Ha saltado a los titulares creando cierta alarma social, pero a día de hoy no hay rastro de burundanga. Al menos a la Ertzaintza no le consta “ningún delito en el que los servicios forenses hayan detectado la presencia de la citada sustancia en los análisis efectuados a la víctima”. Pese a no haber ningún caso confirmado de su uso para cometer agresiones sexuales, Guillermo Portero, jefe de los servicios clínicos del Instituto Vasco de Medicina Legal, tampoco lo descarta. “Es posible que haya podido haber y no lo hayamos podido detectar, pero hay muchas más sustancias que tienen los mismos efectos. Si tuviéramos que hacer algún llamamiento, sería: ¡Ojo con el alcohol y con los psicofármacos!”.
Según explica Portero, “hay drogas recreativas, como el GHB (éxtasis líquido) o la ketamina, que si se combinan con el alcohol, producen efectos importantes sobre la memoria”, tales como los que se le atribuyen a la burundanga. Por otra parte, añade, “muchos estudios en sumisión química encuentran exclusivamente alcohol o alcohol con benzodiazepinas, una sustancia muy extendida que se utiliza como relajante. Esa combinación puede remedar perfectamente cualquier cuadro de esos que se describen como típicos de la burundanga”, advierte. Por todo ello, concluye, “desde mi punto de vista se ha exagerado y lo más probable es que haya muchas más sustancias, entre ellas el alcohol de forma significativa, que están produciendo cuadros de sumisión química donde no haya burundanga”.
En el Servicio de Asistencia a la Víctima del Gobierno Vasco no se atreven a poner nombre a la sustancia utilizada, pero por el testimonio de las personas atendidas estiman que podrían haberse registrado ocho casos de sumisión química en diez años, el más reciente en los últimos seis meses. “El relato es de estaba bien, charlando o bailando, y he aparecido a las siete de la mañana en no sé dónde y me faltaba el calzado y el pantalón. La diferencia con una intoxicación etílica es que cuando la gente bebe sin control sabe que estuvo bebiendo, aunque no recuerde en qué momento se desmayó, y aquí no. Hay un vacío y el comportamiento de la persona visto desde fuera parece normal”, explica Lourdes Lorente, coordinadora de este servicio, quien no cree que “habría que alarmarse más de lo necesario”, aunque sí “ser prudentes porque los riesgos están ahí”.
Dado que en este tipo de agresiones “no hay intimidación ni se usa la violencia” y que la burundanga se elimina de la sangre y la orina en cuestión de horas, probar los hechos puede resultar complicado, aunque, “desde luego, son denunciables”, remarca Lorente. “Recuerdo hace años un caso en el que al final el juicio fue por una sustracción de un móvil o una cartera y, sin embargo, el tema de la agresión no se contempló porque no había un análisis de tóxicos hecho en tiempo y forma adecuados. Si se ha producido una agresión sexual, en principio no va a haber ninguna lesión, puesto que no se ha utilizado la fuerza porque la voluntad está sometida. Entonces, es muy difícil encontrar algo físico que apoye esa tesis”, reconoce.
A pesar de todo, aconseja denunciar lo antes posible. “Si cualquiera aparece donde sea y tiene un lapso de seis horas en las que no recuerda qué ha sido de su vida, la recomendación siempre es denunciarlo y cuanto antes mejor para que si va a haber una exploración médica y hubiera algo, se pudiera detectar”.
Tampoco Maite Iturrate, abogada de la asociación Clara Campoamor, considera que haya que “crear una alarma social y pensar que están todo el día echando cosas en las consumiciones”. No obstante, advierte, “esos casos existen”, sea cual fuere el nombre de la sustancia empleada “para abusar de la persona”. En la asociación han tenido conocimiento de varios, ninguno atribuible a la mediática burundanga. “Hace seis o siete años tuvimos un caso en que se suministró Rohypnol, un fármaco que luego se prohibió en España. Lo llamaban la droga de la violación en Estados Unidos. Produce amnesia temporal, es anestésico, no sientes dolor, eres como una muñeca de trapo”, explica esta letrada, para quien “no es que ahora haya más casos, sino que se están denunciando, cosa que antes no se hacía”.
