(Con motivo del 2 de noviembre... y la memoria de los fieles difuntos)

Es difícil hablar de la muerte porque hablar de la muerte es como hablar del amor. Una cosa es hablar de ella y otra muy distinta vivirla. No hay palabras que puedan transmitir plenamente el sentido y el significado que esta dimensión tiene entonces en nuestras vidas. Algunos de nosotros ya hemos experimentado de manera indirecta la muerte, porque ha muerto el padre, la madre, el hermano, la hermana o el amigo; o viceversa, desde un punto de vista prejuiciosamente positivo, quién de nosotros no ha experimentado el enamoramiento, el sentir una profunda pasión por alguien o por algo. Estas experiencias son devastadoras o perturbadoras, por utilizar estos adjetivos. Así que las palabras sólo pueden ofrecer una dimensión limitada. “Fuerte como la muerte es el amor” se dice en el Cantar de los Cantares, lo que significa que hay una fuerte cercanía entre los dos temas del amor y de la muerte. Otro gran personaje que siempre permanece cercano, al menos para mí, como referencia de comportamiento, y que es San Francisco de Asís, la llamaba “hermana muerte”.

¿Cuál es el lugar de la muerte? ¿Cuál es el espacio propio de la muerte? El espacio propio de la muerte es el silencio. Una sabia aproximación a la muerte incluye una sana conciencia y experiencia real del silencio. Porque el silencio no es sólo lo grandioso que sucede cuando llega la muerte, sino que es también la matriz de la muerte y de la vida. Es el principio del que nacen y mueren las cosas en su honda y verdadera extensión cósmica, pero también en su dimensión cotidiana. Hay muchas muertes cotidianas que pueden ser fruto de la vida, es decir, pueden traer la vida. Otras, en cambio, pueden a su vez generar un vacío desesperante. En cualquiera de los dos casos, el silencio es el lugar donde se expresan estos pasajes mortales de la vida. La experiencia del silencio es una experiencia importante para prepararse al encuentro con la muerte, la de los demás, la de las cosas, la de la naturaleza y, en última instancia, la nuestra propia. Por cierto, recuerdo que sólo el silencio hace y da espacio a la palabra que transforma, de lo contrario tenemos términos, tenemos informaciones más o menos significativas,…, pero no tenemos palabras que transforman las relaciones, la vida. Hay un vínculo muy estrecho entre el silencio y la muerte, y también entre el silencio, la muerte y la vida. Es como si el lugar de la muerte, que es el silencio, fuera una especie de puerta. El silencio es una puerta.