La chispa no es el rayo (tximist) que cuando se convierte en fuego nos calienta la casa, nos acompaña en las noches de invierno, o, con el aire y el viento, en el campo y en el bosque nos hace un hijo de madera, al que solo quema la corteza, porque no puede más, pero nos aterra lo mismo. Las casas, los animales, todo lo que amamos y nos ha costado tanto trabajo y esfuerzo, no sabemos si lo vamos a encontrar como antes o ha desaparecido bajo las llamas, negro, retorcido o simplemente cenizas. Y después, pase lo que pase, hay que seguir viviendo, porque vivir es esto: que cuando menos lo esperas te quedas sin nada, solo con el amanecer, el mediodía y el atardecer; y más tarde la noche para rumiar todo en la duermevela. Si nos veis las manos y los ojos temblando como en el hospital o cementerio es porque cuando nos dejen volver a casa no sabemos lo que nos vamos a encontrar; pero la vida es más fuerte que la muerte y seguiremos luchando. Hemos aprendido la lección. No es un volcán. Con la naturaleza no hay quien pueda; hay que hacerle caso y cuidarla. Mimarla como a los hijos. La tormenta seca, la cosecha y el fuego.