Dicen que el otoño es la estación de la melancolía, del recordar el pasado brillante del verano y de esperar que llegue el invierno que nos encierre en nosotros mismos. Por eso quizá sea la mejor época para conocer esos rincones que por azares de la vida han quedado despoblados pero siguen presentes como memoria de lo que alguna vez fueron y esperan a que quizá el invierno pase de largo. Uno de estos despoblados, quizá uno de los más bonitos que se pueden visitar está en La Rioja.

En la sierra de Préjamo, casi en la muga entre La Rioja y Navarra, se alza en un alto las antiguas casas del pueblo de Turruncún. Desde 1975, cuando ya se encontraba oficialmente deshabitado, pertenece al municipio de Arnedo. Las paredes de sus casas siguen en su sitio a pesar de que son muchos los tejados que se han hundido y la vegetación las va cubriendo poco a poco. Su principal símbolos es la torre de su iglesia, la de Santa María, que se mantiene erguida dominando un paisaje que muchos senderistas recorren para disfrutar de un entorno espectacular en esta comarca de La Rioja Baja.

La torre de la iglesia se mantiene en pie recordando a quienes por allí pasen que no hace mucho allí había vida. Pigmento Azul

Una desaparición anunciada

El final de Turruncún es muy parecido al de muchos otros pueblos de la España vaciada. Con 300 habitantes a comienzos del siglo XX, además de la ganadería y la agricultura, su principal fuente de riqueza eran las cercanas minas de carbón. Pero como ocurre con estas pequeñas explotaciones, cuando se agotan o se cierran, la economía de la zona decae y comienza un declive difícil de superar.

A pesar de no contar nunca con electricidad o agua corriente, sus vecinos nunca abandonaron la esperanza de un futuro y en 1965 se inauguró el que sería el último edificio construido del Turruncún, la nueva escuela. Queda en la memoria de sus últimos vecinos la señorita Tomy, la primera profesora de esa escuela. Pero la decadencia del pueblo ya era casi irreversible y muchos vecinos marchaban hacia otras ciudades en busca de un futuro un poco más prometedor y pronto la escuela se quedó sin alumnos. De la profesora a la que le tocó cerrar el colegio nadie recuerda su nombre.

Al parecer, aunque oficialmente quedó desierto en la década de los años 70, algunos casas sirvieron de refugio a vecinos fantasma. Los tres últimos habitantes oficiales fueron un anciano de 85 años que vivió allí todas su vida, un pastor que guardaba y apacentaba sus ovejas en la sierra que rodea el pueblo y un joven que en esa época fue catalogado como hippie que intentó fundar una comuna para vivir en contacto con la naturaleza pero que no llegó a cuajar.

Para quienes ahora la visitan, lo más impresionante sigue siendo su vieja iglesia, que aún conserva su inconfundible estilo mudéjar, que ya parece observar a los que se van acercando por la carretera o por los diversos senderos que hasta ella ascienden.

Si se llega con hambre y sed, en la parte trasera de Turruncún hay todavía lo que parece ser un área recreativa que todavía conserva unas barbacoas y desde las que se pueden disfrutar de una magnífica vista de la sierra y de la llanada que lleva a Arnedo.

Origen y leyendas

Como muchos pueblos abandonados, cuenta con sus propios misterios y leyendas, algunas con base reales, como las derivadas del terremoto de 1929, del que fue el epicentro y su magnitud fue de 5,1, Es uno de los más potentes que ha habido en esta zona y arrasó con numerosas casas del casco urbano. Otras tienen su origen en la imaginación colectiva.

Una de las más conocidas hace referencia al origen del nombre: Turruncún. Se cuenta la curiosa historia, cuando los primeros vecinos se asentaron en este cerro, a la sombra de la peña Isasa, subieron a este pico para decidir el nombre. Tras un rato largo de discusión sin acuerdo, uno de ellos, una mujer dicen, lanzó un piedra por la ladera al grito de "que lo diga la piedra". En los tramos por lo que rodaba la piedra sonaba turrún y en los que rebotaba se oía cun y con Turruncún se quedaron. Sin embargo, estudios lingüísticos sobre toponimia explican que el origen del nombre está en la palabra iturri, que en euskera significa fuente. No es el único término con este origen de La Rioja.

La peña Isasa observa la decadencia de Turrumcún. Pigmento Azul

Más oscuras son las historia que se recrean en los restos óseos que se ven en el suelo de la igleisa y que el tiempo y algunos humanos parecen haber desenterrado. No es de extrañar que en el momento abandonar el pueblo, algunos vecinos quisieran que sus familiares enterrados en el interior del templo reposaran más cerca, en algún cementerio en funcionamiento y se los llevaran. Pero lo que quedó ha dado alas a mentes más imaginativas.