El 15 de mayo de 1948 culminaba la retirada del ejército británico de suelo palestino y se iniciaba lo que se conoce como la nakba (la catástrofe) por los habitantes de Palestina. El día anterior, para respetar el sabbath (jornada religiosa de descanso) el Gobierno Provisional Judío declaró la creación del Estado de Israel y “garantizó los derechos civiles para todos los habitantes de su territorio, fueran árabes o judíos”. A la vista está.

En realidad, la nakba había comenzado treinta años antes, a raíz de la llamada Declaración Balfour datada el 2 de noviembre de 1917 en carta dirigida por el ministro de Asuntos Exteriores británico a Lord Rotschild, el barón Lionel W. Rothschild y líder de la comunidad judía en Gran Bretaña. Entre otras cosas, decía que el gobierno de su Majestad “ve favorablemente el establecimiento en Palestina (anteriormente se había barajado la posibilidad de ubicarlo en África) de un hogar nacional para el pueblo judío y usará sus mejores esfuerzos para facilitar el logro de este objetivo”.

Dejaba “claramente entendido que no debe hacerse nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina”, y finalizaba con su agradecimiento “si usted hace (pone) esta declaración del conocimiento de la Federación Sionista”. A partir de ahí, aunque años después, las vidas de alrededor de 4.500 familias judías residentes en Yemen iban, inesperada, cruelmente, a sufrir un horror que jamás habrían podido imaginar tras llegar a Israel.

EL éXODO Unos cien mil inmigrantes judíos se calcula que llegaron en los primeros años tras la Declaración Balfour de respaldo al sionismo, una “invasión” que no tardó en originar enfrentamientos con los palestinos residentes, que se recrudecería a finales de los años 30. Llegaban de todas las partes del mundo y exigían o se apropiaban por la fuerza de más y más territorios, tanto que, a pesar del holocausto nazi, el Gobierno británico se planteó la necesidad de restringir la llegada y la consiguiente e imparable voracidad territorial sionista.

Las organizaciones judías respondieron con violencia contra los británicos, de tal forma que fueron tachadas abiertamente de “terroristas”. La idea de que árabes y judíos iban a poder vivir y prosperar juntos y en paz, se reveló, no podía ser de otra forma y se sigue afirmando, absolutamente peregrina. La brutalidad sionista alcanzó su mayor repercusión mundial con el atentado al Hotel King David de Jerusalén (1946) que causó la muerte de 91 personas y el asesinato de tropas británicas.

la tragedia

4.500 niños “desaparecidos”

Enigma por aclarar

El caso de los niños judíos yemenitas se produce entre 1948 y 1954, con la creación de Israel. Al asentarse en el país, los niños eran arrebatados a sus padres inmediatamente después del parto o con la justificación de análisis médicos y “desaparecían”, sencillamente. A sus familias les decían que “habían nacido muertos” o que “habían fallecido por alguna enfermedad”, y si reclamaban el cuerpo para darle sepultura, les respondían que el hospital ya lo había hecho.

El caso no habría trascendido si los padres hubieran aceptado las explicaciones de los sanitarios o funcionarios públicos, y de no haber iniciado una acción que les superaba recién establecidos, desconocedores de las leyes vigentes o de las que empezaban a aplicarse. Por más de medio siglo siguieron sin conocer lo ocurrido con sus hijos, pero los casos eran demasiados como para acallar las demandas y quejas de las familias afectadas.

Todavía en junio de 2016, el primer ministro Benjamín Netanyahu tuvo que encargar al ministro de Seguridad Tzachi Hanegbi que revisara los archivos ocultos e informara sobre el asunto. Hanegbi es un tipo tristemente célebre: “En lo que a mí respecta, pueden hacer huelga un día, un mes, hasta la muerte”, respondió en 2008 al conocer que prisioneros palestinos se declaraban en huelga de hambre.

No hubo ni hay, como era de esperar, respuesta satisfactoria y meses más tarde se dijo que abrirían los archivos. Se conservan aún más de 100.000 documentos y el Gobierno dice que “debe ayudar a que las familias de los niños secuestrados dejen de desconfiar del Estado de Israel”, pero sigue sin ofrecer ninguna respuesta ni se le espera.

Únicamente 745 padres presentaron denuncia en origen, dos tercios yemeníes, pero en 1994 el rabino Uzi Meshulam inició una acción de protesta y amplió las desapariciones a procedentes de los Balcanes y Oriente y un atrevido periódico, Haaretz, las extendió a familias originarias de Europa. No obstante, la proporción sigue siendo del 70% secuestrados originarios de Yemen y sólo el 4%, europeos.

La vivienda del rabino Meshulam se convirtió en centro de la lucha, incluida la armada. Durante 52 días la policía asedió la vivienda, mató a un manifestante y detuvo a Meshulam, condenado a seis años y medio de cárcel, salió a los cinco años y murió en 2013. La sospecha apunta a que los niños “desaparecidos” fueron vendidos, sobre todo en Estados Unidos a matrimonios sin hijos, para financiar la creación del nuevo Estado y ha vuelto a la actualidad a raíz de los recientes ataques de Israel en la franja de Gaza, aunque sigue sin aclararse. En un censo de 1930, los musulmanes eran 486.177, judíos 83.790 judíos, 71.464 cristianos y 7.617 de otras religiones. En 1945, la población era de 1.061.270 musulmanes, 553.600 judíos y 135.550 cristianos. Ahora, la presunta nación palestina se estima en 4,55 millones por 8,55 de judíos. Israel no quiere saber nada del pasado, sabe que el tiempo (y las grandes potencias que prefieren mirar a otro lado) juegan a su favor y es cuestión de tiempo. ¿Qué importan 4.500 niños?