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DESAYUNOS DNN CON TABERNA
Leticia GarcésPedagoga, orientadora familiar y fundadora de Padres Formados

Desayunos dnn con Taberna: “Educar es acompañar, conocer lo que necesita el cerebro de un niño o adolescente”

Pedagoga con más de 15 años de experiencia orientando a familias, está especializada en Educación Emocional y Parentalidad Positiva. Su labor consiste en asesorar a padres y madres para fortalecer sus competencias parentales

Desayunos dnn: “Educar es acompañar, conocer lo que necesita el cerebro de un niño o adolescente”DIARIO DE NOTICIAS

Leticia Garcés participó en el ciclo Desayunosdnn, donde compartió su experiencia acompañando a familias y docentes para integrar la educación emocional como herramienta clave en la crianza y en el aula.

¿En qué momento descubriste tu vocación por acompañar a padres y docentes en este ámbito?

Me di cuenta a partir de mis propias limitaciones como madre. Con mis hijos aprendí mucho a base de mis errores, de mis dificultades y de buscar por mi cuenta, porque hace 10 o 15 años apenas se hablaba de neurociencia y de educación emocional en España. Esa necesidad personal me llevó a formarme para acompañar mejor a mis hijos, entender sus procesos y los míos. Yo tenía mucha iniciativa y no quería conformarme con lo que había aprendido en la universidad. Mi experiencia en centros de menores en Guatemala me hizo comprender lo que significa la herida emocional y cómo, desde enfoques autoritarios o basados en el premio y el castigo, muchas veces no logramos que los niños se sientan amados, seguros y comprendidos. Con el tiempo, comprendí también la importancia de la ciencia, de revisar nuestra propia historia como hijos y de ofrecer presencia, empatía y límites saludables. De ahí nació Padres Formados.

¿Te resulta difícil aplicar en casa lo mismo que enseñas a familias y educadores?

Creo que lo difícil no es tanto aplicar lo que enseño, sino la actitud y las ganas de aprender. Educar es acompañar, conocer lo que necesita el cerebro de un niño o adolescente y apostar por los buenos tratos. Eso no quita que a veces pierdas los papeles o actúes desde el autoritarismo, pero también forma parte del proceso. Tus emociones son legítimas y, al final, la mayor dificultad aparece cuando arrastras heridas o traumas de tu propia infancia. Por eso educar implica también sanarte a ti mismo para poder acompañar mejor, para poder poner en orden todo lo que están sintiendo nuestros hijos.

¿Te supone un reto equilibrar la vida familiar con tu proyecto y tu propio crecimiento personal?

He tenido la fortuna de haber encontrado una persona maravillosa con la que he compartido esa labor educativa: mi pareja, que también es educador. Llevamos más de 20 años aprendiendo juntos y tratando de dar a nuestros hijos el mejor ejemplo posible, sin buscar la perfección. La crianza también depende de la madurez de cada etapa de la vida y del esfuerzo por entendernos con la persona con la que compartimos ese proyecto familiar. A veces eso implica pedir ayuda, hacer terapia o reconocer que cada uno llega con su propia historia y mochila, y que nuestra tarea es llenar la de nuestros hijos con recursos y aprendizajes valiosos.

La periodista Itxaso Mitxitorena durante la entrevista.

¿Qué pasos puede dar una familia que quiere empezar a educar emocionalmente pero no sabe cómo?

En algunos casos, lo primero que necesitan los padres es un proceso personal, incluso terapéutico, para sanar sus propias heridas. A veces los traumas complejos de la infancia dificultan acompañar a los hijos, porque sus experiencias duelen tanto que uno acaba sobreprotegiéndolos, evitando que se equivoquen o allanándoles el camino para que no sufran. Pero esa actitud, lejos de ayudar, puede impedir que aprendan.

Por eso, muchas personas necesitan primero trabajar lo que llamamos su “niño interior”, es decir, hacerse conscientes de cómo esas vivencias del pasado les están impidiendo ejercer una crianza saludable, coherente con lo que la ciencia recomienda en cada etapa del desarrollo.

