Síguenos en redes sociales:

Rumbos Olvidados: Bulgaria - Turquía, del 28 de mayo al 26 de junio

Hace un mes, quince kilómetros de puerto perlaban nuestras frentes y arrancaban los aplausos de camioneros que esperaban en la frontera de Macedonia con Bulgaria para sellar el pasaporte. La policía fronteriza nos recibe con una sonrisa enorme y su calidez compensa el frío que se cuela por los huecos del cortavientos en una larga bajada hasta Kustendil.

Rumbos Olvidados: Bulgaria - Turquía, del 28 de mayo al 26 de junioXabi Luna

Sin llamar la atención de nadie, nos adentramos por un camino a hurtadillas para acampar junto al río a una etapa de Sofía. Aprendemos de las llegadas a Sarajevo y Podgorica y a cuarenta kilómetros de la gran ciudad entramos en la estación de trenes de Radomir. Bordeamos una caseta de comida en ruinas y necesitamos ir al andén para confirmar que sigue operativa. No es la primera estación que nos encontramos con aspecto abandonado, postnuclear. Tenemos suerte y las bicis son bienvenidas y nos ahorramos el estrés del tráfico y navegar hasta el hotel.

Sofía significa sabiduría, para mi significa historia, desde que salimos de la estación de tren se respiran civilizaciones, con más de 3.000 años de batallas y muchas reconstrucciones. La ciudad supone un parón en nuestro viaje, Sheila tiene que regresar a Pamplona para realizar una oposición si quiere trabajar al finalizar Rumbos Olvidados, yo me quedo una semana viviendo el día de la marmota en un hotel decadente del centro. Un entrada oscura, angosta, con olor a comida y cañerías presagia un cuchitril, pero por suerte en el cuarto piso sin ascensor los olores no son tan intensos y la habitación es aceptable. Desde mi ventana observo el puente de los leones, el pasar infatigable de los tranvías y el sonido de los semáforos que son como grillos urbanos que cantan noche y día.

De Rankovtse a Corum, 880 km

La ciudad tiene más de un millón de habitantes, muchos inmigrantes, cuadrillas de menas caminan sin rumbo fijo por las calles. En el centro los locales de comida emanan olor a kebap que inunda la calle. Turcos, libaneses y asiáticos representan la mayoría de los negocios. Como hace muchos años en España, un tubo blanco, rojo y azul gira marcando la presencia de una barbería, pero aquí proliferan hasta el absurdo, desde debajo de nuestra casa hasta 500 metros más allá contamos más de treinta, está claro que son coquetos, lo que no sabemos es si habrá beneficios. A la puerta del metro y de los hitos turísticos más importantes mendigos solicitan una limosna tirados en el suelo, muchos más de los habituales en una gran ciudad.

A Sofía hay que dedicarle al menos un par de días, simplemente los yacimientos romanos cercanos a Serdica y templos de diferentes religiones que conviven armónicamente es ejemplar, destacando por encima de todos, a mi juicio, la Catedral de Alexander Nevski. Un templo ortodoxo enorme con cúpulas doradas que destellan al atardecer y que al entrar sientes ser parte de la historia. La atmósfera cargada por el humo de las velas, la oscuridad, las pinturas sin restaurar, el deambular de los fieles rezando por la gran sala y la dimensión de los 52 metros de altura te hacen pequeño, en tamaño y en lo que representas para ese edificio en el tiempo. Las caminatas turísticas son agotadoras, y el lugar para calmar el quejido de los pies es el City Garden, el parque donde se ubica el Teatro Nacional Ivan Vazov con aires de templo griego. Lo bonito de ese parque es el rincón donde alrededor de varias mesas de ajedrez se reúnen jugadores locales. Se respira la tensión y los espectadores que rodean cada mesa observan el duelo como si fuera un campeonato mundial. Cada día frente al Palacio presidencial puedes asistir al cambio de guardia, en nuestro caso, asistimos a la recepción de la comitiva vietnamita y el despliegue de cientos de músicos y soldados con la prenda color crema de la guardia real, es una escena que llama la atención y entre nota y nota, se escuchan los clicks de las cámaras que sacan fotos sin parar. Son muchos días y me convierto en parte del paisaje urbano caminando arriba y abajo de las calles centrales. Mis dos oasis son una sala de cine alternativo y dos bibliotecas donde me refugio para que mi cabeza descanse por tratar de comunicarse en otro idioma.

