Nadie duda de que la televisión le ha dado una fama inmensa, pero lo cierto es que pepe rodríguez es mucho más que uno de los miembros del jurado de 'Masterchef'. Su larga trayectoria al frente del restaurante El bohío en Illescas (Toledo) dice mucho de él.

Raro es el día en el que en la agenda de Pepe Rodríguez aparece una página en blanco. Disfrutar con su mujer y sus tres hijos, capitanear el restaurante El Bohío, grabar Masterchef y atender todo tipo de compromisos publicitarios marcan el ritmo de su día a día. Recientemente visitó el híper E. Leclerc Pamplona para promocionar el lanzamiento de la nueva colección de sartenes de una marca de la que es imagen, y pudimos charlar con él. Como pasa con cualquier personaje televisivo, su cara se hace familiar para todos aquellos seguidores de la programación. Eso sí, aunque en televisión siempre viste de negro, en la realidad tiene un aire más juvenil, y sorprende a más de uno con sus pantalones de cuadros y sus zapatillas deportivas.

La suya es una historia que se escucha muchas veces en el mundo de la alta gastronomía: de pequeño no le gustaba mucho estudiar, sus padres le metieron en el negocio familiar y de repente descubrió su gran pasión.

Tampoco era mal estudiante, pero no me enganché a los estudios porque no veía nada clara una salida. Aun así, nunca pensé que acabaría en una cocina. Aunque lo había visto en mi casa toda la vida, porque mi abuela y mi madre eran cocineras, a mí no me gustaba. Eso sí, mi padre me lo puso fácil y en cuanto me metí en la cocina él dio un paso para atrás.

Pero una cosa es entrar en la cocina y otra convertirse en un chef con estrella Michelin.

Empecé de camarero, luego entré en la cocina y aquello me enganchó tanto que empecé a echarle mil horas y toda la pasión del mundo. Quizá eso es lo que te hace más virtuoso, dedicarle horas y horas.

Usted no estaba solo, y junto con su hermano se turnaban para atender la barra y la cocina.

Al principio un día cocinaba yo y otro mi hermano. Nos turnábamos hasta que un día dije: Ya me quedo yo, y hasta ahora. Sin ser consciente fue la decisión más importante de mi vida.

Su restaurante El Bohío tiene una historia larguísima: data de 1934 y han pasado por él tres generaciones, que se dice pronto.

Sí, es cierto, pero es algo que no pienso mucho, porque me gusta más mirar hacia delante que hacia atrás. Pero sí, aquello que empezó con mi abuela, su hermana y su marido, después con mi madre, y ahora con nosotros sigue en pie, con el mismo nombre y con otra historia, porque no puede ser la misma que hace 90 años, claro.

Su infancia transcurrió en gran parte en aquel bar familiar, haciendo la tarea sobre la barra, echando una mano de vez en cuando...

Era otra época, pero sí, recuerdo cuando los sábados a las tres y media o cuatro de la tarde estaba viendo Mazinger Z y mi padre me llamaba para que fuera a echar una mano. Aquello me traumatizó. Es algo que nunca he hecho a mis hijos, y no digo que sea ni bueno ni malo, pero ellos no viven en el restaurante como era mi caso, que vivíamos encima. Nosotros pasábamos cada día por la puerta de la barra, por el comedor... Era otra historia. Mis hijos viven a dos kilómetros del restaurante y ni se enteran. Escuchan los problemas un poco de largo, pero nada más. Yo lo viví en tiempo real, porque todo el día estábamos de arriba a abajo cuando hacía falta echar una mano. Nos mandaban a recoger botellas, a limpiar el mostrador...

¿A qué cree que se debe que la cocina profesional esté prácticamente acaparada por hombres?

Parece que la cocina profesional siempre está hecha por hombres y la doméstica por mujeres. La mujer antiguamente era la que estaba en casa, y no estaba bien visto que saliera a trabajar; era el hombre quien salía y se podía convertir en profesional de la cocina. Esto cambió cuando la mujer empezó a acceder al mundo laboral, pero por desgracia se ha ido perdiendo el cocinar de las mujeres y todo ese legado ha recaído en los cocineros. A la mujer, en el mundo profesional, todavía le cuesta dar ese paso que hemos dado los hombres. Hay mala conciliación laboral. Conmigo han estado trabajando mujeres jóvenes extraordinarias que se han ido porque llegaba ese momento de casarse y formar una familia y veían que esta profesión no era para ellas, por desgracia. A mí eso me da una pena tremenda.

Cuando empezó a formarse, un verano estuvo en Vitoria y allí coincidió con grandes cocineros como Martín Berasategui, Ferrán Adriá...

Sí, fue a finales de los 80 y allí surgió el Certamen de Alta Cocina de Autor más importante del momento. Tuve la suerte de estar ahí, éramos unos 18, y con el tiempo derivó en una cita con cerca de 200 congresistas. Aquello fue lo que me hizo ser cocinero. Cuando conocí a aquellos grandes de la época yo solo pensaba que quería ser como ellos.

