Después de 25 auzolanes y mucho trabajo detrás, el domingo se inaugurará el horno calero de Pagolleta, en Lekunberri. Será a partir de las 10.30 horas, con quedada en la zona de Maskarada para acudir en grupo hasta el lugar, tras la última rotonda, al lado de la carretera en dirección Betelu.  

Impulsado por Ondare Kultur Taldea, este proyecto comenzó en 2020, una vez que el Pleno de Lekunberri, por unanimidad, dio el visto bueno. La tarea era ardua: desmonte, reconstrucción y adecuación del entorno. Así, además de voluntarios de Ondare, en este auzolan también han participado la empresa de trabajo social Iturraskarri y voluntarios locales, en torno a 30 personas. A la hora de llevar a cabo el proyecto, contaron con asesoramiento de Aranzadi a través de Alfredo Moraza, licenciado en Geografía e Historia y experto en época medieval y postmedieval. 

Además de recuperar el horno calero, se ha adecuado el entorno para que sirva de punto de encuentro de las personas que quieran disfrutar de este elemento arquitectónico de carácter etnográfico, en plena naturaleza. Asimismo, en recuerdo de aquellas personas que trabajaron en el horno calero, “cuya labor fue fundamental para el desarrollo económico-social”, según apuntan desde Ondare, se ha instalado una escultura realizada por Hijos de Alejandro Tofé. La actuación se ha completado con la instalación de un panel informativo diseñado por Rafa Etxarri, con ilustraciones gráficas de Juan Luis Landa en donde se refleja al detalle qué eran los hornos caleros y su función. El presupuesto total ha sido de 12.000 euros, a cargo del Ayuntamiento de Lekunberri.

Además del horno calero de Pagolleta se ha recuperado su entorno . Cedida

 La calera de Pagolleta era un horno destinado a producir cal, óxido de calcio, mediante la calcinación de piedra caliza, un proceso químico sencillo a través del cual se obtenía un polvo blanquecino o grisáceo que tenía múltiples usos y por tanto, una gran demanda. Su producción se relaciona con uno de los procesos químicos más antiguos desarrollados por el ser humano, de más de 14.000 años de antigüedad, y utilizado en todo el mundo. Por ello, estos hornos proliferaron por todo el territorio, convirtiéndose en un elemento habitual del paisaje. Prueba de ello es que en euskera hay diferentes palabras para denominarlos: karobiak, kisulabeak o galtzinlabeak

Se trata de construcciones sencillas, principalmente de dos tipos: el francés o arragua y el tradicional o zaharkarobia, que es el caso del de Pagalleta, ejecutado con un muro de mampostería, con dos contrafuertes en los laterales sobre los que se disponía la cubierta, legorra, y dotado de una boca de acceso, ataka, para introducir el combustible en el interior.

Un material con muchos usos

El uso de la cal estaba muy extendido hasta no hace muchos años. Además de utilizarse para la elaboración de argamasa para la construcción, se empleaba para blanquear las paredes de las casas. Dado su poder cáustico, también se usaba como desinfectante o biocida para evitar la propagación de enfermedades entre los animales o cadáveres de personas o para pintar los árboles para protegerlos de los insectos. “En Euskal Herria su popularización se relaciona con la agricultura. A partir del siglo XVII se convirtió en uno de los productos más solicitados. La introducción de cultivos como el maíz, la alubia o el tomate obligaba a aportar los nutrientes que necesitaban los pobres suelos ácidos del territorio. De esta manera comenzó a usarse la cal para el abono de la tierra”, apuntan desde Ondare. Al respecto, señalan la existencia de un documento de 1705 en el que se dice que en Lekunberri “se descubrió la virtud de la cal quemada y reducida a polvo para acalorar la tierra que allí es fría de por sí”. Asimismo, se empleaba como conservante de algunos alimentos