No se discutirá que los últimos dirigentes que quedan en Ciudadanos son inasequibles al desaliento, siempre prestos a buscar una tabla a la que agarrarse a pesar del irreversible naufragio. Hace unos meses iniciaron un proceso que dijeron de refundación, y adoptaron una actitud catártica. Todo se podía poner en discusión. La denominación del partido, la sigla, el color identificativo, los modos de organizarse, el programa político. De hecho, llegaron a proclamar que romperían ataduras, convencionalismos y conveniencias, y que pensaban hablar claro por primera vez en la historia del país. Decir lo que otros no decían nunca. Por ejemplo, que el sistema de Seguridad Social está quebrado y que no hay que subir las pensiones. O que es imperioso derogar los regímenes forales porque son insolidarios e inequitativos. Alguien les debió contar la historia del Partido Radical italiano, la sublimación de lo laico y liberal, y supusieron que era el único modelo diferencial que podrían desarrollar para sobrevivir. Porque la dinámica de la política partidaria, no lo olvidemos, es un juego de diferenciación permanente: mostrarse como alternativa a los demás. Resulta que todo ese proceso de cambio en Ciudadanos, que jamás tuvo la mínima posibilidad de sacarles de la morgue en la que están, ha acabado siendo no otra cosa que una pelea de egos. Se ha reducido a un proceso de elección de la facción dominante. Competían entre sí dos personas, Arrimadas y Bal, que se sientan todas las semanas en escaños colindantes, y que se supone no deben andar muy alejados en lo sustantivo. La consecuencia más perceptible es que el menguado grupo parlamentario, de nueve personas, se ha convertido en el perfecto espacio para la desconfianza y el recelo mutuo. La refundación se dirigía a heredar un bote con cenizas, pugnando por el favor de los 7.000 militantes que quedan. Lo curioso es que han inventado una organización en la que figura como líder alguien a quien encomiendan formalmente la portavocía, pero que todo el mundo sabe que es poco más que testaferro de quien realmente ejerce el mando. Han sacado la faca y se han dedicado lindezas, lo único que les faltaba para evidenciar que eso de que encarnaban la nueva política sólo fue un reclamo. Como las cosas que se desarrollan mal suelen acabar mal, el dictamen militante ha sido que la lista de Inés ha ganado por poco a la de Edmundo, pero que este quiere seguir como portavoz adjunto y pugnar de nuevo, adicto al foco, por el cartel electoral en las Generales. Lo único que realmente puede tener un interés a partir de este momento es el éxodo de unos cuantos cientos de cargos municipales y autonómicos que andan mirando el calendario y saben que, o saltan del barco, o en mayo tendrán que buscarse la vida fuera de la política. Apelarán a los tópicos y dirán que ese proyecto ya no les representa, que ha dejado de ilusionar, y que se pueden defender la ideas desde otra sigla. Por supuesto, la del PP, que ya ha proclamado que cuenta con puntos de amarre bastantes como para acoger a los deudos de Rivera.

Ángela Rodríguez Martínez quiere que se le conozca como Ángela Rodríguez Pam, y ejerce como secretaria de Estado de Igualdad. Lo que vienen siendo una viceministra. Te metes en Wikipedia para escrutar la biografía del personaje más popular de esta semana y te encuentras que algún allegado ha estado muy activo retirando la afirmación de que jamás ha trabajado en otra cosa que en la política. Se sabe, no obstante, que aunque no fuera retribuida, ayudó a la Mediaset de Berlusconi a guionizar correctamente el docudrama de Rociíto, que como todo el mundo entiende es el nuevo estandarte de mujer sometida por el machismo. El caso es que Pam -concedamos la denominación que ella gusta- se lo ha pasado muy bien grabando un pódcast de charleta con unas cuantas asesoras del Ministerio, siempre gentiles con su jefa, haciendo gracias sobre los efectos que está teniendo la ley que ellas redactaron –e impusieron– por la que se están reduciendo las condenas a violadores y abusadores sexuales. La diversión continúa en Podemos, todos ellos encantados de saber que por más que insulten a la peña, Sánchez no les sacará del cargo. Su acción política preferida consiste en disfrutar del efecto que en los medios tiene lo que creen que es transgresión, pero que solo representa estupidez. Mientras, el número de mujeres asesinadas por sus parejas no ha bajado en todos estos años de gobierno progresista. Pero que nadie se preocupe: habrá nuevos pódcast.