Dice que “el centro internacional CINET busca promover el diálogo interdisciplinar entre la neurociencia de vanguardia, la psicología y las humanidades, para impulsar la comprensión integral del cerebro y las cuestiones éticas derivadas de la misma”. El CINET está arropado por un plantel de investigadores en diversas disciplinas: neurociencia, psiquiatría, filosofía, ética y derecho, que forman parte de dos consejos asesores, uno nacional y otro internacional. Entre los expertos hay neurocientíficos como Rafael Yuste, director del Centro de Neurotecnología en la Universidad de Columbia, o Jorge Sepulcre, de la Universidad de Harvard, pero también importantes filósofos como el alemán Markus Gabriel, de la Universidad de Bonn, o Alva Noë, de la Universidad de Berkeley.

Y sobre todo, hay perfiles interdisciplinares como Georg Northoff, neurocientífico y filósofo del Canada Research Chair for Mind, Brain Imaging, and Neuroethics; Thomas Fuch, psiquiatra y filósofo de la Universidad de Heidelberg; o Marya Schechtman, profesora de Filosofía y miembro del Laboratorio de Neurociencia Integrativa de la Universidad de Illinois, en Chicago.

“La integración de información estructural, funcional, genómica, metabolómica o proteómica en la próxima década va a sorprender por su altísima resolución en todas las escalas espaciales y temporales mensurables del cerebro, después de haber sido una tarea pendiente durante muchos años. Gracias a este cruce de caminos entre conectómica y multiómicas ya se empieza a atisbar cómo las redes cerebrales se interconectan entre sí y cuáles son las bases biológicas de esa organización de circuitos. Y lo que es más importante, cuáles son sus vulnerabilidades en las enfermedades neurodegenerativas”, especifica Sepulcre.

Un neurocientífico tiene que conocer los componentes del cerebro, ¿pero lo más importante no es conocer las conexiones entre estos componentes? ¿A qué nivel está la ciencia desde este punto de vista?

Mi especialidad a nivel de investigación ha sido lo que llamamos la conectómica, el estudio de las redes cerebrales a nivel de sistema. Lo que nosotros queremos ver es el cerebro en su globalidad, e intentar capturar todas las conexiones posibles de las diferentes partes del cerebro. Al final, lo que hacemos es estudiar grandes redes de miles y miles de nodos y con millones de conexiones, y en esto hemos avanzado muchísimo. De hecho, es una disciplina que tiene como diez años y hemos ido investigando y obteniendo descubrimientos que me parecen fascinantes.

Estamos viviendo más y la expectativa es que la vida siga alargándose, pero nos acechan múltiples patologías neurológicas: ELA, Alzheimer, Parkinson, Ataxia de Friedreich, Huntington... ¿La neurociencia está en disposición de adelantar fechas para doblegar a estas enfermedades?

La realidad, hoy en día, es que de muchas de estas grandes patologías degenerativas no conocemos la causa, y es duro reconocerlo. Hay un porcentaje pequeñito de casos en los que sí sabemos que existe una mutación genética muy concreta, bien a nivel familiar, etc., pero en la gran mayoría siguen siendo un enigma. Es bueno reconocerlo, porque nos da esa motivación para seguir luchando. Entiendo que se quieran ofrecer noticias esperanzadoras, dando la apariencia de que todos los días estamos curando el Alzheimer, pero la realidad es que estamos ante un gran desafío aún por resolver. La neurociencia de hoy está ante el gran reto de integrar el conocimiento para que entre todos ayudemos a identificar las causas de esas enfermedades. Es cierto que hoy estamos haciendo avances que hasta hace bien poco eran inimaginables, pero nos queda mucho camino por recorrer.

El cerebro controla las funciones vegetativas, pero también los sentimientos. ¿A través de las genómicas y las proteómicas podremos dominar los sentimientos, las emociones?

Nosotros utilizamos las conectómicas, las redes cerebrales y su identificación, tanto en condiciones fisiológicas normales como patológicas. Y cuando lo hacemos en condiciones fisiológicas también somos capaces de incorporar información genética, y en consecuencia, información proteómica. Esto sí que es nuevo: desde hace poquitos años podemos ponerlo todo en el mismo espacio, podemos coger una red cerebral global e investigar su genética, su proteómica, las grandes ómicas y podremos incorporar e integrarlas todas. Esto nos permite dar un salto cualitativo impresionante. Podremos ver cómo esas redes tienen vulnerabilidades o asociaciones y características biológicas que se pueden asociar a lo que uno está interesado. Yo, por ejemplo, siempre me he dedicado más al campo de Alzheimer, pero es evidente que las redes cerebrales tienen características moleculares que les hacen estar más relacionadas con un dominio cognitivo mental que con otros. Y es increíble poder desentrañar todos estos procesos cerebrales.

¿Cómo podremos interactuar o intervenir en esos procesos cerebrales, con sustancias químicas o con tratamientos terapéuticos eléctricos o combinando ambos? A nivel de las emociones, sobre todo.

