Los lunes, dada su áspera textura, suelo ver películas antiguas. Como la de ayer: La comedia de los horrores, qué graciosa. La he visto mucho: me la sé de principio a fin. No obstante, siempre la veo como si fuera la primera vez. Es lo bueno de tener mala memoria: que aunque te la sepas, se te olvida. En la comedia de los horrores, cada cual escapa de lo insoportable como puede. En eso, la comedia de los horrores no se diferencia de la vida normal. Por eso resulta tan divertida. ¿A quién no le gustaría meterse en este bonito ataúd, decía Peter Lorre, el orgulloso propietario de la funeraria. En fin, todo el mundo tiene alguna fantasía.

La historia de la justicia no es un avance hacia algo mejor. Hacia una justicia más perfecta, por ejemplo. No funciona así. La justicia en cada época obviamente es la que es. Un acuerdo. Una negociación, en el mejor de los casos. No puede no ser historicista: depende de cómo estén las cosas y los ánimos en ese momento. Igual que la moral, Lutxo. Respecto al monumento, ¿qué me dices?, le digo. Y me dice: ¿Qué monumento? Ya sabes, le digo. El de siempre. Y entonces se pone digno y me dice que se trata de un monumento histórico.

Vaya cosa. Eso ya lo sabemos Lutxo, todos son históricos: es lo que tienen. Pero es muy feo. Esa es la cuestión. No sirve para nada. A ver, yo creo que ya ha estado ahí muchos años. Ejerciendo su función, como quien dice. Fuera cual fuese. Pero ahora nos está impidiendo ver el horizonte, Lutxo. Con esa cúpula tan aparatosa, que me recuerda no recuerdo qué, pero creo que nada bueno. En ese espacio se podría hacer algo moderno que nos gustase a todos. Para los chicos y chicas de hoy, ¿no te parece?, le digo. Y dice: No. Ya sabía yo que me iba a decir que no. Hay gente a la que no le gusta que le digan que no. Lucho es de esos. Lo gracioso es que ellos siempre te dicen que no a todo. Viejos, casi todos, no obstante, en realidad.