Apenas hacía tres meses que las mejores tropas de Europa habían cruzado los Pirineos tras la estrepitosa derrota sufrida en la batalla de Bailén (19 de julio de 1808), cuando el autoproclamado emperador francés, Napoleón Bonaparte (que llevaba 8 años al frente del país que había guillotinado a Luis XVIII), decidió retomar la invasión de la península. En este marco político se enmarca una de las confrontaciones bélicas más breves pero intensas y decisivas que se hayan realizado en la Ribera.

Como antesala, Tudela se había sublevado el 8 de junio de 1808 siguiendo el espíritu del 2 de mayo madrileño, contra el rey José I (conocido como Pepe Botella) que querían imponer su hermano el emperador Napoleón Bonaparte. Mil tudelanos defendieron la ciudad con uñas y dientes, mal armados y peor instruidos, de los que 22 murieron, entre ellas dos mujeres. Antes de la batalla Lefebvre les había dicho “mucho sentiría que una resistencia inútil me obligase a tirar de espada, que no he desenvainado en mi marcha... Una hora tenéis para decidíos a la paz o la destrucción”. La contestación no se hizo esperar, “no admitimos más propuesta que la restitución de nuestro amado soberano Fernando VII”.

Apenas contaba Tudela con 7.000 habitantes, cuando en menos de un año se vería invadida dos veces por las tropas galas. Sus calles eran un amasijo de barro que proporcionaba la aparición de enfermedades, mientras su estructura urbanística estaba marcada por las decenas de torres que surgían como lanzas de entre las pequeñas casas y que pertenecían a las numerosas parroquias y conventos. Su puente aún poseía dos de los tres torreones que e habían conferido personalidad a su escudo. Convertida Tudela de nuevo en frente de batalla el 23 de noviembre de 1808, hace ahora 215 años, la clave era poner freno o dejar la puerta abierta a la invasión del francés, tal y como se decía entonces.

Plano de la Batalla de Tudela del 23 de noviembre de 1808 Cedida

Los ejércitos

Para quien era el militar más brillantes del momento, Tudela era una plaza fundamental de cara a sus ansias de dominio y expansión. Así lo explicó el propio Bonaparte, “Tudela es importantísimo bajo varios puntos de vista. Tiene un puente sobre el Ebro que permite dominar Navarra, y es el punto de intersección del Canal que va a Zaragoza. De Tudela a Zaragoza se va en catorce horas, de manera que los víveres y hospitales que se tengan en Tudela es igual que si estuviesen en Zaragoza. Deseo que se hagan atrincheramientos en Tudela, de forma que con un millar de hombres con 8 cañones estén a cubierto de toda insurrección. Sería imposible tomar Zaragoza sin estar posesionados en Tudela”.

Las tropas francesas habían irrumpido sin apenas oposición, en Logroño y Calahorra, bajo el mando de Lefebvre, mientras la intención del general Castaños era crear una línea paralela al río Queiles con la que poder hacer frente a los cerca de 34.0000 hombres que se desplazaban, entre infantería, artillería y caballería. Para ello se pensaba contar con los valencianos y murcianos a las ordenes de Pedro Roca, los andaluces tras los pasos de Peña y los aragoneses con O’Neill, discípulo de Palafox, el héroe de los sitios de Zaragoza.

Todo ello iba a conformar un ejército de 42.000 hombres, aunque, como describe el historiador Gonzalo Forcada, “con armamento escaso y precario, con deficiente instrucción militar, en pésimas condiciones sanitarias, víctimas de una carencia casi absoluta de víveres y con un vestuario totalmente escaso para afrontar las largas jornadas de marcha y el frío”. A todos eso factores se unía la carencia total de dinero de un país cuyo rey se encontraba en el exilio y que pocas décadas antes había perdido todo un imperio donde no se ponía nunca el sol.

Antes de la conquista en junio de 1808 el general Lefebvre había dicho “una hora tenéis para la paz o la destrucción”

Ante la inminente llegada del francés, Castaños solicitó la presencia inminente del ejército de O’Neill, que se encontraba en Caparroso, a 10 horas de marcha. Sin embargo, este militar perdió más de un día en solicitar consejo a su superior, Palafox, un tiempo que, en esas circunstancias, se iba a transformar en vital. Definitivamente, en la noche del 22 de noviembre, con los hombres agotados, llegaron al otro lado del puente, donde acamparon junto a un olivar porque no cabían en el pueblo. Pero la cercana presencia del invasor hacía más conveniente que se distribuyeran en las que serían sus posiciones de batalla.

