Una tarde que no fue cualquiera, ya preocupados porque los indicios eran serios de que algo no iba bien, porque cada vez Naia respondía más vehemente y agresiva y su carácter no era así, porque había bajado sus calificaciones cuando siempre había sido alumna de sobresaliente, también porque había perdido peso, se había aislado y había dejado a algunas amigas de lado, sus padres entraron en su habitación para ver qué hacía, para darle palique y, sin más, seguirla con atención.

“Ese día me la encontré con la ventana abierta, ella ida totalmente, y sin reacción. La cogí del brazo, la calmé y la metí en la cama. Pero ahí se nos activaron todas las alarmas. No sabíamos lo que ocurría y no lo hemos sabido del todo hasta mucho tiempo después, pero decidimos llevarla al médico y la derivaron a una psicóloga”, recuerda la madre de Naia, del brazo de su hija, una menor que sigue tratamiento psicológico en el instituto Psimae, adonde fue derivada por haber sido víctima de varios delitos de violencia machista y sexuales cuando solo tenía 14 años. Su exnovio, que por entonces sumaba 13, era inimputable a efectos penales. 

“El tiempo con ese chico es como un paréntesis, una nube negra, en la que Naia dejó de ser quien era. Es como un borrón en el que se cruzan muchas emociones, de ira, de rabia, de culpabilidad...”, prosigue su padre, también presente y partícipe en esta charla a cuatro bandas con su hija, de 17 años, y a la que llamaremos Naia para proteger sus datos. “Fue frustrante saber lo que había pasado. Para mí fue muy duro porque yo he sabido lo que eran los malos tratos en mi casa, viví un infierno y, ahora, lo que menos me esperaba es que mi hija fuera a pasar por esto y yo no pudiera hacer nada, ni siquiera darme cuenta”, se resigna la madre. La psicóloga Juana Azcárate, de Psimae, especialista en el tratamiento con víctimas de delitos graves, matiza lo anterior: “Habéis hecho mucho”, les anima a sus padres. “El problema es que nadie espera a una edad tan joven que ocurran estas situaciones de tanta violencia. Pero la habéis acompañado en este peaje, y seguís con ella, eso es crucial porque si no hubiera habido esa buena relación de base entre la familia, el vínculo sería irrecuperable”.

“No concibo no haberme dado cuenta antes. Denuncié cuando vi a otra novia que tuvo en peligro. No lo podía permitir”

Naia - Víctima de violencia machista a los 14 años

Naia estudia 2º de Bachillerato en un instituto cerca de Pamplona. Durante la cuarentena forzada por la pandemia, en 2020, conoció a su exnovio. Empezaron a chatear por Instagram. Repetiremos la edad, por si ustedes leen esto y creen que se trata de una errata, no lo es. Ella, 14 años; él, 13. Tuvieron una relación de 9 meses en la que se dieron, por desgracia, todos los elementos del machismo más cruel y brutal. El prólogo de la historia no dista, sin embargo, ni un ápice apenas de los millones de enamoramientos entre adolescentes. La fascinación del inicio, chateando o por videollamadas, dio paso al encuentro en persona. La burbuja no tardó en romperse.

Comenzó con los rituales de violencia psicológica. Este tipo de machirulos suelen actuar así, repiten patrones, propios de su manada, anulan a las víctimas y las someten. “Al principio me insultaba, me ridiculizaba, me humillaba, me exigía que no comiera ciertas cosas para no engordar... No puedo concebir no haber visto antes esas señales. Llegó el primer empujón, las patadas en la cabeza, la insistencia en que la virginidad solo la podía perder con él... En una ocasión, en el baño de su bajera, me cogió por el cuello y me golpeó contra el lavabo. Me quedé con el labio hinchado. Pero ahí, mi salud me preocupaba cero. No se lo contaba a nadie. Lo ocultaba. Solo me importaba que él supiera que nadie se había enterado. De aquel primer empujón yo pensaba que ya no salía. No me dolió tanto la cara como el corazón, porque yo no podía creer que me pusiera una mano encima”.

