“En todo caso, he sido un presidente importante. Hasta los adversarios lo reconocen. Quizá sí, pienso las mañanas de Navidad, que tendré que ser enterrado en un panteón de prohombre, si se me permite decirlo”. Pagado de sí mismo, tal vez víctima del síndrome del poder, de la burbuja en la que respiran los mandatarios, cargado de ese halo de impunidad que otorga el coche oficial y el palco de honor del Liceu, Jordi Pujol, padre de Convergència Democrática de Catalunya (CDC), escultor del catalanismo moderno y presidente de la Generalitat durante 23 años, escribió sus memorias con el tono de las hagiografías. Probablemente, a Jordi Pujol -que “ha sido mucho en Catalunya, pero no lo es todo”, le definió Artur Mas-, miembro de una de las familias más poderosas de Catalunya y del que muchos creían mejor presidente de la historia, le espere un lujoso panteón cuando repose eternamente, pero, definitivamente, no será el de un prohombre, no al menos después de que el viernes de la pasada semana reconociera su secreto, oculto durante 34 años. Su familia disponía de una fortuna, aún sin concretar, sin declarar a Hacienda. En su escrito, Jordi Pujol vinculaba el origen de ese dinero a la herencia familiar recibida por parte de su padre, Florenci Pujol i Brugat, que escondió el dinero en el extranjero. Un asunto privado, sin resolver.

Nadie creyó la versión del que fue molt honorable. De inmediato, su biografía, que parecía a salvo de los manejos familiares, quedó sombreada. Enfangando por ocultar varios millones de euros al fisco en paraísos fiscales -la ciénaga donde chapoteaban sus finanzas durante tres décadas bajo el señuelo de tratarse de una herencia-, no hay peana que soporte el mito Pujol, que mintió al fisco (también a su hermana, que reconoció que nada sabía de la herencia), pero, sobre todo, a sus electores desde 1980, cuando fue investido como president de la Generalitat por primera vez. Solo por eso, porque nada es más público que el dinero de todos, el caso Pujol no puede reducirse a la esfera íntima. Tampoco lo creen los agentes de la Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal (UDEF), que rastrean el dinero del clan Pujol, una de las familias más influyentes de Catalunya. De hecho, el titular del Juzgado Central de Instrucción número 5 de la Audiencia Nacional, Pablo Ruz, tiene sobre su mesa desde hace semanas un informe de la Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal (UDEF) de la Policía que concluye que los 55 millones de euros que Jordi Pujol Ferrusola, hijo mayor del exlíder de CiU, ha movido en los últimos años por paraísos fiscales tienen un oscuro origen ligado a la “corrupción política”. Con los datos de ese informe, el juez Ruz ha citado a declarar como imputado a Jordi Pujol Ferrusola el próximo 15 de septiembre.

De la caída de su padre, que ante el deterioro de su currículo renunció a sus privilegios de expresident -la pensión vitalicia de 86.400 euros al año, el coche y el despacho oficial- se desconoce cuáles pueden ser las consecuencias.

Pujol fue durante décadas un icono imbatible en Catalunya y uno de los pesos pesados de la política española. “Pujol era un referente en el imaginario colectivo catalán, figura de primer orden, admirada y respetada hasta que todo esto ha salido. Se ha caído un mito, indudablemente. Es un golpe duro, particularmente duro para la sociedad catalana. El impacto ha sido enorme porque nadie lo esperaba”, describe Lluís Orriols, politólogo, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Girona. Figura imprescindible para conocer la historia reciente de la política, su honor ha quedado mancillado ad eternum por algo tan prosaico y vulgar como la codicia. Más si cabe para un hombre que en sus memorias subrayaba que lo poético, la nación catalana, lo simbólico, estaba varios peldaños por encima del dinero, un asunto menor, prosaico. “La idea de ser propietario de un banco (sobre Banca Catalana) con el objetivo de acumular dinero, que es lo que todo el mundo piensa cuando se habla de estas entidades, a mí no se me ocurrió nunca”, relató en sus memorias. Pujol era un hombre envuelto por una bandera, por una causa. “Nadie esperaba algo así porque su figura era muy importante, algo así como un símbolo que estaba por encima del bien y del mal. Incluso cuando empezaron a publicarse noticias sobre su familia, daba la impresión de que Pujol estaba lejos de todo eso”, enmarca Orriols.