Por ello, Castaños, según recordó en el consejo de guerra que se le realizó tras la batalla, advirtió de lo “conveniente que sería tomar las alturas de la posición de Tudela, y lo tardío del paso de las tropas por el puente si los enemigos atacasen al día siguiente. Se me repuso que ya se acercaba la noche y sería una confusión. Insistí en que a lo menos pasasen algunos batallones y caballería para establecer grandes guardias y algunos destacamentos avanzados, pero nada conseguí”.

Entretanto y con el enemigo acercándose a la ciudad, se inició en el palacio del Marqués de San Adrián una reunión entre Castaños, los observadores Thomas Graham y el Marqués de Coupigni y los hermanos Palafox para debatir sobre el futuro de las operaciones militares en la península. Este consejo debió durar toda la noche ya que con las primeras luces del día, algunas personas llegaron las puertas del palacio gritando que los franceses estaban a las puertas de Tudela. La confusión debió ser tremenda como deja entrever la descripción que posteriormente realizó Castaños. “Las tropas de Aragón que desde la madrugada habían empezado a pasar por el puente de Tudela, tenían obstruidas todas las calles del pueblo, interceptándose unos cuerpos a otros, de modo que nos costó mucho trabajo salir a caballo y las guerrillas de los franceses llegaban ya hasta las entradas del pueblo, tanto que el señor representante del Gobierno, acompañado de sus ayudantes, queriendo salir por la calle que le pareció más corta para descubrir el enemigo se encontró de manos a boca con una partida de dragones franceses al revolver la última esquina y tuvo que volver a la grupa muy deprisa”.

La batalla todavía tardaría una hora en comenzar, ya que el grueso de la tropa (artillería, cañones, caballos, cocineros y todo el personal que se movía tras las líneas) se encontraba aún a unos kilómetros de la ciudad. Tiempo justo para que los batallones españoles ocuparan sus posiciones pero sin dar tiempo a fortificarlas.

Recreación de la Batalla de Tudela realizada en la capital ribera en 2007 Fermín Pérez-Nievas

La batalla

El primer contacto se produjo en Montes de Cierzo. Allí habían conseguido llegar las fuerzas de Roca tomando también el cerro de Santa Bárbara, los Pendientes de la Reina y el espacio conocido como El Palenque. Los hombres de Lefebvre, mientras, se acercaban siguiendo el camino de Alfaro, lo que les permitió alcanzar Montes de Cierzo en condiciones más ventajosas y cargando con bayoneta calada, tras un breve cañoneo, consiguieron tomar esos puntos elevados en apenas 30 minutos.

Los españoles resistieron en las ruinas del antiguo castillo tudelano donde hicieron retroceder las acometidas hasta las 10 de la mañana. En esta acción y en las que siguieron por esta parte a lo largo del día participó activa y valerosamente la mujer tudelana. «Viéronse muchas de ellas ayudar a nuestros soldados animándolos a la defensa: otras, ya que no otra cosa podía hacer, les subieron cántaros de agua desde el Ebro para mitigar la sed que les devoraba, y todo entre las mismas filas y allí donde se oía el silbido de las balas y peligraban sus vidas», relataban.

En ese momento el francés rodeó el cerro por el camino del Cristo, llegando a las primeras casas de Tudela, lo que supuso la señal de alarma para valencianos y murcianos que, abandonando armas y estandartes, corrieron monte abajo internándose en las enrevesadas calles de la ciudad, mientras el general Saint March se hizo fuerte en el Monte San Julián y en Santa Quiteria y O’Neill esperaba en el camino a Zaragoza, en San Marcial. Viendo los franceses la disposición que adoptaban se dirigieron hacia Cabezo Malla (donde se encuentra hoy el Hospital), considerándolo vital para las operaciones, pero las tropas de O’Neill atacaron por el flanco haciéndoles retroceder hacia las inmediaciones del olivar del Cardete, cerca de la balsa del mismo nombre.

Recreación de la batalla realizada e Tudela en el año 2007 Fermín Pérez-Nievas

Pero el contraataque galo fue terrible. Sus húsares entraron a galope tendido y con el sable entendido por las llanuras que flanqueaban esos puntos estratégicos ganando la retaguardia y persiguiendo a los soldados que habían abandonado cañones, sables, fusiles y que a la carrera trataban de huir por Huertas Mayores, “cazándolos uno a uno a capricho”, como describe Forcada.

Para entonces eran las tres de la tarde y la derrota se antojaba ya completa y absoluta. El frente de la línea del Queiles se había roto como una hoja de papel por la poca previsión de los generales españoles. El paso a Zaragoza estaba libre. Por los campos, hasta donde alcanzaba la vista, se veía correr a los soldados, arrojando sus armas, fatigados, sin pizca de moral, en el más deplorable desconcierto.

