Las siestas en verano son sagradas. Descansar después de comer es un lujo que no todos se pueden permitir. Hay algunos que duermen minutos, hay otros que llegan a las horas y alguno habrá que la prolongue hasta la mañana del día siguiente. Sin embargo, la siesta no es tan idílica como parece. Las veraniegas pueden ser un indicador de un mal descanso por la noche y pueden derivar en un ciclo de sueño-vigilia alterado.

La Sociedad Española del Sueño (SES) explica que durante las noches de verano dormimos, en general, menos y peor. Por un lado, a causa del cambio de rutinas. Trasnochamos más y, además, solemos excedernos en cenas copiosas y en un mayor consumo de alcohol. Esto genera digestiones pesadas, reflujo nocturno y un sueño superficial, según indica Javier Puertas, vicepresidente de la SES.

Por otro lado, las altas temperaturas, superiores a 22 grados, también provocan un empeoramiento del sueño. “Para que el sueño pueda ser profundo es necesario que el cuerpo pueda eliminar calor, lo que se hace más difícil con temperaturas altas y con una elevada humedad ambiental”, explica Puertas.

El presidente de la SES aseguró que si una persona duerme por la noche (entre 7 y 8 horas), una siesta después de la comida, de unos 15-30 minutos, es buena y recomendable. Sin embargo, dormir más de 40 minutos es un indicador de que durante la noche se ha dormido poco o mal. Para el experto, estas siestas son extremadamente largas y no son beneficiosas para la salud ya que perpetúan un ciclo sueño-vigilia alterado.

Beneficios de las siestas cortas

Dormir siestas cortas ayuda a disminuir en un 37% el estrés y el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares. Una siesta corta aumenta la concentración y favorece la capacidad de aprender más. Además, mejora el estado de ánimo y fomenta la positividad.

Por el contrario, dormir poco y mal durante la noche incrementa el cortisol, que a su vez aumenta la intolerancia a la glucosa y a la grasa, debilita el sistema muscular y disminuye los niveles de la hormona del crecimiento. Y determinados estudios apuntan a que una larga siesta puede provocar diabetes tipo II.