El recientemente fallecido filósofo Zygmunt Bauman en un célebre artículo suyo denominado De peregrino a turista, o una breve historia de la identidad trazaba una diferencia significativa entre el peregrino y el turista en el mundo actual. Para Bauman, todos los hombres somos peregrinos en busca de descubrir o afirmar una identidad estable a lo largo de nuestra vida. El peregrino hallará en el camino una experiencia de autodescubrimiento, un proceso de búsqueda del sentido de la vida y de su propia identidad. Por el contrario, el turista sólo anhela nuevas experiencias, buscando lo nuevo y diferente sin comprometerse con nada. Los turistas viajan, los peregrinos buscan.

Estos últimos años, el gran éxito del Camino de Santiago ha revitalizado los viajes de peregrinación, convirtiendo este tipo de rutas en una experiencia cada vez más buscada por miles de personas de todo el mundo. Lo que quizás no sepa mucha gente es que también en nuestra tierra tenemos caminos de peregrinación, que cada vez van teniendo mayor afluencia de gente año tras año. El Camino Ignaciano, que recrea el viaje de peregrinación del santo vasco Ignacio de Loiola desde su casa materna en Azpeitia hasta la cueva de Manresa en Catalunya, va cobrando fuerza año tras año como viaje de peregrinación.

Pero, ¿quién fue Ignacio de Loiola? Nacido en 1491, era el último hijo de la casa de Loiola. El hecho de ser el pequeño de la familia marcó su vida ya que, a pesar de pertenecer a una familia noble, necesitó encontrar un lugar en la sociedad de la época con el fin de mantener su condición de noble. A los 16 años fue enviado como ayudante del comendador general del Reino en Arévalo, con el que pasó once años, hasta que en 1517, tras la muerte de Fernando el Católico, el comendador cayó en desgracia. Ignacio (que por entonces aún conservaba su nombre original, Iñigo, que cambiaría más tarde al realizar los estudios en París), tuvo que reinventarse de nuevo, sirviendo como soldado para el virrey de Navarra, el duque de Nájera.

Bajo el mandato de este luchó en la defensa de Pamplona contra los franceses que trataban de liberar Navarra de la Corona de Castilla. En la defensa de la ciudadela de Pamplona, una bala de cañón le pasó entre las dos piernas, hiriéndole gravemente la derecha. Los franceses, como muestra de aprecio por su valor en la batalla, cuidaron de Ignacio los primeros días, devolviéndolo a su casa en Azpeitia más tarde.

Vida religiosa En casa, durante el período de convalecencia de su herida, Ignacio se convirtió y renunció a su anterior vida de noble y soldado, optando por la vida religiosa, abandonando todo en la búsqueda de lo que Dios quería para su vida. El Camino Ignaciano, en sus 686 kilómetros a lo largo de 27 etapas, rememora la peregrinación que Ignacio realizó entre su casa natal de Azpeitia, una vez recuperado y convertido, hasta la cueva de Manresa, donde pasó once meses en los que tuvo las experiencias religiosas que luego plasmó en sus famosos Ejercicios espirituales. Se trata de un itinerario en el que el futuro santo logró dar un nuevo sentido a su vida, abandonando definitivamente las imposibles ansias de fama y honor en la Corte truncadas por la herida de guerra.

El camino por tanto comienza en el Santuario de Loiola, en Azpeitia, lugar en el que se conserva la casa torre de los Loiola, transformada en museo. Allí se encuentra la famosa capilla de la conversión, en el mismo lugar donde Ignacio estuvo convaleciente. Su cuñada, que no tenía libros de caballería como él pedía, solo pudo darle dos libros. Uno sobre la vida de Cristo y otro sobre la vida de los santos. La alegría que le produjo la lectura de aquellos libros hizo que se convirtiese, dejando a un lado el honor y la fama y buscando en adelante la santidad. La imagen del santo en su lecho con dos libros que se halla en la capilla ilustra aquel momento.

Después de siete meses de convalecencia y una vez repuesto de la herida, Ignacio dio inicio a su peregrinación. Primero acudió al santuario de Arantzazu, ya en aquella época un lugar de gran importancia, donde pasó, en compañía de su hermano, la noche en vela. De Arantzazu el futuro santo partió solo, sin la compañía de su hermano, hacia Navarrete, donde pensaba encontrarse con su antiguo patrón, el duque de Nájera, a quien deseaba pedirle una cantidad de dinero que este adeudaba. De esta manera se completan las primeras seis etapas del camino en territorio vasco, desde Azpeitia hasta Laguardia, pasando por Zumarraga, Arantzazu, Araia, Alda y Genevilla.

