a calmar muchos de sus pensamientos y puntos negros. “Son personas normales que, aunque en algún momento hayan cometido un delito, no se les puede olvidar y hacer como si no existieran. Debemos ayudarles, reeducarles y demostrar que la sociedad necesita gente como ellos, que demuestre que pueden cambiar. Y creemos que una forma de modificar la conducta es a través del ejercicio físico”, opina Urko.

Los estudiantes posan en el patio de la escuela. Iban Aguinaga

Deshacerse de los estigmas

Al principio, les costó romper el hielo y llegaron con el nerviosismo de no saber cómo iba a ir. “Íbamos con el estigma de que la cárcel se parece a lo que vemos en las series, como si fuera Prison Break, pero nada que ver con la realidad. Son gente muy cercana y predispuesta”, confiesa Julen. De hecho, los presos se reían, les hacían bromas y agradecieron su visita a cada rato. “Nos comentaron que al traerles algo distinto que modificaba su rutina les estábamos haciendo el día más apacible, más digno de recordar”, menciona. Esa respuesta tan positiva provocó que los alumnos se motivaran con su propio proyecto: “Reconforta que hubiera tan buen rollo y fuera tan dinámico”, apunta Iñaki Quintas. “Además, ver que unos chavales de entre 18 y 21 años se acercaban a jugar con ellos y a conocerles un poco les animó mucho porque les llevamos algo diferente. En cuanto a nosotros, creo que ahora tenemos las ideas más claras y hemos roto muchos de los estereotipos que antes teníamos. Tenemos la mente más abierta. Creo que nos hemos beneficiado mucho los unos a los otros”, añade Javier Serna, también alumno.

Un proyecto con estrella

El éxito de este proyecto ha provocado una promesa, la de volver a la cárcel con nuevas actividades. Y también la de imitar esta tarea de cara a los próximos cursos. Mientras tanto, la idea que nació de la colaboración entre nueve alumnosMaría José Escobar, Rebeca San Román, Alexia De Los Santos, Julen Isturiz, Iñaki Quintas, Ibai Moneo, Javier Serna, Urko Hijosa y Julen Zabalza– probará suerte en los Premios de Aprendizaje y Servicio de la RedAPS, cuyo resultado conocerán en septiembre. Pero, con o sin galardón, les quedará siempre la certeza de que aquello que visualizaron como un imposible se convirtió en un regalo para el cuerpo y la mente de unas personas a las que la rutina les pesaba. Y también la estigmatización.