En Navidad, Navarra se transforma en un auténtico paraíso dulce. Las casas y los obradores se llenan de aromas de almendra, canela, mazapán y turrón, mientras los roscos de Reyes, los bombones y las trenzas del Reyno ocupan un lugar privilegiado en la mesa. Pero detrás de cada bocado festivo, se esconde un legado de siglos: un recetario tradicional que ha transmitido de generación en generación la riqueza gastronómica de la región.

Los dulces navarros van mucho más allá de la Navidad. La cuajada, preparada con leche de oveja de los prados del valle de Ultzama, conserva su sabor ahumado característico gracias al método tradicional con piedras o hierro al rojo y cuajo, antes derivado del estómago de cordero. Junto a ella, clásicos como la costrada de Aoiz, el arroz con leche, las tortas de txantxigorri, la pantxineta, la leche frita, los canutillos rellenos de crema o la sopa cana de Peralta muestran la diversidad del recetario dulce navarro.

Dulces típicos

Otros postres, como las rocas del Puy, la goxua, el muxu goxo, y la amplia variedad de quesos acompañados de dulce de membrillo y nueces, completan cualquier comida con un toque de prestigio. Y a la hora de celebrar, nada mejor que acompañarlos de una copa de pacharán navarro o de moscatel de vendimia tardía, potenciando los sabores y prolongando la sobremesa.

La Navidad, sin embargo, trae consigo una dulcería propia de la festividad. Los turrones blandos o crujientes, el mazapán moldeado en figuras, los roscos de Reyes con frutas confitadas y sorpresas ocultas, o los bizcochos esponjosos como el panettone, se convierten en protagonistas de la mesa, mientras las galletas de jengibre, decoradas con formas navideñas, invitan a preparar y compartir momentos en familia.

Pastelerías y obradores mantienen viva esta tradición, elaborando bollería, pastas, bombones, trufas y tartas, así como polvorones artesanos, que aportan un matiz de exclusividad a cualquier celebración social. Entre lo clásico y lo moderno, la repostería navarra logra unir generaciones, convertir la sobremesa en un ritual de unión y transformar cada bocado en una experiencia que celebra la tierra, la historia y la Navidad.