El filósofo César Rendueles intenta provocar a los lectores con este nuevo libro, igual que en su momento lo hizo con Capitalismo canalla, y ofrece puntos para reflexionar sobre un modelo económico que ha pasado de la luminosa y engañosa sensación de riqueza de la primera década de este siglo a la oscuridad de un neoliberalismo que se derrumba. Pero ¿qué viene después? De eso trata la charla.

Contra la igualdad de oportunidades. Parece una contradicción de titular...

- Es que está pensado con una intención un tanto provocadora. La igualdad de oportunidades es un lema resultón y que queda muy bien en los discursos de los políticos, pero es algo tan problemático como contradictorio.

¿Por qué es contradictorio como lema? ¿Es porque no se cumple nunca?

- El discurso sobre la igualdad de oportunidades solo se empieza a utilizar cuando se abandona el programa, el proyecto, de una igualdad real para todos. Lo que promete la igualdad de oportunidades es control antidoping. Dice que todos empecemos en el mismo punto de partida para que luego compitamos y se recompense a cada cual en función supuestamente de sus méritos.

En principio, y en teoría también, parece lo justo. ¿Dónde está la trampa?

- En que sabemos que no es verdad y que no es como ocurre. Los proyectos igualitaristas no proponen esa competición; lo que proponen no es dar a cada uno lo que merece, sino dar a cada uno lo que necesita para desarrollarse como persona. Son dos cosas diferentes. En la realidad la igualdad de oportunidades es un discurso meritocrático que nos hace creer que los privilegios de las élites se deben a que esa gente realmente se los merece.

¿Está en decadencia el pensamiento sobre la existencia de la igualdad de oportunidades?

- Sin duda. Es que nunca ha sido verdad. Sabemos que tanto el sistema educativo como el mercado de trabajo lo que hacen es reproducir las desigualdades, e incluso amplificarlas. En el discurso meritocrático está la idea de que gobiernen los mejores.

Pues según lo que estamos viendo desde hace ya bastantes años€

- Ahí tienes la repuesta, en lo que estamos viendo. Que gobiernen los mejores o que estén mejor remunerados quienes tengan mayor talento no es más que la manera que tienen las élites para justificar su propia posición. Nos quieren hacer creer que la igualdad de oportunidades debe ser un mecanismo de selección de personal. Una parte de lo que algunos llaman igualdad de oportunidades llega por herencia, pero no solo las ventajas y los privilegios, también se heredan las desventajas. Hablemos de educación y enseñanza. Vemos que muchísimos malos estudiantes, gente que suspende alguna asignatura en la educación secundaria o en el bachillerato, de clase media alta o alta, llega a la universidad. De hecho, llegan muchos más que otros malos estudiantes que pertenecen a clases trabajadoras.

Las piedras en el camino no se superan igual, ¿no?

- Es que un estudiante de clase trabajadora no puede permitirse esas piedras en el camino. Lo mismo ocurre con lo que llamamos el capital relacional, conocer a la gente adecuada. La inmensa mayoría de los puestos de trabajo en este país nunca salen a la luz pública. No se publican en el BOE, alguien te tiene que avisar. Esas redes de contactos son muy valiosas. Hay desigualdades que se heredan, y no todas son visibles y evidentes.

¿Una situación que se puede revertir?

- Sin duda. Sabemos que se puede porque ya ha pasado. Después de la Segunda Guerra Mundial hubo una reducción de desigualdades en todos los países occidentales enorme, sin parangón en la historia.

¿Qué motivó ese intento de igualdad?

- Fue un esfuerzo consciente de todos esos países, que habían visto cómo el aumento de las desigualdades amenazaba la democracia y hacía a la gente decantarse por opciones políticas totalitarias.

Sin embargo, décadas después y en pleno siglo XXI nos encontramos con unas desigualdades que suponen auténticas brechas sociales.

- Tampoco ha sido por accidente. Ha sido de nuevo el resultado de un proyecto político al que hemos llamado neoliberalismo. Claro que se puede revertir, sabemos cómo hacerlo, no es un tema misterioso ni complicado.

Pero sí espinoso desde el punto de la política.

- Supongo que sí. Para revertir las desigualdades necesitamos la voluntad política.

¿Y hay algún resquicio de voluntad por parte de la política?

