Fátima me muestra sus muñecas. Los fardos le pesan. "Son más kilos de los que dicen", asegura. Le duele todo, dice. La espalda, sobre todo. Los tobillos, las muñecas... "Hoy estoy mala, todo los días estoy mala", cuenta. "Pobrecitas, nosotras las mujeres", añade.
Y mira al resto de las compañeras que aguardan con ella entre los muretes de una acequia seca. Están rodeadas de bultos de mercancías que transportan con la fuerza de su cuerpo a través de la frontera entre Melilla y Marruecos por el puesto de control del Barrio Chino.
Melilla tiene cuatro puestos fronterizos, Barrio Chino (peatonal), Beni Enzar (único internacional), Farhana (vehicular) y Marihuari (paso de escolares).
De lunes a jueves, pasan la mañana en una explanada polvorienta de 13.500m² en la que más de un centenar de camiones descargan paquetes valorados en miles de euros, por los que entre 3.000 y 5.000 porteadoras y porteadores reciben de tres a diez euros por cada uno que trasladan de Melilla a territorio marroquí.
No les da tiempo a hacer más de un par de viajes dentro del arbitrario horario aduanero, que puede durar entre tres y seis horas. "Llegamos de madrugada, esperamos a que abran el paso, nos dan diez euros por bulto. A veces no nos llega ni para el taxi de regreso a Nador (capital homónima de la provincia marroquí, a 16 km de Melilla), pero qué vamos a hacer", se resigna Fátima, mientras hace fila para pasar la mercancía.
"Aquí no hay orden, con estas filas, tanta gente... no se puede trabajar", se queja Ahmed, que solo ha podido hacer un viaje antes del cierre: "Entrego el bulto, me dan un ticket, lo llevo (al dueño) y me da diez euros. Yo pago 40 de alquiler. Así no se puede. Solo tenemos cuatro días para trabajar, nada más", manifiesta.
Hasan lleva ocho años de porteo. Ahora organiza el reparto de los fardos que llegan en camiones y furgonetas. Calcula un trasiego diario de más de 4000 personas, con alrededor de 130 vehículos que dejan 80 bultos cada uno.
En los alrededores hay decenas de furgones aparcados en las calles colindantes, entre predios cercados, donde se almacenan algunas mercancías. Esos paquetes suelen llevar ropa, calzado, mantas, pijamas, tecnología y artículos de ferretería.
Aunque entre Melilla y Marruecos exista una aduana comercial, este tipo de paso de mercancías, que para las autoridades no constituye expedición comercial, es permitido y fomentado porque está exento del pago de aranceles.
Es decir, no se consideran trabajadores. No tienen derechos laborales. No tienen protección social, sanitaria, ni derecho a prestaciones, ni cobertura alguna... Nada.
Tienen un estatus de viajero. Los bultos de 50 y 90 kilos se consideran equipaje de mano.
La Guardia Civil no tiene que saber qué hay en los bultos. Apenas realizan revisiones aleatorias. "La fiscalización es cosa marroquí", explica un representante del Cuerpo.
El Subteniente de la Oficina de Prensa y Comunicación de la Guardia Civil de Melilla Juan Antonio Martín Rivera lista sus labores en esa frontera: "dar seguridad, orden público y hasta auxilio humanitario, para que la mercancía llegue de la mejor forma posible. No puede haber desorden allí. Ni avalanchas ni alteraciones".
"Están ordenando la miseria. Es esclavitud. Está absolutamente fuera de la ley. No se cumplen ni normas laborales, ni de seguridad social, ni de seguridad en el trabajo", resume José Alonso, abogado y representante de Pro Derechos Humanos de Melilla.
El ambiente es tenso. Un inesperado cierre de fronteras, la escasez de bultos. Perder un viaje puede significarles una jornada sin sueldo. Siempre van a intentar llevarse un fardo más. Uno de los organizadores del camión que controla las mercancías empuja e intenta impedir que una mujer consiga uno más. "Ya tienes uno", le grita, mientras la zarandea y trata de sacarla de la circulación.
EL PORTEO
"Verás mucha gente mayor porque no hay trabajo en Marruecos. Ahora que estamos en Ramadán, hay muchos follones, mucho combate (discusiones)", cuenta Hasan.
Este año, el Ramadán comenzó el 26 de mayo y terminó el pasado 25 de junio. Aquellos que lo practican no puede comer ni beber de 6 de la mañana a 9 de la noche. El ayuno y la deshidratación provocan irritabilidad, mareos, náuseas, estrés, ansiedad, dolores de cabeza y calambres musculares, entre otros efectos.