El 6 de junio abandonamos Bulgaria y las únicas vías son una autopista o cruzar a Grecia y recorrerla durante 35 km. Una estancia efímera que suma inesperadamente un país más a nuestro viaje. De alguna manera los paisajes nos transportan a casa, recibimos una gran sonrisa en la frontera y por la hora que es, toca parar a desayunar algo. El lugar es Ormenio, un pequeño pueblo de postal, con su pequeña iglesia, un tractor aparcado junto cientos de cajas para colmenas que dan un toque de color a la escena. La única terraza ya cuenta con parroquianos del café mañanero. ¡¡Kalimera!! Pedimos dos frapés y la presencia de dos ciclistas les saca de su monotonía y Estefanía, la camarera, viene con un pan y dos chocolatinas de regalo. Lo poco que estamos en Grecia ha significado una carga de batería emocional para lo que queda de etapa y para entrar en Turquía, tercer país del día. La entrada es amable, el señor que nos cuña el pasaporte nos enseña como saludar y dar las gracias y entramos en Edirne por barrios periféricos. Carros con burros, casas más humildes y coches más antiguos, en pocos kilómetros hemos viajado en el tiempo.

El contraste es evidente a todos los niveles, y aunque hemos vivido la religión musulmana en los Balcanes, ahora más del 95% la profesa y la vida girará en torno a ello. Justo es la hora del rezo y el altavoz de la mezquita se enciende, un sonido grabado llama a los fieles que dejan sus quehaceres y caminan hacia la mezquita más cercana. El calor aparece en escena sin avisar, en dos días hemos pasado de abrigarnos para llegar a Sofía, a un sol abrasador que nos obliga a meternos bajo la sombra. Paramos a comprar algunas verduras para nuestra primera cena turca. Antes de salir de Edirne tenemos que buscar una tienda de bicis para arreglar el buje y el pedalier, el ajuste en Sofía lo dejó peor. Encontramos un local pequeño, oscuro, lleno de grasa y bicis viejas despedazadas como si fuera la sala de autopsias de un forense. “Marhaba (hola)”, sale Özcan, un señor canoso con un cigarro sempiterno en la boca. Gira la biela y escucha los ruidos de la bici. Tras unos minutos de diagnóstico, desmonta la rueda y la introduce. Sentados afuera, desde en un resquicio de sombra oímos los golpes de martillo, de radial y algún juramento que no entendemos. Al rato sale la rueda sin holgura y sin ruidos. La experiencia es un grado y además barata, nos cobra 5 € y nos desea buen viaje.

El paisaje verde balcánico da paso a uno de tonalidades marrones, donde predominan los campos de cereal a punto de ser cosechados, que sumados al calor endurecen las etapas. El primer día transcurre por carreteras sinuosas, agrícolas, con pequeños pueblos, en los que siempre hay bares con decenas de mesas ocupadas por hombres de cigarro y çay (té), es raro ver a mujeres. Sabíamos de la hospitalidad y generosidad de los países árabes, pero el primer día no conseguimos pagar ni el desayuno, ni el almuerzo y final de etapa, en Kaynarca, nos regalan las ensaladas y los refrescos. No queremos normalizar esos gestos y nos imponemos interiorizarlos y reflexionar sobre ello. Algunos superan tus umbrales de generosidad. La etapa de llegada a Estambul, derretidos por el sol, cansados de arcenes en vías de dos carriles entramos en Büyükyoncalli, compramos una barra de pan por 0,15€ y nos sentamos en la acera, para recuperar el aliento, bajar la temperatura y afrontar lo que nos queda con energía. Mientras untamos el pan con el paté, una mujer nos ve desde la ventana y baja a la calle con un plato lleno de postres caseros, elaborados por ella y nos los ofrece con ternura. Nos habla atropellada, sonriente, en turco, con ganas de explicarnos de qué está hecho cada uno, no sabemos lo que dice, pero le entendemos todo. Le damos un abrazo enorme y seguimos ruta hasta Çerkezcoy desde donde meteremos las bicis en un autobús para llegar hasta el centro de la ciudad.

Puente de Gálata al atardecer, en Estambul.