A partir de la séptima etapa entramos en La Rioja, llegando a Navarrete. Allí Ignacio se encontró con el duque de Nájera y cobró la deuda y, según contó en su autobiografía, el duque trató de que se quedase bajo sus órdenes, pero Ignacio no accedió a estas peticiones. Había elegido ya la vida religiosa y no había vuelta atrás. Ignacio repartió el dinero del duque entre algunas personas con las que se sentía obligado y, tras despedir a los dos criados que le acompañaban, se dirigió hacia Montserrat.

Para llegar a Montserrat, el noble azpeitiarra atravesó primero La Rioja y más tarde Navarra y Aragón. Del mismo modo, las siguientes etapas del camino nos conducen por Logroño, Calahorra, Alfaro, Tudela, Zaragoza y Fraga. Este itinerario se basa en el que debió seguir Ignacio conduciéndose a través de las rutas medievales de la época. En la etapa 21 se llega a Catalunya, a Lleida, y, en la penúltima etapa del camino, a Montserrat.

Vestido con un saco Montserrat, en la época de Ignacio, no solo era un importante lugar de culto mariano a la Moreneta, también era un renombrado foco de espiritualidad. Ignacio pasó allí varios días en los que se confesó y colgó su daga y su espada a los pies de la virgen en símbolo de su conversión. Más tarde, tras desprenderse de sus ropas de noble que las entregó a un mendigo, partió del monasterio vestido con un saco, convertido en un verdadero peregrino. Es pues en Montserrat donde se dio el cambio total del Ignacio caballero al Ignacio peregrino.

La siguiente etapa del plan de peregrinaje de Ignacio era Barcelona, donde pensaba embarcar con destino a Venecia, lugar del que partían las naves que se dirigían a Jerusalén, objetivo final de su camino. Pero, al parecer, debido a la posibilidad de encontrarse con algunas personas conocidas de alta alcurnia que se dirigían también hacia Barcelona, decidió parar unos días en una cercana localidad de Manresa. En este lugar pasó unos once meses, en los que su conversión llegó a su cumbre, siendo también el lugar donde Ignacio vivió las experiencias místicas que le condujeron al descubrimiento de su método espiritual, plasmado en su obra titulada Ejercicios espirituales.

En Manresa Ignacio se dedicó a la oración y al cuidado de enfermos, refugiándose en la famosa cueva. Es en esta cueva donde conformó su peculiar camino para entrar en diálogo con Dios. Esta metodología para encontrar a Dios en el interior de uno mismo y en las cosas que a uno le rodean, fue la gran contribución de Ignacio al mundo y la base de la espiritualidad ignaciana. Ignacio siguiendo esta espiritualidad creó la orden religiosa que le dio fama mundial, la Compañía de Jesús, más conocida como los jesuitas. Fue pues en Manresa donde se establecieron los cimientos de su gran obra, que en los siguientes años se extendió por todo el mundo, y que ha llegado hasta el día de hoy.

La Compañía de Jesús Manresa es la etapa final del Camino Ignaciano a donde llegamos en la etapa 27. En la ciudad catalana, descubrimos el santuario que los jesuitas han ido construyendo alrededor de la cueva en la que Ignacio de Loiola puso las bases de la espiritualidad ignaciana allá por el 1522. Si el lugar ideal para el inicio del Camino Ignaciano es la capilla de la conversión en la casa torre natal de Azpeitia, el lugar adecuado para poner el fin será la capilla de la Cueva de Manresa, cerrando así el círculo de la peregrinación que transformó a Ignacio y que lo hizo sanar de la herida que cambió su vida.

Pero el peregrinar de Ignacio no terminó en Manresa. Ignacio logró llegar a Jerusalén, pero no pudo quedarse allí. Otra vez comenzó su caminar: estudió en Alcalá de Henares, Salamanca y París, donde formó el grupo de amigos que se ofreció al papa Pablo III y que sería el germen de la Compañía de Jesús. Un caminar ignaciano que llegó a su fin el 31 de julio de 1556, en Roma, una vez coronada la obra de su vida, la fundación y la consolidación de su orden religiosa, la Compañía de Jesús.

El Camino Ignaciano puede ser una buena oportunidad para aparcar por un rato al turista que llevamos dentro, para volvernos peregrinos en búsqueda de sentido para nuestras vidas.