En realidad, cuando aparece un trastorno emocional la neurociencia hoy está básicamente probando las dos vías. Se desarrollan fármacos y también se intenta estimular de forma externa para ver si el cerebro puede reequilibrarse. Creo que ambas son válidas. En mi laboratorio utilizamos más las vías de desarrollo de fármacos y lo hacemos concretamente para todo lo relacionado con el Alzheimer. Otros laboratorios lo hacen también para la estimulación.

Si la neurociencia facilita el conocimiento de las conexiones neuronales, podría llevarse ese conocimiento a robots con sentimientos o con capacidad de manifestación emocional...

Siento desilusionar a muchos visionarios, pero mi opinión es que no. No es que estemos lejos, sino a años luz, y probablemente vaya a ser imposible, porque el cerebro es un órgano vivo, un órgano cambiante y plástico. Los ordenadores, aunque tengan un hardware y puedan hacer bien las cosas, no son un alguien creándose a sí mismo. Es como si tuvieras un GPS y aparte de darte la ruta te hiciera una carretera nueva; esa es la gran diferencia. El cerebro sí puede hacer eso, esta en continuo cambio plástico. Los ordenadores, aunque tengamos mecanismos para otras cosas, no tienen esas funciones. El cerebro es infinitamente más complejo, más exacto, que un ordenador. Para que lleguemos a poder construir una mente humana fuera del cerebro deberíamos ser capaces de formalizar en algoritmos qué es un sentimiento, un pensamiento o una emoción en línea de código, y creo que es imposible.

¿No da miedo descubrir que comportamientos humanos como la empatía o las emociones podrían llegar a ser meras interacciones con intercambios electroquímicos neuronales?

Soy neurocientífico empírico. La respuesta es fácil. Todo lo que experimentamos a nivel elemental debe de tener una base cerebral, pero que se pueda entender desde los neurotransmisores, no lo sé.

La biología estudia la etología y la filosofía la ética. Como neurocientífico, ¿cree que ambas disciplinas puedan dejar de ser diferenciables?

La relación entre las humanidades y el cerebro está ahí. Ha estado siempre, porque la parte cognitiva, emocional, la que se pregunta la sociedad sobre lo que significa el cerebro y parte de lo que somos… eso siempre ha interesado a la neurociencia. Nosotros siempre nos hemos inspirado en muchas de las preguntas que venían de las humanidades. Y luego, al revés, la neurociencia genera datos y evidencias que muchos humanistas, filósofos o divulgadores luego interpretan e incluso pueden explicarlo mejor que nosotros, porque al final nosotros trabajamos en algo muy científico y ellos tienen más libertad para ver las consecuencias o las relaciones. Es una interacción tan importante como necesaria.

El cerebro es la última frontera del conocimiento anatómico y fisiológico, el gran desconocido hasta hace poco. ¿El reto es conocer cómo funciona de manera integrada en el ser humano? ¿A qué nivel de conocimiento estamos?

La pregunta es la clave de cómo estamos en la neurociencia. Para mí, el estudio del cerebro humano es un problema de integración. Tenemos cantidad de información de psiquiatras, neurólogos, biólogos, psicólogos… y todo ese conocimiento que se deriva de esas disciplinas debería de converger en sitios comunes para entender el cerebro, y con la conectómica para entender todas esas infinitas conexiones que existen a nivel empírico. La palabra clave en neurociencia es la integración.

Y si conociéramos todo el cerebro, ¿podríamos controlar nuestro comportamiento?

Sí. Si conociéramos todas las conexiones, sí, pero el cerebro tiene una gran capacidad plástica y cambia de momento a momento. Tener el conocimiento de tu cerebro en cada estado implicaría una información tan brutal que sería muy complicado, pero si pudiésemos a nivel teórico poder resolver todas esas variables, claro que sí podríamos inducir cambios.

Somos los que damos a las máquinas la inteligencia. ¿No podremos hacer máquinas con sentimientos?

Las personas tendemos a pensar que las posibilidades de los que codifican y hacen algoritmos es algo como milagroso. Si uno pregunta a la gente que hace inteligencia artificial sabe perfectamente las limitaciones que tiene; nadie podrá decir por supuesto que las máquinas tendrán sentimientos y emociones, porque hoy en día eso no se puede codificar. No quiero ser aguafiestas, pero aunque los ordenadores y la inteligencia artificial nos vayan a dar alegrías maravillosas como herramientas, nunca van a tener sentimientos ni conciencia.

PERSONAL

Nacimiento: Elche (Alicante), 1976.

Formación académica: Tras completar su doctorado en la Universidad de Navarra se trasladó a Harvard para continuar su investigación en Neurociencia y enfermedades neurodegenerativas.

Actividad laboral: Es director del laboratorio en el Gordon Center for Medical Imaging en el Massachusetts General Hospital de Boston y profesor asociado en la Facultad de Medicina de la Universidad. Es Miembro del Consejo Asesor Internacional del Centro Internacional de Neurociencia y Ética (CINET).

Contribuciones científicas: Es conocido por el desarrollo de enfoques conectómicos de vanguardia para la investigación del cerebro humano. El trabajo de Sepulcre ha sido financiado por The National Institute-Instituto Nacional sobre el Envejecimiento, Instituto Nacional de Bioingeniería e Imágenes Biomédicas y la Alzheimer’s Association, con sede en Chicago.