Estambul, al igual que Sofía, es historia, es imposible escapar al embrujo de su ubicación estratégica y lo que ha supuesto en el tiempo. La llegada es caótica, desde la estación central de autobuses tomamos un metro en un día festivo. El vagón atestado de gente engulle nuestras bicis cargadas con el equipaje y cruzamos el Bósforo por un túnel hasta el lado asiático donde dormiremos cuatro noches para conocer la antigua Constantinopla. Desde el otro lado del Bósforo vemos la silueta de la parte Europea al atardecer. Miles de personas caminan arriba y abajo del paseo marítimo y la masificación nos abruma. En tres días seremos parte de una ciudad con más de tres mil mezquitas, donde también conviven varias religiones y que es un destino turístico marcado en rojo por millones de personas. Al viajar en bici por zonas rurales, el contacto con la cultura es total, con lo que ser parte de un tour urbano para ver los hitos se hace difícil. Estambul es una combinación de una gran tienda de souvenir con la cultura local. Cientos de tranvías recorren sus calles principales transportando turistas hacia los hitos más importantes. En poco tiempo han subido las entradas hasta valores absurdos, pero no puedes irte de la ciudad sin conocer Santa Sofía, aunque te priven de verla desde abajo, lugar reservado para los musulmanes. Al entrar en ella ocurre lo mismo que Alexander Nevski, la atmósfera te evoca el pasado, aquí con la peculiaridad de conservar imágenes cristianas y signos musulmanes. Desde 2020 es mezquita, pero hubo un tiempo que fue iglesia cristiana. El resto del tiempo nos perdemos por sus calles, pero es complicado encontrar ese rincón puramente local. En cada esquina verás gatos, platillos puestos en las ventanas o los portales con agua y comida. Hay cierta obsesión por este animal y por momentos parece que se harán dueños de la ciudad. Para regresar a casa cruzamos el Bósforo, por él navegan miles de ferrys a diario en una coreografía imposible desde los puertos ubicados en varios puntos del lado asiático y europeo. Son veinte minutos, con el sonido de las gaviotas, con una brisa que penetra hasta los huesos y que sopla desde el Mar Negro, hoy mueve las banderas, hace siglos llenaba las velas de los barcos en muchas batallas que han visto estas aguas.

Salir de Estambul es tan complicado como entrar. Adelantamos un día la salida para llegar a Sakarya desde donde queremos arrancar las pedaladas por Anatolia. El destino nos pone en contacto con la asociación ciclista y nos acogen en una casa por donde han pasado cientos de ciclistas que como nosotros se lanzaron a la aventura. Desde ahí tenemos nueve etapas hasta Çorum desde donde escribo este artículo. Lo primero es mentalizarse a que la temperatura superará los 30º de aquí en adelante y acostumbrar al cuerpo a ello. Antes de la primera parada, los paisajes de montañas suaves amabilizan las pedaladas. Por momentos pasamos por pueblitos pequeños con mercadillos locales donde la gente se amontona para comprar la oferta que ha traído un camión itinerante. Es época de sandía y enormes montañas de bolas verdes desaparecen en minutos. Esquivamos Bolu para subir al Göksu park a 1.600 msn, en el alto baja la temperatura y nos da una tregua térmica, pero el precio es un puerto de casi mil metros positivos que nos pone a prueba. Una carretera recorre el parque en el alto de la cordillera. Un asfalto irregular sigue el curso de un riachuelo y miles de personas pasan la tarde con campamentos improvisados en cualquier hueco que aparece en el recorrido. Encontramos un lugar libre done una familia está sentada con sus mantas alrededor de un fuego para calentarse, nos saludan y sin llegar a poner el pie en el suelo para bajar de la bici, nos traen té y algo de comida. Al anochecer nos quedamos solos con el ruido del río, los animales y abrigados para las bajas temperaturas que bajan a los 4º.

Chica vende hachas en Dokurçun.