Con Martín Berasategui mantiene una gran amistad.

Le conocí en aquel congreso, coincidimos en una comida, me encantó y pensé: Tengo que trabajar con este tío. Un verano fui a trabajar con él, hicimos muy buena relación e incluso participé en la inauguración de su restaurante de Lasarte. Me abrió su casa, como se la abrió a tantos cocineros de la época, y nos dijo: Aquí me tenéis para lo que queráis.

En 1999 El Bohío recibió su primera estrella Michelin. ¿Cómo recuerda aquel momento?

Mira por dónde, esas estrellas que se daban entonces no tienen nada que ver con las de ahora. Ahora es un acto muy mediático, y en cambio cuando a mí me la dieron ni me enteré. Me llamó Carme Ruscalleda al restaurante para decirme que descorchara una botella de cava porque me habían dado una estrella. Y yo me medio asusté. A los dos minutos también me llamó Martín para felicitarme. Fíjate qué ingenuidad la de entonces...

¿Es difícil mantenerla durante tantos años?

Creo que lo importante es hacer un buen equipo de sala y de cocina, y nosotros lo hemos conseguido. Sé que me puedo despistar, no ir en tres días al restaurante, y la cocina no se resiente. Y eso que yo soy el primero que sufre si no estoy en la cocina de mi casa, porque para eso es mi casa, pero sé que puedo estar tranquilo. ¿Difícil mantenerla? Sí, pero difícil es mantener un restaurante, así que va todo unido.

Ha habido casos como el de Karlos Arguiñano que perdió su estrella por centrar su trabajo en la televisión.

Yo no he perdido el pulso del restaurante, sigo estando ahí.

Usted lleva muy bien el tema de la conciliación, o al menos parece que llega a todo: familia, restaurante, televisión...

Estoy en todos los sitios y en ninguno. ¿Eso es llevarla bien? No lo sé. No veo a mi familia todo lo que quisiera, pero sé que soy feliz con lo que hago, y mi mujer y mis hijos me lo soportan, aunque a veces también me lo echan en cara. Sé que me pierdo cosas, pero disfruto tanto con lo que hago...

¿Hay algo que le ayude a vivir mejor esa locura que rodea a la alta gastronomía? ¿Quizás vivir en Illescas en lugar de en la capital?

Más bien creo que está relacionado con mi manera de ser. Illescas lo piso poco, me refiero a que del restaurante me voy a casa y de casa al restaurante, o a las grabaciones, y no hago mucha vida allí. Soy muy feliz en esa vorágine en la que he entrado, me gusta saber que tengo cosas que hacer. Por ejemplo, ayer estuve en Logroño, hoy en Pamplona, regreso a casa por la noche y mañana a las siete de la mañana vienen a buscarme para ir a grabar. Cuando tengo cuatro días en los que no tengo cosas que hacer, solamente estar en el restaurante, noto que me falta algo. Es raro no tener una reunión, una visita...

Visto así, le costará desconectar en vacaciones y tomarse las cosas con tranquilidad.

No tanto, el mes de agosto cerramos y eso es sagrado. Ylo disfruto porque sé que luego tengo once meses intensos.

Todo es muy bonito ahora, pero también habrá pasado momentos duros con la crisis. ¿La fama de Masterchef le ha ayudado ha superar baches?

Por supuesto, nos ha ayudado mucho. La televisión tiene un tirón extraordinario. Muchos clientes llegan atraídos por el programa, quieren verte, conocerte... La tele nos ha salvado.

También el turismo gastronómico está en pleno auge y mueve a muchísimas personas que buscan restaurantes con estrella.

Claro, El Bohío ya tenía cierto nombre y prestigio antes de que yo formara parte de Masterchef, lo que ocurre es que la tele lo dispara todo. Hay quien se dedica a visitar grandes restaurantes como hay quien visita grandes museos. En nuestro caso hay muchos que se preparan una visita a Toledo y luego vienen a comer a Illescas, y me parece maravilloso.

PERSONAL

Edad: 51 años (13 de marzo de 1968, Illescas, Toledo).

Trayectoria: Se crió en el entorno del restaurante familiar El Bohío, fundado en 1934 por su abuela Valentina y su tía abuela Romana. Aunque en principio no mostró gran interés por el negocio familiar, su hermano Diego y él decidieron dejar los estudios y comenzar a trabajar tanto en la barra como en la cocina. Poco a poco, y a base de dedicarle horas y horas, Pepe Rodríguez fue descubriendo entre fogones su gran pasión, y comenzó a formarse con algunos de los grandes cocineros del momento. En 1999 El Bohío consiguió una estrella Michelin. En la actualidad, 25 personas forman parte del equipo de cocina y sala, y cada día dan de comer a 50 personas.

Televisión: Desde 2013 forma parte del jurado de Masterchef, programa de TVE que le ha dado muchísima fama. Tanta que no le importa reconocer que muchos de sus clientes llegan a su restaurante atraídos por la posibilidad de conocerle en persona.