“El mejor regalo que hemos tenido ha sido poder tener una relación mucho más sana con nuestra hija. Es una campeona”

Madre de Naia

Además de porque se lo ha escuchado en plena terapia, y también porque lo observa a diario con tipos similares, la psicóloga Juana Azcárate apunta que “cada vez es más típica esa mayor agresividad, esa violencia física que parecía desterrada y propia de otras edades y otras culturas, pero vuelve a estar presente en adolescentes”. “Asusta de este caso que ambos sean tan jóvenes”, añade el padre, que también pide un análisis crítico. “La reflexión social es que nos estamos limitando a tratar los síntomas cuando aparecen pero no hacemos pedagogía para enseñar a las chicas que estas conductas abusivas y de maltrato hay que detectarlas de inmediato y no tener miedo a expresarlas. Si caen dos semanas en las redes de un maltratador, todo es más difícil”. El problema, sentencia ahora la madre, “es que no lo cuentan”. 

Naia tercia para dar con una clave: “Llegó un momento en el que me pegaba porque para él yo no era una persona. Y yo me creí ese discurso. Era como si fuera una parte de él. Normalizaba la violencia”. Así que a los golpes ya relatados, se sucedieron otros más, aún más salvajes, acompañados de violaciones en el baño de la bajera, un hipercontrol de sus redes sociales y de sus movimientos, amistades y comentarios. Y después de las mil hostias, siempre un perdón a destiempo como rutina propia del cobarde. Era cíclico.

Naia, una menor navarra de 17 años, con su psicóloga Juana Azcárate. Iñaki Porto

“Cuando llegué a casa después del empujón contra el lavabo, empecé a ver que aquello no estaba bien. Me dijo que no iba a volver a pasar. Y le creí. Hasta el día siguiente, que volvió a hacer lo mismo o parecido. En una ocasión salí de su bajera a rastras, repleta de sangre, porque me había agredido sexualmente. No me podía ni mover, me desplomaba. Llamé a dos amigas que me sostuvieron y la madre de una de ellas se acercó con el coche para ayudarnos. Yo les negaba todo, les había dicho que me había venido la regla y que me había sentado fatal. Pero sabían lo que pasaba. Entonces, mi amiga le escribió un mensaje y le dijo que fuera la última vez que me hacía algo así. Pues su reacción fue montarme una bronca tremenda, me decía que como le podía contar eso a nadie, que eso solo quedaba entre nosotros”. 

“Ahora tratamos de trabajar su autoestima. Ha estado tanto tiempo recibiendo mensajes dañinos que cuesta hacer que se quiera”

Juana Azcárate (Psimae) - Psicóloga de Naia

Lo que el agresor no sabía era que Naia y sus amigas disponían de un plan para atenuar sus conductas propias de un tipo con esa rabia. Como su control y dominación eran constantes, Naia siempre contaba con una carpeta de fotos de casa para hacerle creer que no pisaba la calle. Si él no se lo creía, no dejaba de llamarla, y entonces ella, a toda prisa, le pedía a su amiga subir a su casa para responder al teléfono y que no se oyera ni un ruido propio del exterior.

Ese grado de violencia tan alta a edades tan jóvenes provoca que la reconstrucción de esas mujeres sea todo un reto. “Están en una etapa en la que fojan su personalidad y hay que darle una vuelta completa a esos mensajes que han ido recibiendo a diario. Cuesta mucho hacerlo. Son mensajes que ellas han integrado y que hay que resetear para introducir otros nuevos y que empiecen a quererse más y a subir su autoestima”.

Cumpleaños y paliza

Naia estaba tan fuera de sí que ni siquiera reflexionó la primera vez que le contaba a alguien lo que le pasaba. “Fue coincidiendo con su cumpleaños. Le hice un regaló que no le gustó y entonces me dio la paliza más grande que me han dado nunca. Fue entonces, al día siguiente, cuando estaba almorzando con un amigo de confianza del instituto, cuando me dio por contarle algún detalle de lo ocurrido. Este amigo se asustó y me dijo que aquello no era normal, pero que tampoco era normal contarlo con la naturaldad que lo hacía. Me dijo, y es literal, que lo contaba como si me comiera un plato de macarrones, como si lo normalizara por completo”. 

