Leo estos días con avidez cualquier información que llega de los terribles incendios que han devastado nuestra comunidad. Y en especial me fijo en ese que, originándose en Ujué, rodeó y estuvo a punto de engullir mi querido San Martín de Unx. Me llegan estos días audios, vídeos y mensajes en los que, las personas que están ahí, en primera fila, describen con tristeza la negrura del paisaje, la impotencia de no poder hacer más Los medios de comunicación también muestran imágenes de terrenos arrasados, carbonizados y reducidos a cenizas Sin embargo, en medio de esa tristeza, entre líneas se leen también otras historias Unas protagonizadas por una juventud valiente y generosa que no ha dudado un momento en trabajar a destajo; historias de personas sensibles que arroparon y trasladaron a los ancianos de la residencia haciéndoles fácil ese difícil trago de dejar todo lo que quieren atrás; gente del campo, los más expertos en el terreno, que labran piezas contra reloj, que se juegan su maquinaria de trabajo sin cuestionarse nada; ayuda vecinal para salvar negocios y viviendas, propias o ajenas; historias de acogida, de pueblos vecinos que se sienten más hermanos que nunca Mientras escribo estas líneas la pesadilla no ha acabado. Siguen quedando focos en la sierra de Guerinda que tardará en recuperar su color La incertidumbre está presente, pero sigue habiendo ojos vigilantes que ni el cansancio ni el denso humo conseguirán cerrar. Allí donde fallan las fuerzas, llegan otras manos a ayudar. Y en medio de tanta tristeza, de un paisaje que ha perdido su habitual color, surge ese otro color esperanza del que habla la canción. La esperanza que da tener un pueblo vivo, un pueblo unido, un pueblo en el que la gente trabaja codo con codo, un pueblo que, junto, saldrá de ésta. Un pueblo orgulloso del valor y de la generosidad de su gente. Gracias San Martín. Gracias catatos y catatas, os debemos mucho.