Bajamos hasta Gerede por una carretera comarcal entre bosques y tratamos de consumir esos paisajes y fijarlos porque pronto entraremos en terreno árido. Tras un día de descanso para abastecernos, nos quedan cuatro etapas muy diferentes hasta Çorum. La primera supone un pequeño infierno inevitable de sesenta kilómetros por autovía y un final por zona rural que compensa el estrés de 35 horas refugiados del tráfico en el arcén. La segunda amanecemos en un laguito con árboles y conforme pasamos altos, dejamos los campos verdes y nos adentramos en un desierto de colinas terrosas desnudas de vegetación. Es una etapa muy dura, con altas temperaturas y grandes desniveles que nos llevan al límite. Como es de esperar, en pueblos tan remotos la llegada de dos ciclistas llama la atención y es inevitable el interrogatorio, solo interrumpido por los silencios para escribir en el traductor del móvil las respuestas. La jornada laboral termina y decenas de tractores circulan por todos los lados. En muchos de los casos son veinteañeros que sacan adelante la dura labor del campo. Un trozo con árboles al lado de la carretera aparece por arte de magia y nos refugiamos en una sombra a 25º, cuando el sol está a punto de caer, el dueño aparece con su tractor y gesticula confuso por nuestra presencia. Le pedimos si es posible acampar, a lo que el no le da importancia, le preocupa nuestra comodidad y nos ofrece refugio en su casa. Con todo montado declinamos la oferta con pena, nos ofrece un melón y una gran sonrisa. Se marcha estrujándome la mano con la suya, poderosa, curtida de un vida de campo. La siguiente etapa el paisaje de nuevo no da tregua y los únicos árboles que vemos a final del día, dan sombra a una mezquita en Sugylan. En un pequeño pueblo donde parece que todo el mundo se ha marchado, la única casa que muestra señales de vida es la de Bayram, el imam. Nos ofrece dormir en la mezquita, una merienda con su familia, la cena y el abrazo espiritual que vale mucho. Tenemos la fortuna de vivir su cultura desde dentro. Dormimos en un altillo oculto por cortinas blancas en la parte trasera. Por las rendijas de la tela cotilleamos y somos parte del rezo de las ocho, de las diez y el de las cuatro de la madrugada. Somos sus invitados y de noche, no encienden las luces para no molestar. No les vemos, pero escuchamos a Bayram rezar durante una hora con los pocos fieles que se han levantado temprano. La oración nos acuna hasta el sueño.

Desde Çorum viajamos cuatro días a Göreme, en plena Capadocia, para dar un poco de descanso al cuerpo y conocer esta zona geológicamente tan peculiar. Si bien es interesante a nivel histórico y paisajístico, el lugar es como una pegatina de Pikachu en un cuadro de Van Gogh, un epicentro turístico lleno de negocios, tour operadores, miles de turistas que se apuntan a todas las actividades disonantes con la cultura. Le sacamos el mayor partido, pero deseamos regresar a nuestra bici y el contacto de la Turquía profunda.

Ya hemos recorrido 2.400 kilómetros rumbo al primer proyecto, felices de lo vivido, de mejorar día a día, pero el objetivo de recaudar para construir los pozos va lento y esperamos que nuestras pedaladas tengan su recompensa en que la gente se anime a apoyar esta hermosa iniciativa.

PARA SABER MÁS

Si queréis seguir este viaje solidario podéis hacerlo en rumbosolvidados.com.

Para colaborar y conocer todos los proyectos que hemos hecho podés entrar en yoslocuento.org

Antínoo

En el 110 d.c. en la ciudad de Bolu, por donde pasamos a mitad de mes, nació Antínoo, veinte años después, en el 130, moría ahogado en el Nilo. Un joven que sin pertenecer a familia de gobernantes o ser un militar de renombre, pasó a la historia. Dicen que el emperador Adriano, siendo Antinoo un niño, se encaprichó de su belleza y formó parte de su séquito en todas sus batallas, como amante. La pederastia en la antigua Grecia estaba normalizada. Su muerte sigue siendo un misterio, asesinato, suicidio, accidente... Lo cierto es que la pena de Adriano le llevó a fundar una ciudad con su nombre, Antinoopolis, acuñar monedas con su perfil, levantar culto a su figura y tallar cientos de esculturas con su retrato, convirtiéndose en paradigma de belleza griega, copiada hasta el Renacimiento.

Genocidio del pueblo armenio

Aunque el término genocidio no fue creado para definir el asesinato de una raza o etnia hasta 1948, ha habido miles en la historia, entre ellos el armenio, que celebra el 24 de abril un fecha negra en su calendario. En el territorio del Imperio otomano había millones de armenios asentados desde el siglo XVI. Es la eterna lucha de la intolerancia, en este caso los musulmanes perseguían y masacraban a los cristianos. Considerados de segunda, sin el disfrute de los mismos derechos, a finales del siglo XIX comenzaron las persecuciones, primero las Matanzas Hamidianas, en 1909 la masacre de Adaná y con la pérdida de territorios del Imperio en suelo europeo, un nacionalismo emergente puso el foco en los armenios y el 24 de abril de 1915 comenzaron deportaciones, torturas, eliminaciones sistemáticas para dejar la cifra en más de un millón de asesinatos. La historia se repitió en Alemania, Ruanda, Birmania, Palestina y se repetirá si seguimos mirando a otro lado.