En todo este tiempo el general Castaños no apareció en escena, según relataría más tarde en el consejo de guerra, “yendo con mi Estado Mayor y el representantes de la Junta Central hacia Cascante para ver qué había sido de mi propio ejército, de pronto surgió una porción considerable de tropas, que supusimos de O’Neill, pero eran del enemigo… inmediatamente empezaron a cañonearnos y a poco tiempo destacaron una suelta de caballería que venía a la carrera sobre nosotros. Torcimos y volvimos a ocultarnos en el olivar perseguidos por aquella caballería. No perdimos de vista ala enemigo sino cuando se hizo de noche, que nos dirigimos a Borja, donde llegamos casi al mismo tiempo los generales O’Neill, Roca y Caro”. Desde allí dio las órdenes que se retirasen por Borja a Calatayud. El último bastión de la defensa quedó en Cascante, donde el general La Peña trató demantener su posición desde la Virgen del Romero.

Cerca de 33.000 soldados y milicianos españoles intentaron cercar a los 30 000 franceses de Lannes, pero fueron severamente derrotados. Las bajas españolas se calculan en torno a los 4.000 muertos y 3.000 prisioneros, mientras que por parte francesa no llegan a 600 los muertos y heridos. Alrededor de 40 cañones pasaron a manos galas.

Sobre los campos de Tudela aparecieron al día siguiente de la batalla más de 1500 cadáveres de ambos bandos, a los que se les enterró en el monte de San Julián y en el monte del Palenque, hondonada del Depósito de aguas actual. Los prisioneros españoles fueron concentrados en el Corral de Santa Clara y en Convento de San Francisco que se habilitó para cárcel. Los cañones los colocaron en la Plaza de Toros (hoy de los Fueros). Esta es una de las batallas cuyo nombre fue grabado en el Arco de Triunfo parisino.

Esquema de los principales montes en la zona que fue campo de batalla Fermín Pérez-Nievas

Años después

Tras la derrota francesa en Vitoria el 21 de junio de 1813, el día 28 al mediodía los últimos soldados franceses abandonaron la ciudad de Tudela en dirección a Zaragoza, atravesando el puente sobre el río Ebro y prendiendo fuego al arco de madera que unía las dos partes del puente que habían volado los vecinos en junio de 1808 para tratar de impedir la invasión que se había hecho efectiva en noviembre. También quedó en llamas el convento de las Clarisas donde guardaban los víveres que habían requisado a los tudelanos. El panorama que dejaron atrás las derrotadas tropas galas, dueñas de Europa cinco años antes, era muy similar al del resto del país, un ayuntamiento en la ruina, familias ultrajadas, robadas y con pocos recursos y numerosos edificios derruidos o arrasados. Pero lejos de ser un respiro, la llegada del ejército español, al mando de Espoz y Mina, se convirtió en un problema y dejó tanta pobreza e incluso más destrucción que los invasores huidos. “Espoz y Mina se comportó de manera tan abusiva o incluso más que los franceses, dedicándose a destruir todas las defensas que éstos habían levantado, los dos torreones que existían sobre el río Ebro, la Torre Monreal, las ermitas de Santa Quiteria y Santa Bárbara y desmantelando el chapitel de la capilla de Santa Ana para fundir su plomo y fabricar balas”, narran los historiadores.

En el terreno de las órdenes religiosas, con la entrada de las tropas enemigas las Clarisas, Dominicas y Capuchinas fueron trasladadas al convento de la Enseñanza y sus dependencias empleadas para alojar a la tropa, mientras parte de los conventos de Santo Domingo y de la Merced se incendiaron. La requisa de comida y caballerías fue constante y arruinó a muchas familias tudelanas. Como ejemplo, tal y como cuenta Luis María Marín Royo, un día antes de salir de la ciudad, el comandante francés envió al Ayuntamiento un requerimiento para que todos los vecinos propietarios de carros y caballerías las pusieran a disposición del ejército antes de las cuatro de ese día, bajo la pena de ser fusilado quien lo incumpliese. Con amenazas más leves, las requisas de ganado se repitieron con el ejército español hasta 1814.

El balance de la derrota española fue de 3.000 prisioneros y 4.000 muertos que quedaron entre Cascante y Tudela

Una vez que Espoz y Mina entró en la capital ribera, los tudelanos también debieron ceder sus casas a las tropas inglesas que colaboraban con las españolas. El Consistorio a través de un bando anunció que la tropa se debía alojar en las calles Muro, San Julián, Cortes, Verjas, San Francisco y La Parra por lo que los vecinos debían dejar abiertas las puertas de sus casas, de nuevo bajo amenazas de severos castigos, físicos y económicos. Después de cinco años de ocupación francesa y excesos españoles, la situación económica municipal era ruinosa hasta el extremo que apenas un mes después de la salida “del francés” decidieron poner a la venta tierra comunal para, de esa forma, poder liquidar la elevada deuda municipal. Para ello vendieron 400 robadas de tierra de la Mejana de Santa Cruz, tratando, de esa manera, evitar nuevos tributos vecinales. El recuento del Ayuntamiento en 1814 de los daños ocasionados ascendió a más de 15 millones de reales de vellón.

