Un gondolero canta indolente mientras pasea a un grupo de turistas por un Gran Canal vacío. Venecia presenta un aire enrarecido desde principios de febrero, el mes de su emblemático carnaval. No hay rastro de los grupos de turistas que siempre abarrotan sus calles. Las terrazas están prácticamente vacías y las colas han desaparecido de sus museos.

La pesadilla comenzó el 12 de noviembre de 2019. Aquella mañana los técnicos del centro de previsiones de la marea notaron algo extraño en sus datos. Al caer la noche, lo confirmaron: una marea extraordinaria entró en la laguna e inundó la isla.

El agua del mar Adriático llegó a los 187 centímetros sobre el punto cero de referencia, en la Punta de la Salute, un nivel que no se veía desde 1966, cuando alcanzó los 194 centímetros.

La ciudad quedó anegada. El desastre se agravó por una concatenación de fenómenos, como la persistencia del viento sur, el desplazamiento hacia el este del anticiclón de las Azores y las consecuentes anomalías en la presión atmosférica que generaron un ciclón tropical en el Mediterráneo, explica el responsable del centro de previsiones, Alvise Papa.

En Venecia basta que el nivel del mar suba 110 centímetros para que el agua llegue a la céntrica Plaza San Marcos, uno de sus puntos más bajos, y en 2019 esa altura se superó en 26 ocasiones, una frecuencia nunca antes registrada.

Los daños para la población fueron cuantiosos. El 30 de enero expiró el plazo para pedir indemnizaciones (hasta 5.000 euros para los vecinos y 20.000 para los comerciantes). En total se recibieron 7.000 solicitudes por un valor de unos 95 millones de euros.

A esto se suman otros 400 millones de desperfectos en el patrimonio público que las grúas se afanan en reparar, y se han gastado ya 46 millones en los casos más apremiantes, explica el jefe de gabinete del Ayuntamiento, Morris Ceron.

El agua entró incluso en la cripta de la basílica de San Marcos, donde reposan los restos de los patriarcas de esta ciudad histórica, a través de una pequeña ventana de madera que da a la calle.

El procurador del templo, Pierpaolo Campostrini, se chupa la mano al tocar los cimientos en la cripta. “Está salado”, exclama. El agua alcanzó los 70 centímetros ahí abajo y después se drenó, pero la sal corrosiva del mar permanece impregnada y brilla en la piedra. El técnico estima daños por unos cinco millones de euros y avisa de que esto provocará un “envejecimiento acelerado” de la histórica iglesia.

En la nave central de la basílica, que comenzó a construirse en 1603, se aprecian daños en algunos de los mosaicos más antiguos que decoran su suelo. Algunas teselas desaparecieron, pero la mayoría han sigo pegadas provisionalmente al pavimento.

Para evitar que la basílica sufra más daños, Venecia estudia un proyecto para instalar un muro impermeable a su alrededor, de cristal, para no eclipsar su belleza, por un coste de 3,5 millones. La idea es comenzar la obra en abril y terminarla el próximo otoño.

En las entrañas del MOSE

La ciudad de los canales es especial no solo por su morfología ?está construida sobre palos de madera sumergidos en el agua?, sino porque se encuentra en el centro de una laguna costera separada del mar Adriático por una estrecha franja de islas alargadas, pero con tres salidas.

Para protegerla, el Gobierno de Italia empezó a construir en 2003 una barrera mecánica que debería aislar la laguna cerrando, en caso de necesidad, esas tres bocas de puerto que dan al mar: la del Lido, Malamocco y Chioggia.

Se trata del Módulo Experimental Electromecánico, más conocido como el MOSE, un acrónimo de alusiones bíblicas que coincide con el nombre en italiano de Moisés, el profeta que separó el mar Rojo.

La obra, que ha costado unos 5.000 millones de euros y estuvo salpicada por la corrupción, estará lista para ser accionada desde este junio para mareas de hasta 140 centímetros, y en 2021 entrará plenamente en funcionamiento, según las previsiones oficiales.

Su base de operaciones, aún con olor a nuevo, se sitúa en la isla Nuovissima, creada a propósito para albergar este edificio que da acceso al túnel submarino sobre el que se asientan las barreras del Lido.

El túnel de hormigón armado está a doce metros de profundidad y transcurre a lo largo de 400 metros. Es una especie de cremallera en la que permanecen ancladas al fondo marino las barreras móviles.

La galería es fría y está recorrida por infinidad de cables y tubos metálicos. Alberga una serie de salas en las que se encuentran las bisagras de acero que harán que las veinte barreras de unos 20 metros se levanten con una inyección de aire.

Este sistema, con detractores que sospechan que no servirá para detener al mar, tendrá un coste anual de mantenimiento de entre 80 y 100 millones de euros, apunta un portavoz del consorcio encargado de su construcción, Antonio Gesualdi.

El turismo

Pero los problemas de Venecia no son únicamente las mareas y su frágil condición, sino también cómo gestionar el turismo en una ciudad que recibe cada año a veinte millones de visitantes.