el rastro del dinero Sin embargo, el goteo del dinero le señala, de ahí su confesión a modo de sacrificio familiar. No solo el rastro del dinero apunta a los negocios del clan, también la exnovia de Jordi Pujol hijo, María Victoria Álvarez, señaló que la fortuna que la familia del expresidente de Catalunya posee en el extranjero “no es una herencia”. Álvarez insistió en que “faltan más explicaciones del dinero” en el extranjero, que según sus palabras habría engordado por “23 o 30 años de obra pública”. En esa línea argumental, la exnovia del hijo mayor de Pujol otorgó veracidad a los informes de la UDEF sobre las cuentas en el extranjero de la familia, que Álvarez cifró en más de 100 millones de euros. De María Victoria Álvarez parte la denuncia que dio origen a la investigación que desde 2013 está llevando a cabo la Audiencia Nacional sobre su expareja, Jordi Pujol Ferrusola. Victoria Álvarez declaró ante la policía, y ratificó después ante el juez Pablo Ruz, que el clan de los Pujol disponía de cuentas en paraísos fiscales y que el hijo mayor del expresident catalán transportaba a Andorra bolsas repletas de billetes de 500 euros. La denuncia de Victoria Álvarez fue el trampolín desde el que se impulsó la investigación sobre los turbios negocios de los Pujol lejos de la mirada del fisco. La confesión del jerarca de la familia, poniéndose a la orden del día con Hacienda, parece circunscribirse al cerco que los investigadores tejieron sobre los Pujol.

¿Seísmo político? A expensas de lo que dictaminen las investigaciones policiales y, en su caso, la Justicia, sobre la fuga de capitales, la caída de Jordi Pujol también posee un indudable efecto político. En pleno proceso soberanista catalán y tras la reunión que Mariano Rajoy y Artur Mas mantuvieron en Moncloa para seguir enrocados en sus postulados, Jordi Pujol, un activo político para la causa soberanista por su ascendente de gran patriarca del nacionalismo catalán, se ha convertido tras el estallido del escándalo financiero en un agente tóxico, alguien al que evitar, al que rodear con un cordón sanitario. Para aislar la conducta de Pujol, CiU se ha apresurado a sacar del tablero “al padre fundador”, según define Orriols, con el objetivo de no emponzoñar el potencial del proceso soberanista. “El alcance de la caída de Pujol respecto al proceso es limitada porque el proceso se ha aglutinado desde abajo, desde la sociedad, sin la tutela de las elites, que se han rezagado. Así que a efectos prácticos, desde mi punto de vista, las consecuencias para el proceso no serán muy perjudiciales. Soy escéptico de que produzca efectos llamativos sobre el proceso”, desgrana el politólogo.

La cicatriz del caso Pujol será más superficial, calcula Lluís Orriols. “Uno de los argumentarios básicos, de los eslóganes más empleados desde el independentismo es decir que España es corrupta, que España nos roba. Con el asunto de Pujol, esa idea pierde fuerza”. El vergonzoso destape de Pujol, que amasó una fortuna en paraísos fiscales, sí tendrá huella en la percepción que la sociedad catalana tiene sobre los políticos. No tanto porque no hayan existido manejos turbios en Catalunya sino porque nadie esperaba que el protagonista de la historia fuera él.

“El caso de Pujol afecta muy negativamente al estado de desafección de la sociedad respecto a la clase política. En ese sentido afectará al estado de ánimo. A la gente le sale eso de ¡Ostras, también el Pujol!”, esboza Lluís Orriols, que entiende que se abre un tiempo con más interrogantes que respuestas. “Aún es pronto para saber cuáles serán las consecuencias reales del escándalo a nivel político, que indudablemente sería mayor si el dinero oculto en paraísos fiscales viniera de comisiones tal y como ha dicho la exnovia de uno de sus hijos. En cualquier caso, no es fácil saber cuáles serán los costes de todo lo que está sucediendo en el futuro. Habrá que esperar”. Con la consulta fijada para el 9 de noviembre, a Jordi Pujol le aguarda un destino que nunca imaginó, no al menos cuando escribía sobre su panteón.