“Asusta que sea tan joven. Hay que hacer pedagogía para enseñar a las chicas a detectar este maltrato”

Padre de Naia

La reacción de Naia fue la propia de una víctima vulnerable y confusa. “Me enfadé con él, con mi amigo, porque estaba insultando a mi novio, que era como mi Dios. Eso también me pasaba con mis dos mejores amigas, que ya me advertían de que era un maltratador. Y cuando yo le cuestionaba a él por algo de esto, lo que trataba era de convencerme de que era un enfermo mental. Llegó a decirme que se iba a tomar unas pastillas que le iban a hacer cambiar su cabeza”.

De ahí pasó un par de semanas sin ponerle la mano encima. Una tregua ficticia, hasta que empezó a exigirle a Naia sus cuentas de Instagram. La amenazó si no lo hacía. “Entonces fue cuando mi cabeza hizo un clic y dije que ya no aguantaba más. Cierto es que entonces le dejé y que no le contesté, pero me arrepentí demasiado pronto. Le pedí que volviera conmigo y él no quiso hacerlo porque entonces encontró a otra chica y me dejó en paz. A partir de ahí me bloqueó y le bloqueé”.

Es obvio pensar que después del daño causado, de que le bombardearan tantos puentes vitales y le tocara sobrevivir a barbaridades, para Naia no fuera tan sencillo remontar el día después. “Estuve con muchas crisis de ansiedad, incluso me preguntaba si realmente había sido víctima de un maltratador y le seguía excusando”. 

Su madre rehace aquel camino. Acudieron al Servicio Municipal de Atención a la Mujer. Pero Naia estaba fatal por entonces. “Y no podíamos forzar una denuncia. Iba a ser peor. No podía ni siquiera escribir una carta contando por lo que había pasado. Lloraba a todas horas”. Sin embargo, de la manera más remota, la joven encontró el muelle en el que coger impulso. Lo hizo a raíz de conocer a la siguiente chica con la que su exnovio maltratador había iniciado una relación. “Hicimos amistad porque nos conocíamos de antes. Mi intención solo era advertirla de que tuviera cuidado. Tampoco le conté demasiadas cosas. Pero empecé a ver en ella cosas que me recordaban a mí. Eliminaba los mensajes nada más enviarlos. Me decía que borrara nuestras comunicaciones porque el otro se podía enfadar. Veía cosas que me recordaban mucho. Ella cortó la relación un tiempo, pero volvió y, a raíz de esa vuelta, Naia dijo que por ese aro ya no pasaba. Acudió con sus padres a la Policía Foral y lo contó todo. Hasta entonces sus progenitores solo sabían pinceladas de un cuadro con tantos manchones que habían tapado el lienzo. 

El hecho detonante

Pero fue a raíz de ese noviazgo con otra menor cuando Naia dio el paso. “No podía permitir que hubiera otra chica en riesgo”, se sincera. Y acertó. De hecho, su madre contacta con la madre de la otra menor, le alertó de ciertas situaciones, y aquel noviazgo también acabó en el juzgado de Menores y esta vez condenado. Con Naia no pudo ni siquiera haber una sentencia porque el chaval no tenía entonces los 14 años, la edad mínima que fija la imputabilidad de una persona. “Es el típico muchacho que de aquí a unos años va a hacer cosas muy graves, es de lo que nos advirtió un policía foral”, evoca el padre. Naia se ha encontrado a su agresor en discotecas y en Sanfermines. Apenas ha habido contacto entre ellos. Ella ya sabe cómo reaccionar y si se siente intimidada contacta con alguien de seguridad o con la Policía. Y él debería andarse con ojo y respetar los alejamientos, no sea que vaya cumpliendo años y la Justicia se asevere con él. Naia tiene ahora un amor de los buenos y una vida que ir perfilando con toda esa carga que ha pasado. “Ese es el reto”, avisa Juana. “Que se siga queriendo y crezca su estima”. Sus padres se enorgullecen de la valentía de su hija. “Si de algo ha servido este infierno es para tener más complicidad entre los tres, una relación más sana”. Y elogian también a los profesionales que se han encontrado en tan duro camino. “No fue nada fácil denunciar. Naia tenía que estar preparada para hacerlo. Pero una vez que dimos el paso, nos hemos encontrado una red que nos ha acogido y nos ha ayudado, sobre todo a ella, a salir adelante”. Queda camino por hacer, pero cada vez hay menos piedra que lo entorpezca.