- Creo que desde hace diez años, desde el inicio de la recesión, hay una preocupación creciente por la desigualdad. A partir de la recesión el riesgo de pobreza llegó a ser del 20%. Dos años antes, cuando parecía que España era un país rico y vivía inmerso en una sensación absoluta de riqueza, este porcentaje no era mucho menor, un 19%. Pero a nadie le importaba, no aparecía en los periódicos.

Hoy ese porcentaje ha crecido.

- Sí, hay mucha más gente pobre, pero también es cierto que nos importa más. Pienso que hay que dar el paso de la preocupación por la desigualdad a la preocupación por la igualdad. No creo que se esté tan lejos, aunque supone dar la vuelta a 40 años de políticas que van en sentido contrario. La inercia es enorme, pero no me parece imposible.

Capitalismo canalla es el título de un libro que publicó usted hace poco más de cinco años. La pandemia da vueltas sobre el término capitalismo. ¿Puede ser derrocado el capitalismo por el coronavirus?

- No, lo que ocurre es que estamos asistiendo masivamente al colapso de una forma muy concreta de capitalismo que es el neoliberalismo. Sí pienso que el modelo neoliberal de economía está muerto. Estamos viviendo sus últimos coletazos, es una especie de zombi que hace mucho ruido y causa mucho dolor, pero que como paradigma se ha terminado.

¿Y qué viene después de la muerte del neoliberalismo?

- Lo que ocurre es que el capitalismo no ha muerto y puede llegar algo peor que el neoliberalismo. Nadie sabe qué va a pasar después de treinta años de globalización.

Así que no hay esperanzas de cambio.

- Algunas sí que hay. La Unión Europea ha buscado políticas económicas a través de los gobiernos para paliar la pandemia. Hace cinco años esto hubiera sido un anatema. Incluso los grandes voceros de la economía ortodoxa del capitalismo cada vez aceptan más que hace falta una reestructuración profunda. Eso no quiere decir que las opciones que están barajando vayan en beneficio de la mayoría, ni mucho menos.

¿Entonces?

- Ellos piensan solo en cómo blindar sus privilegios transformando algunos elementos para que su posición de dominio no disminuya. Lo que creo es que hay que pelear para que estos cambios vayan en la dirección contraria.

¿Cree que la globalización tal y como la entendíamos hasta hace un año ha terminado?

- Sí, pienso que sí. Es un modelo acabado. Es algo que estaba claro con la crisis del 2008. La globalización liberal, tanto en términos económicos como políticos, pertenece al pasado. Esa idea del mercado libre autorregulado es ciencia ficción desde hace tiempo. Es un modelo que lo defiende ahora mismo poca gente, incluso entre las clases dirigentes. Quizá por eso cada vez oímos más hablar de la colaboración público-privada. Es algo que a la presidenta de la Comunidad de Madrid le encanta comentar.

Es volver al pasado y también tiene tinte neoliberal: socializar deudas y privatizar beneficios.

- Cierto. Lo privado trata de mantenerse vampirizando lo público. Es algo que siempre había hecho, pero que ahora se hace de una manera mucho más clara.

Sorprende que los bancos se presenten como las grandes víctimas de las consecuencias de la pandemia. Reducen beneficios, pero no entran en pérdidas.

- La imagen victimista de los bancos es obscena. El sistema en el que hemos vivido es el que has descrito: socialización de pérdidas y privatización de beneficios, que es lo que ellos plantean y siempre lo han hecho. La banca nunca pierde. Cuando se ha visto amenazada, las pérdidas las hemos asumido entre todos. La pérdida de trabajo, los desahucios, la destrucción del empleo de autónomos y otros temas han sido asumidos por cada persona o familia. En el tema de los desahucios es increíble, la deuda te persigue durante toda la vida; hoy se heredan las deudas como en la Edad Media. Si hay un ganador en esta crisis, no hay duda, es el sistema bancario, que se ha convertido en una especie de personaje inviolable y que parece estar por encima del bien y del mal.

La clase política muestra su arrogancia en muchos aspectos, pero igual no es la que mueve los hilos del mundo...

- Hay agentes políticos que tienen más poder que los Estados. Se ha experimentado una pérdida de soberanía descomunal, hemos perdido capacidad de controlar nuestra vida colectivamente. Esa arrogancia de los políticos es sintomática de su alianza con los poderes económicos. Los políticos se sienten poderosos porque están del lado de los que tienen el control financiero.

Políticos que han sido elegidos por los ciudadanos.

- Sí, pero es que resulta que ellos, los políticos, se han emancipado de los ciudadanos, de todos nosotros, y se han ido con quienes mueven los hilos del mundo.