Según relata Marín Royo en su libro La francesada en Tudela, seis años de saqueos y ruina, la Diputación, con fecha 17 de mayo del año 1817, solicitó que los municipios enviasen una relación de todos los que sirvieron de voluntarios en la División de Navarra, los muertos de cada sitio, así como los vecinos muertos por los franceses. La relación enviada por Tudela indica que salieron 248 voluntarios, citando 52 muertos y 109 que quedaron inútiles por heridas. Dentro de los 52 tudelanos muertos incluye, aunque no lo hace constar, a los 30 muertos en las guerrillas, más los 22 en la primera batalla de Tudela en junio de 1808.

En los años de dominación francesa fueron numerosos los sacrificios económicos de los tudelanos. Según el cronista Mariano Sáinz se entregaron 15.186.756 de reales de vellón que se destinó a 2.080.729 raciones de pan, 2.221.800 de vino, 2.030.329 de carne, 900.231 de menestra, 1.070.370 de aceite, 283.138 de aguardiente, 708 carros de bueyes o 2.710 carros de mulas.

Recreación de la Batalla de Tudela realizada en 2007 Fermín Pérez-Nievas

El detalle

El Canal Imperial era clave estratégicamente. El sacerdote francés Joseph Branet relató en 1797 su visión de El Bocal tras visitar Tudela. “Si los tudelanos abrieran los ojos permitirían que el canal se continuara hasta puertas de su ciudad o que se recuperara el viejo proyecto. De ahí se podría seguir hasta la altura de Azovia en Vizcaya para comunicar con el Océano. Tudela se encontraría en el centro de las ventajas que resultarían de unir el océano con el Mediterráneo. Verían pasar las mercancías de Bilbao que irían a Tortosa en 8 días y recibir de estos dos puertos lo que le convendría. Esta ventaja para la ciudad también lo sería para el reino, se evitarían a muchos barcos el paso por el estrecho de Gibraltar y hacer llegar las mercancías de forma más segura”.

En su visita realizó una descripción de las mujeres tudelanas. "Las personas del otro sexo llevan raramente en Navarra una red sobre la cabeza, trenzan solamente sus cabellos y los atan formando un moño. Éste es todo su peinado. En verano van con un sencillo cuerpo sin mangas y llevan al volver del río su cántaro sobre la cabeza, costumbre opuesta a la que se observa en Aragón. En la clase baja del pueblo la mujer es algo gruesa, pero entre las señoritas jóvenes apenas hay otra belleza que la juventud. Una costumbre generalizada en Tudela es que casi todos los domingos y días de fiesta, si el tiempo lo permite se ven mujeres y muchachas agrupadas y sentadas en redondo a las puertas de sus casas, jugando a las cartas”.

Grabado francés sobre la Batalla de Tudela Cedida

También describió a las hombres. “En cuanto a los hombres, van todos los días, sin dejar uno, a las puertas de las casas donde se vende vino y allí desde el punto de la mañana hasta las 8 que van al trabajo están hechos unos postes, bebiendo de cuando en cuando pequeños sorbos y hablando de sus asuntos. Es tan gran número, sobre todo si el vino es bueno, que obstruyen a menudo el paso por dichas calles de tal manera que es difícil pasar por ellas. El signo en que se conoce se vende vino en una casa es cuando se ve una escalera colocada delante de la puerta”.

Su llegada a Tudela en 1797 mereció una serie de adjetivos no siempre elogiosos. “Después de vueltas y vueltas llegamos a la gran carretera. El mínimo ruido nos hacía temblar de miedo a que nos robaran, felizmente, mi compañero escuchó una campana y me tranquilizó. Empecé a ver a lo lejos rayos de luz que dejaban escapar los postigos mal cerrados de las ventanas los cuales reemplazaban a los cristales que era muy raro ver entonces. Tudela tiene 9.000 habitantes, es cabeza de Merindad, situada a orillas del Ebro donde hay un puente de piedra de 17 arcos pero muy estrecho (dos carretas pasarían con dificultad al mismo tiempo). Las calles son malas y sucias. Si las calles son estrechas y poco alineadas (a la forma de moros) es una precaución necesaria para protegerse de los ardores del sol que si no serían insoportables. La plaza Nueva, donde se hacen las corridas de toros y novilladas, es bonita y de forma cuadrada”.