Y hay otros que van a agradecer estar en grupos de formación, como 'Padres formados' que nace en 2010. Llevamos 15 años con escuelas de familia, escuelas de padres y madres, grupos formativos. Allí puedes encontrarte con personas que tienen inquietudes o necesidades similares a las tuyas, pero si quieres ese grupo lo que encuentras es información, información con respaldo científico para que tú puedas tomar decisiones.

No se trata de que te digan cómo educar a tu hijo o qué pautas seguir, porque sería un auténtico error. Sí que hay bases, principios y sabemos cuando un niño tiene una rabieta qué es lo que más va a agradecer su cerebro en términos generales, pero luego ese niño tiene un temperamento concreto, que eso es genética.

Se está desarrollando un ambiente específico, el ambiente familiar que tiene su entorno social, tiene una edad, un carácter, unos hermanos que le hacen ser de una manera de otra.

Entonces, cuando tú educas, tienes que conocer qué es lo mejor para ese cerebro en términos generales, pero luego lo tienes que adaptar a ese niño y luego también a ti como persona. También hay que entender que educar es construir una relación. Entonces, para construir esa relación con mi ese vínculo afectivo, hay que crear apegos seguros, hay que tener una comunicación lo más asertiva posible, poder empatizar con ese niño cuando llora para saber qué respuesta es la que necesita en ese momento.

¿Has notado en los últimos años cambios reales en los centros escolares?

Sí, y es algo que me preocupa. No soy la única que percibe las señales de alarma. Siguen existiendo casos de acoso, abuso o ciberbullying. Además, ahora los menores acceden a la pornografía desde muy temprana edad, en torno a los ocho años, y el consumo de redes sociales favorece una sexualidad precoz, sin madurez. Esto ha derivado incluso en abusos entre menores, no solo de adultos hacia niños. Son realidades difíciles de aceptar, pero están presentes. A veces pensamos que “eso no pasa aquí”, que ocurre en otros centros o países, pero es fundamental mantener los ojos abiertos, porque si sucede debemos intervenir de forma rápida y adecuada.

Has mencionado el consumo digital. Tú publicas libros y generas contenido en redes sociales. ¿Qué buscas transmitir en esos formatos?

Mi objetivo es llegar a personas que quizá no leerían un libro, pero sí pueden encontrar útil un contenido en redes. Hoy cada usuario accede a la información que más necesita: educación, recetas, deportes, animales, plantas... Las redes pueden ser un espacio valioso para informarse y aprender, siempre que sepamos qué queremos consumir.

En mi caso, intento transmitir información con respaldo científico en un formato sencillo, fácil de entender, que invite a reflexionar o abra nuevas posibilidades. Suelo basarme en situaciones reales que me comparten las familias. En el centro Padres Formados, por ejemplo, no llegan tanto por problemas graves, sino con el deseo de aprender a gestionar situaciones familiares para las que sienten que les faltan recursos. Allí no trabajamos desde el problema, sino desde la resolución: cómo entender mejor al niño o adolescente y cómo acompañarlo desde el rol de madre o padre.

A veces las familias creen que deben delegar en profesionales porque piensan que no están capacitadas. Pero el mayor vínculo lo tienen los hijos con sus padres, y es con ellos con quienes se sienten seguros. Por eso la clave es capacitar a madres y padres para que, con herramientas sencillas aplicadas en la vida diaria, sean los principales acompañantes de sus hijos.

Con la sobreestimulación que vivimos hoy, ¿te preocupa la saturación de información sobre crianza en redes sociales?

Me preocupa que la crianza se haya vuelto un ABC de consejos y tips, donde los padres buscan pautas concretas sin apoyarse en el sentido común o en bases científicas. Sabemos que los niños necesitan, durante el primer año de vida, apego seguro y desarrollar competencias emocionales como empatía, asertividad y resiliencia, pero muchos padres no saben cómo hacerlo. 

La alexitimia, la dificultad para conectar con las propias emociones, es frecuente y afecta especialmente a algunos adultos que ahora son padres. Esto dificulta acompañar a sus hijos en emociones difíciles, como rabietas o quejas. Cuanto más competentes emocionalmente somos, mejor podemos ayudar a los niños a madurar y gestionar su bienestar.

