Si se fijan, los muertos y las muertas de ahora no son como antes. Antes de la pandemia, por ejemplo. Para mí que la pandemia, a fuerza de meternos muerte en las noticias cada día, le ha quitado ese susto y esa categoría como de novedad que tenía la muerte –a la ajena, no a la cercana– y ya las muertes que suceden en eso que viene siendo el conjunto de las personas famosas que pueblan el mundo no tienen ni por asomo el impacto de hace unos años. Eso y que se muere mucha gente más de la que todos los mayores de 40 consideramos mitos. Marías, por ejemplo. Pues era un mito de la literatura y del columnismo español. El impacto de su muerte ha durado poco. Godard. Duró un día. ¿Dos a lo sumo? Hace poco Gorbachov, un poco antes Olivia Newton John, antes Sidney Poitier, antes... Caen en fila y se suceden los unos a los otros y no da tiempo apenas a asimilar que se mueren. Salvo si eres una reina o algo así, que te tienen ahí varios días embalsamada para que te saluden los desocupaos y lo televisa el mundo entero. Si eres una persona que se ha currado lo suyo duras un día. Si eres de la secta, ya es otra cosa. Para cuando le hagan el funeral va a tener ya 100 años, la pobre. Al final es que te acaban casi cayendo hasta bien, claro, porque te ganan por el lado de la ternura. 96 años, frágil, etc. No sé, siempre que pasa esto me acuerdo de La Caja de Música, en la que un venerable anciano veía descubierto su pasado nazi. No todos los ancianos han sido buenas personas. Si ya has dirigido un imperio supongo que tendrás cadáveres a porrillo bajo las mesas camillas. Pero bueno, que mañana es el entierro y el funeral. Casi dos semanas de muerte y fulgor. Y lo que queda, visto que exprimir la teta de la monarquía británica sigue siendo un asunto de primer orden informativo mundial. Quizá lo único comparable en todo este siglo fuera lo de Michael Jackson. El rey y la reina del pop.