Estima que gana 80 euros a la semana. "Antes el bulto estaba a cuatro euros, ha subido a diez. Pero para los que no tienen casa, no es suficiente. Y cuando cierran la frontera, no podemos trabajar", concluye Hasan.
Fátima, de 35 años, bromea, dice que es vieja porque ya es abuela. Su hija tiene un bebé de un año, ella tiene otro hijo pequeño y su "marido no está". Lleva dos décadas de porteadora. Antes vendía chicles por las calles. Las alternativas a esta labor tan estigmatizada no les da opciones. Otras piden por las concurridas terrazas de Melilla.
"Como el precio del bulto es tan bajo, estas mujeres lo compatibilizan con otras actividades en sus municipios, como empleadas domésticas, vendedoras o mendigan, siempre dentro de la economía informal, porque están muy mal vistas", argumenta Cristina Fuentes, investigadora de la Universidad de Granada que participó en el informe Respeto y Dignidad para las Mujeres Marroquíes que portan Mercancías en la Frontera de Marruecos y Ceuta de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía (APDHA).
Una porteadora, también llamada Fátima, pasa el tiempo que no portea en el bordillo de una sede bancaria, en el centro de Melilla. Luego regresa a Nador, donde tiene seis hijos que la esperan. "Me acerco (a la frontera) cuando me avisan de que hay trabajo, sino, aquí". Su prioridad ahora es conseguir medicinas para su hija que está enferma.
"Nadie las atiende. Si no tienen dinero, no pueden ir al médico. Tienen que pagárselo todo. Hasta el hilo de coser, sus propios medicamentos... Son batalladoras de un trabajo esclavo", considera Abdelkader El Founti, líder sindical de la Central General de Trabajadores (CGT) de Melilla.
Una economía de subsistencia. Así la define Ana María Rosado, investigadora de APDHA que realizó el informe sobre porteadoras. "Les alcanza para comer. Ni para alquileres ni gastos. Todas tienen hijos y lo hacen para darles de comer", afirma.
Es un círculo de pobreza enquistada, agrega la investigadora: "suele ir de generación en generación, de madres a hijas... La mayoría, con niveles de alfabetización muy bajos por un abandono escolar absoluto". Son viudas, divorciadas o han sido repudiadas de su entorno familiar.
Varios porteadores preguntan en qué televisión va a salir la noticia. Algunas de ellas, incómodas ante las cámaras, se ocultan. "Hay que tener en cuenta el desprestigio social que tiene la profesión de porteo, lo que les lleva a invisibilizarse. Al final, ellas solo piden poder trabajar e irse con su familia", explica Ana María Rosado.
Otros sonríen, saludan y piden ser fotografiados. Una mujer levanta los brazos y eleva orgullosa un grito en castellano ¡luchadoras!, por encima de las dominantes discusiones en rifeño.
En medio de una actividad tan extenuante e injusta caben momentos de distensión, como quienes se deslizan con un precario monopatín cuesta abajo 200 metros desde la aduana hasta el descampado para volver a hacer cola e intentar un viaje más.
EL PERFIL
Pese al calor, una media de 29 grados esa segunda semana de junio, las mujeres se cubren con trajes de colores y pañuelos lisos. Contrastan las Nike con las faldas, chilabas y viseras.
Llevan fajas para amortiguar el peso en sus riñones. Algunas se ayudan con patinetes, muchos creados por ellas mismas, con maderos y ruedas.
La crisis y la falta de empleo, comenta José Alonso, representante de Pro Derechos Humanos de Melilla, ha incrementado mucho la presencia de hombres jóvenes y de otras formas del eufemístico comercio atípico o transfronterizo. El contrabando de toda la vida, traduce.
El paso de mercancías en los maleteros de los coches por los puestos fronterizos de Farhana y Beni Enzar es mucho más lucrativo que hacerlo a la espalda. Rondan mínimo los 50 euros el viaje.
Ellas, en cambio, solo optan a patinetes y a sus espaldas. "De todo el circuito, son el último eslabón, las que llevan el peso", declara Ana María Rosado (APDHA).
"Son mujeres fuertes. Vienen del campo, de pueblos recónditos de zonas deprimidas del Atlas marroquí (suroeste al nordeste) donde pasan hambre. Aquí no hay industria, no hay nada en qué trabajar. En Nador solo se gana por el contrabando", describe Abdelkader El Founti (CGT Melilla).