Iturrate admite, no obstante, que “es difícil probar que la víctima estaba privada de sentido” y que “muchas veces, como no hay lesiones, no recuerdan y no saben hasta qué punto ha podido ser consentido, tienen miedo a continuar adelante”. La falta de un análisis toxicológico que avale sus sospechas, dada “la rapidez con la que desaparece del organismo”, tampoco ayuda. “La última que me ha venido, como no recordaban qué había pasado esa noche, hasta que lo reconstruyeron, vieron dónde podían haber estado y pensaron qué podía haber ocurrido, pasaron tres o cuatro días. Para cuando fue...”, relata la abogada, quien precisa que la pena “por una agresión sexual, con violencia, sería de entre 6 y 10 años y por un abuso sexual porque le han dado sustancia sería de entre 4 y 10 años”.
“No eres culpable” En el Centro de asistencia a víctimas de agresiones sexuales, Cavas Cantabria, también han contabilizado “varios casos en los últimos años” en los que han “sospechado que se haya podido utilizar algún tipo de inhibidor químico”, si bien la denominada burundanga o escopolamina, “que se elimina del cuerpo con bastante rapidez”, no ha sido detectada en ningún análisis, confirma Naiara Navarro, psicóloga de la asociación que ha atendido a varias de estas mujeres. “Están muy confusas porque no saben lo que les ha pasado durante horas y de repente se despiertan en un lugar al que no recuerdan haber ido, normalmente solas, y con algún signo de agresión, como vestimenta rota, hematomas, dolor en zona genital e incluso en alguna ocasión restos de sangre”, detalla.
Determinar si es un fenómeno que va en aumento es, asegura, muy complicado. “Por el componente de vergüenza y culpa que pueda ir asociado, sobre todo en situaciones en las que la víctima haya podido ingerir alcohol, y por la amnesia de los hechos ocurridos, en muchas ocasiones puede que no lleguen ni a verbalizar sus sospechas”, señala esta profesional, quien considera “importante mandar el mensaje de que, aunque hayas consumido drogas y alcohol, no eres culpable de que te hayan agredido sexualmente. El único responsable es el agresor, que se aprovecha de que la víctima no puede defenderse”, subraya Navarro.
La abogada de Clara Campoamor censura asimismo esos comentarios en los que se acusa a las víctimas de ir “borrachísimas” y se les insta a que “aprendan a beber”. “Un chico también bebe y puede estar un día inconsciente y no he visto casos en los que vaya una mujer y lo viole”, denuncia. En este sentido, la psicóloga de Cavas defiende la necesidad de educar en el respeto a la mujer. “Deberíamos centrarnos más en que los hombres no cometan agresiones sexuales que en que la mujer intente prevenirlas o evitarlas”.
Se extrae de plantas. La escopolamina es un alcaloide que se extrae de determinadas plantas y cuya mezcla con otras sustancias, como las benzodiazepinas, se conoce con el nombre de burundanga. Una droga utilizada en América Latina para cometer actos delictivos.
Se elimina muy rápido. “La escopolamina desaparece muy rápido de la sangre y se elimina casi antes de las 12 horas de la orina. Las víctimas tardan de media más de veinte horas desde la intoxicación hasta que van al hospital”, indica Guillermo Portero desde el Instituto Vasco de Medicina Legal.
Rastro en el pelo. “El pelo crece un centímetro al mes y dentro de ese centímetro tendríamos que dar con el corte específico del día en que se tomó y que ahí apareciera. Es complicado y, además, no lo podríamos datar. Solo sabríamos que en ese mes lo habría podido consumir”, aclara.
“A determinadas personas no tener grabada en la memoria la película de lo que ocurrió, con todas las emociones de ese momento, los olores, las texturas, la temperatura, les ayuda a caminar hacia el futuro mucho mejor, sobre todo dentro del plano de las relaciones sexuales”, explica Lourdes Lorente, coordinadora del Servicio de Asistencia a la Víctima del Gobierno vasco.
“Fuera del plano de las relaciones íntimas se puede hacer más cuesta arriba porque se genera mucha desconfianza en las personas, una situación de alerta permanente y una dificultad muy severa para conciliar el sueño en tanto en cuanto es un estado de letargo, de inconsciencia. Hay mucho miedo a dormirse por no saber qué puede ocurrir o necesidad para poder conciliar el sueño de estar acompañado de alguien de muchísima confianza”, señala Lorente.