Entiendo que ese es uno de los desafíos de la crianza. ¿Podrías mencionar algún otro?

Otro gran desafío es el miedo al futuro. Esa idea de: “Uy, si con 5 años es así, ¿cómo será con 15?”. Esa frase, aunque común, no tiene base científica. Que un niño de 5 años tenga rabietas, se frustre o se enfade no significa que con 15 vaya a reaccionar igual, siempre que crezca en un entorno saludable, con límites, con adultos que sirvan de referencia y con buenos ejemplos de comunicación, de gestión emocional y también de algo tan importante como pedir perdón y perdonar.

Cuando un niño o un adolescente se desarrolla en un ambiente donde los padres se esfuerzan, trabajan en dar lo mejor de sí mismos y se relacionan desde el respeto, encontramos chicos de 15 años capaces de autocontrol, de regular sus emociones.

Eso sí, hay que entender cómo funciona el cerebro adolescente. Como explica el biólogo David Bueno en El cerebro adolescente, en esta etapa el joven es más impulsivo, más reactivo, busca placer inmediato y le atrae el riesgo. No suele pensar en las consecuencias, y por eso muchas conductas de consumo comienzan en la adolescencia: es la etapa de mayor vulnerabilidad. El cerebro que regula la reflexión y las decisiones —el lóbulo prefrontal— madura alrededor de los 20 años.

Esto no significa que un adolescente de 15 “no sepa lo que hace”, sino que necesita más que nunca el acompañamiento de los adultos. En cierto modo, los padres se convierten en el prefrontal de sus hijos: el freno que ayuda a reflexionar, valorar opciones y pensar en las consecuencias.

Por eso, el papel de los padres no debe limitarse a regañar o castigar. Su función es ayudar a reflexionar, poner límites claros, acompañar en las consecuencias y estar presentes en ese proceso, aun cuando ellos mismos atraviesen dificultades o pérdidas. Todo forma parte de la convivencia familiar.

¿Cómo te imaginas el futuro de la educación?

Lo imagino entendiendo que la educación emocional es ciencia. No significa “dejar hacer” ni la ausencia de límites, sino estar presentes en la vida del niño, ofreciéndole acompañamiento, corrección y apoyo en el momento en que su cerebro más lo necesita.

Por ejemplo, no me preocupa que un adolescente, en un momento de impulso, robe algo en una tienda, siempre y cuando haya un adulto que intervenga a tiempo: que le haga devolver lo que tomó, que le ayude a reflexionar sobre lo ocurrido y que lo acompañe en esa experiencia. Ese tipo de intervenciones son las que construyen aprendizaje real.

Yo miro el futuro con optimismo, tanto para las familias que hoy están en la etapa infantil como para las que ya tienen adolescentes. Muchos padres piensan: “Si ya tengo un adolescente, ¿está todo perdido?”. La respuesta es no. El cerebro adolescente sigue siendo plástico, moldeable, y atraviesa un proceso clave que se llama poda neuronal. Eso significa que todo lo que no se consolidó del todo en la infancia puede trabajarse y mejorarse en la adolescencia.

Si los padres aprenden nuevas formas de acompañar, ponen límites adecuados y evitan recurrir solo a castigos severos o a la indiferencia, el cerebro del adolescente responderá de manera muy positiva. Incluso los errores cometidos en la infancia pueden transformarse en aprendizajes para educar mejor en esta nueva etapa.

Por eso, el futuro lo imagino optimista. Tenemos más acceso a información que nunca —aunque lo importante no es cuánto sabemos, sino qué ponemos en práctica—. Y con cada paso, con cada límite y acompañamiento, ayudamos a construir adolescentes con cerebros más conectados, capaces de gestionar sus emociones y de afrontar sus tentaciones e impulsividad.

¿Qué mensaje final te gustaría compartir?

Permite que tu hijo se frustre, porque no sufre por ello. Necesitamos que los niños experimenten frustración, siempre acompañados en un entorno seguro, en lugar de evitarles el malestar. Un niño que aprende a frustrarse se convierte en un adolescente que sabe afrontar las dificultades sin sufrir en exceso.