Las inundaciones de noviembre lo han contenido, y las reservas hoteleras han caído un 30% respecto a enero del año anterior. “No hay mucha gente en Venecia. Es muy raro caminar por la ciudad y verla así”, admite Sara Salmaso, portavoz de la asociación de los establecimientos de la plaza de San Marcos, donde el histórico Gran Café Florian languidece vacío y sin música.

Otro de los factores que ha agravado esta situación es el coronavirus de Wuhan, pues el Gobierno italiano ha cerrado el tráfico aéreo con China para limitar la expansión del patógeno. Venecia recibió casi 600.000 turistas del gigante asiático en 2017, país solo superado por estadounidenses, británicos y franceses.

El alcalde, Luigi Brugnaro, le resta importancia a este frenazo. Los estragos del acqua alta duraron solo diez días y el virus no ha causado, de momento, ningún problema. “Es seguro que se ha dado una caída del número de personas, pero no es tan significativo y sirve además para apreciar una ciudad tan maravillosa, algo que no ocurre tan a menudo”, señala.

La intención del regidor es hacer la guerra al que considera el gran mal de Venecia: el turismo de “poca calidad”, el que no pernocta, los visitantes que llegan para pasar el día sin apenas dejar dinero en sus cajas, casi siempre a bordo de cruceros.

Contra esto, Brugnaro ha introducido un nuevo impuesto bautizado como contribución de entrada por el que, desde el 1 de julio, todo visitante que no se quede a dormir deberá pagar 3 euros junto al billete del medio de transporte que use para llegar a Venecia.

A su vez, la ciudad se desangra a pasos agigantados por la pérdida de población autóctona, y muchos alertan de que puede quedar reducida a un parque temático.

La tendencia preocupa a los venecianos. A los pies del puente de Rialto hay una farmacia que exhibe en su escaparate un contador con el número de habitantes que queda: 52.142 el 31 de diciembre de 2018 (solo en Venecia, sin contar el resto de islas y la tierra firme). Es la última cifra de una serie que no hace más de que caer desde el primer año del registro, el remoto 1871, cuando contaba con 128.787 habitantes.

Pesan sobre todo la falta de oportunidades laborales y la dificultad de acceder a una vivienda, encarecida por la preferencia de muchos propietarios por los alquileres turísticos.

Brugnaro echa balones fuera y atribuye la situación a un supuesto “problema social” en toda Italia, mientras pide una ley al Gobierno contra los alquileres turísticos.

¿Y los cruceros?

Como queda dicho, uno de los debates en Venecia es qué hacer con los gigantescos cruceros que cada día llegan a través del Adriático y cruzan por el canal de la Giudecca hasta el puerto del Tronchetto, en el norte. Desde hace años, el rechazo a estas naves ha ido en aumento y se han formado organizaciones ciudadanas que se manifiestan, e incluso tratan de impedir su entrada en la laguna.

El técnico del comité No Grandi Navi, Armando Danella, señala que el principal problema que causan es la erosión de su fondo, la base en la que se asienta la ciudad de los canales, además de la contaminación y el peligro para la delicada biodiversidad lagunera.

Por eso, esta organización propone la construcción de un puerto nuevo en el que puedan atracar fuera de las estrechas franjas de tierra que la separan del Adriático y no atraviesen la laguna.

Pero esta solución no está en la mente del alcalde. Su propuesta es hacer que los cruceros entren en la laguna por la boca de Malamocco, más al suroeste, y no por el Lido, y que no atraquen en Venecia, sino en Porto Marghera, uno de los enclaves venecianos terrestres. Sería el mismo recorrido que hacen ahora los buques mercantes. Según dice, el Gobierno italiano está estudiando la idea.

GONDOLEROS SUBMARINOS

La vida discurre en dos planos diferentes en Venecia: el del trajín del turismo y el de los vecinos, en un mundo paralelo y apacible a dos pasos fuera del típico recorrido de los visitantes. Sus calles están bien pavimentadas, hay papeleras en cada esquina y los jardines lucen cuidados. Cada mañana, decenas de trabajadores barren a mano la ciudad, pues solo usan escobas eléctricas en las plazas más amplias por su complicado trazado urbano y sus puentes. De madrugada llegan los barcos de la basura desde la isla de la Giudecca. El área total de Venecia, en la que viven 259.297 personas entre las islas y la tierra firme, es la que más recicla de Italia. Y sus canales, además, los limpian frecuentemente las grúas municipales, que en los últimos cinco años han extraído casi 20.000 metros cúbicos de fango. A esta misión se ha unido un grupo de gondoleros que han dejado los remos para ponerse el traje de buzo y recuperar la basura que se acumula en el fondo. Se hacen llamar los Gondoleros Sub. La iniciativa surgió como un juego, porque todos los venecianos especulan con qué habrá bajo sus casas, pero desde que emprendieron esta misión han sacado 4,5 toneladas de basura, sobre todo ruedas, explica Andrea Balbi, presidente de los 433 gondoleros. Todo para que la ciudad, que en 2021 celebrará los 1.600 años de su fundación, siga siendo habitable y continúe sorprendiendo al mundo del futuro, tal y como lo hizo antes con Tiziano, Canaletto o Vivaldi, y con muchos otros genios a lo largo de su larga y no siempre fácil historia.