Calefacción - Esta vez sí que Putin está perdido. Por boca del chisgarabís venido a más Josep Borrell, la Unión Europea ha dado a conocer su arma infalible para hacer morder el polvo al criminal ruso. "¡Bajen sus calefacciones!", nos ha arengado el Churchill de Pobla de Segur, mientras hacía girar con su mano derecha un termostato imaginario. Según su marcial explicación, así se reduce la dependencia energética de Rusia. La proclama desesperada era la forma de decirnos que vayamos rezando lo que sepamos porque la institución que nos representa no tiene otro modo de hacer frente al megalómano sanguinario con el que hasta anteayer hacía jijís-jajás porque tenía literalmente la llave del gas que, además de calentarnos, mueve toda nuestra industria. Vamos, que la democracia y el respeto a los derechos humanos están muy bien, pero que si la situación se vuelve brava, no queda otra que tragarse los principios irrenunciables. Miren, si no, en la otra parte del mundo a Biden pidiendo sopitas al malvado Nicolás Maduro.

Aceite de girasol - O volviendo a casa y más allá de la calefacción, miren también los lineales de su supermercado más próximo. Si por fortuna queda alguna botella de aceite de girasol, tendrán que apoquinar entre dos y tres euros. También es cierto que en este caso se juntan el hambre, las ganas de comer, la voracidad especuladora y la estupidez de los que hacen acopio de un producto que probablemente ni consumían antes de que se instaurase a golpe de pito la neurosis. No aprendimos con los palés de papel higiénico que se llevaba la peña a casa hace dos años. Déjenme, por cierto, que derrame una lágrima al pensar que buena parte de ese líquido a precio de Chanel número 5 es de origen español; alguien nos la está dando con queso. No puedo evitar pensar cómo en mi pueblo de veraneo y en otras zonas de la cacareada España vaciada, hace cuatro años empezaron a sembrarse parcelas de girasol... para no cosecharlo. Solo por la subvención de esa Unión Europea que ahora nos pide templanza energética.

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