En su mayoría, residen en ciudades colindantes a Melilla: Farhana, Nador, Beni Enzar... Tienen que estar empadronadas en la provincia de Nador. Así no necesitan visado para entrar en Melilla. Se les aplica "una exención de visado en materia de pequeño tráfico transfronterizo entre Ceuta y Melilla y las provincias marroquíes de Tetuán y Nador", según la declaración incorporada al Protocolo de Adhesión al Acuerdo de Schengen.
En estas ciudades de una de las regiones históricamente más deprimidas del país, las principales actividades económicas se limitan al comercio transfronterizo, el turismo, la agricultura y una incipiente construcción. "A pesar del desarrollo económico de Marruecos, el país sufre un elevado nivel de desempleo, pobreza y analfabetismo, especialmente en las zonas rurales", contrasta un informe de la CIA.
Recorrer estos pueblos deja la sensación de una zona a medio construir, tanto calles como casas, zanjas abiertas, toneladas de escombros, esqueletos de bloques de viviendas... También el Ramadán provoca un efecto desolador durante las horas de sol. Todos los establecimientos están cerrados y las calles, vacías.
Este conjunto de falta de oportunidades laborales, discriminación y desidia de autoridades locales les aboca a destrozar sus cuerpos para seguir adelante.Problemas respiratorios, articulares, espaldas deformadas, roturas de tobillo, de tibia, peroné, muñecas, luxaciones de hombros, dolores de cabeza, estrés, nervios... El sol, el polvo, el peso y la falta de sueño y de nutrición envejecen sus rostros y debilitan sus cuerpos.
EL CAOS ORGANIZADO
Para evitar avalanchas y peleas, medio centenar de miembros de la Guardia Civil, apoyados por el Grupo Rural de Seguridad, impone orden. Les coloca en filas en la explanada y mantiene tres cortes a lo largo del pasillo vallado que lleva a las aduanas marroquíes. Hasta que el grupo anterior no llega hasta el siguiente corte, el siguiente está parado.
Hombres y mujeres están separados en todo momento. Incluso recogen la paquetería de distintos camiones, en puntos distantes del descampado. Ellas, en la acequia, escasamente protegida por un puñado de árboles secos.
Ellos, más numerosos, ocupan la parte central del terreno. Esperan sentados, los más impacientes en pie, en una decena de filas flanqueadas por viejos guardarrailes y cubiertos con placas de uralita. Avanzan como si de un puesto de control aeroportuario se tratase. No todos aceptan las órdenes de la Guardia Civil. Se arremolinan, se empujan, discuten, se cuelan, saltan las verjas y desobedecen los perímetros marcados.
"Tenemos que usar la fuerza", me dice un agente, mientras mira cuesta abajo, como un miembro del Grupo Rural de Seguridad ordena sacudiendo la porra que guarden la fila. A lo largo de la mañana, varios reciben porrazos. "Nos tratan como animales", murmura uno de los porteadores apoyado contra un furgón.
De entrada, que esta labor sea digna o no, ni se cuestiona por las autoridades. En recientes declaraciones, el presidente de la ciudad autónoma, Juan José Imbroda, alertó indignado de que “la apariencia es que estamos reventando a personas, algunas mayores, y parece esto una cadena de esclavos de la Virginia del siglo XVIII”.
"Las autoridades lo invisibilizan desde el punto de vista gubernativo porque les interesa los beneficios que deja a la ciudad, por lo que no interesa abordar el problema legal de estas personas", critica José Alonso, representante de Pro Derechos Humanos de Melilla.
Para Abdelkader El Founti (CGT Melilla), "la frontera es un tema de seguridad nacional para poder tenerla controlada. Los comerciantes son los verdaderos culpables, junto a los altos cargos de la Aduana marroquí. Son quienes se embolsan miles de euros a costa del trabajo de los porteadores".
"No hay cifras oficiales, pero se baraja que son mil millones anuales entre las dos ciudades autónomas", explica Cristina Fuentes (Universidad de Granada). A Ceuta le genera 400 millones, según un estudio de la universidad granadina sobre el Régimen Económico y Fiscal de Ceuta, lo que dejaría en 600 millones al año los beneficios para Melilla.
Como remata la investigadora Ana María Rosado: "se ponen los intereses económicos por encima de los derechos humanos".