uando algo va mal, tiende a empeorar. Ejemplo: el PP. Mañueco acepta sin ganas ni confianza arrodillarse ante Casado y adelanta las autonómicas de Castilla y León porque García Egea ha intuido junto a Fran Hervías y ciertos cantos de sirena mediáticos un cambio de ciclo a partir de esta mayoría absoluta y luego en Andalucía, engullendo a Ciudadanos. Y en cuestión de apenas dos semanas, después de visitar día tras día granjas, establos y carnicerías la ley de Murphy rompe sin piedad el cántaro de sus ilusiones. Más: en la sala de cerebros grises de Génova creyeron ver una prevaricación socialista en el reparto de fondos. Sin pausa ni reflexión alertaron al Tribunal Constitucional, repicaron su soflama por todas las puertas posibles del Parlamento Europeo y, sorprendentemente, cuando las autoridades de la UE ya se hartaron de semejante patraña, la propia Úrsula von der Leyen le envía una felicitación a "querido Pedro Sánchez" por su buena gestión con este primer aluvión de millones. El tiro por la culata.

Aún no se han apagado en los rincones del Congreso los desternillantes ecos del voto funesto de Alberto Casero. Mientras se suceden los últimos memes contra este asaeteado diputado extremeño, continúan los improperios recurrentes contra la actitud intransigente e interesada de la presidenta Batet, y en el Gobierno se sobreponen al sudor frío que recorrió su espinazo durante décimas de segundo; en el PP siguen sin digerir la desazón por su gran oportunidad perdida. Ladran contra el pucherazo y a las primeras de cambio los letrados de la Cámara les dicen con toda solemnidad que todo fue legal y que no tienen razón en su queja. Un tropiezo tras otro.

El patinazo de la reforma laboral ha desmoralizado sobremanera a la infantería popular. Nada mejor que tomar el pulso a sus voceros de confianza. Cunde la desesperación entre los más avezados. Empieza a escucharse desde primeras horas de cada mañana que no habrá mayoría absoluta este 13-F. Incluso, que la dependencia de un Vox crecido y revanchista será un hecho si se anhela una mayoría para repetir el gobierno, o hasta hay quien no descarta el sorpasso del PSOE después de una campaña tan patética hablando solo de granjas y Sánchez. Y en pleno desgarro por tantas ilusiones fallidas un lamento atribuido a los barones del partido y que empieza a extenderse con la rapidez propia de la maledicencia: Casado no sabe lo que tiene que hacer.

Frente a semejante panorama aterrador, el riesgo de depresión política anida con soltura entre los estrategas del PP. Han desperdiciado demasiadas balas para acabar dándose de bruces contra la realidad, incluso contra el mal fario, aunque éste se llame Casero. Ahora, les queda el comodín de los presos de ETA. No lo van a soltar. Además, puede ser una ocasión propicia para que los dos diputados expulsados de UPN se sacudan puntualmente la vituperada imagen de transfuguistas que los acompañará para siempre. La ecuación entre trato de favor a etarras a cambio del apoyo de EH Bildu a las peticiones que en cada momento de apuro matemático les va transmitiendo Santos Cerdán ya está en el ventilador de los mentideros. Imposible pararlo. Toda una carga de dinamita verbal para acorralar al ministro Marlaska en incontables sesiones de control, donde la (ultra) derecha campará a sus anchas con un discurso tan hiriente como manoseado que apenas servirá para rellenar páginas del libro de actas de otro pleno más. En tan espinosa denuncia, también es cierto que en los escaños socialistas se escuchan algunas voces incómodas al entender que Interior está jugando peligrosamente con fuego.

Para riesgo, el de mañana. El temor a un escarnio atenaza al PP. Cualquier otro resultado distinto a una victoria aplastante, que no absoluta siquiera, pincharía el globo Casado de manera inmisericorde. Y puede ocurrir con bastante probabilidad, más allá de las previsiones siempre provocadoras del CIS. Solo imaginarse esa escena de rodilla al suelo ante Abascal para sostener otro gobierno autonómico cuando no había necesidad alguna de semejante ridículo y debilidad puede ser lacerante para la estabilidad y el crédito de la actual dirección popular. Hay un miedo cerval al fracaso. Las encuestas propias provocan pavor. Basta siquiera con sentarse a ver cómo temen hasta que salga un domingo lluvioso porque entonces rebajaría la participación. Hasta ahora los fenómenos meteorológicos adversos perjudicaban a la izquierda. Quizá son los primeros síntomas de la depresión andante.