Desde que Marcelino Lacarra Echarri, de 91 años, comenzó a ir al centro de día de personas mayores Solera Pío XII de Pamplona, el pasado 11 de enero, dice que se encuentra "muy a gusto. Estoy muy contento". El que fuera funcionario del Ayuntamiento de Pamplona, donde trabajó en la limpieza, regando las calles en la sección de obras y como vigilante de jardines, destaca "el buen ambiente de los compañeros" y expresa su deseo de que "tengamos salud para venir mucho tiempo por aquí". De hecho, Marcelino, vecino de Pamplona pero natural de Olite, afirma: "He sido siempre delgado pero fuerte. No puedo cantar victoria, pero hasta la fecha no he estado nunca enfermo. El Señor me ha dado buena salud".

Sin embargo, como apunta su hija, Dolores Lacarra Arellano, "hará cosa de un año y pico que le diagnosticaron un deterioro cognitivo asociado a demencia". Dolores, de 60 años, reconoce que al principio fueron reacios a llevarlo a un centro de día, pero ahora lo aconseja a aquellas personas que se encuentren en una situación similar. "Mi padre está muy bien atendido, está muy bien acompañado y está muy bien alimentado. Aquí tiene estimulación cognitiva y eso vemos que le viene muy bien, porque le hacen muchas preguntas para saber hasta qué punto él es capaz de contestar. Hacen gimnasia, tienen algo de fisioterapia, les tienen muy controlados y la alimentación es muy variada. Veo a mi padre más motivado. Ahora, por lo menos, tiene comunicación. Estamos encantados y él, también".

Como explica la trabajadora social Amaia Azparren Redín, coordinadora de este centro de día, "los usuarios que tenemos son personas mayores de 65 años en situación de dependencia con o sin deterioro cognitivo, con diagnósticos de diferentes tipos de demencias o con distintas patologías asociadas a la edad", si bien "también hay personas sin deterioro cognitivo que necesitan una rutina diaria, una activación, para mantenerse estables".

Azparren explica que "uno de los objetivos del centro de día es mantener las capacidades que tiene la persona usuaria para preservarlas en el tiempo y promover que pueda estar más tiempo en el domicilio, evitando los ingresos residenciales". Para ello, según prosigue, trabajan "de manera integral todas las áreas de la persona pero, como la mayor parte de los usuarios tiene un deterioro cognitivo o una demencia, sobre todo se centran en las áreas de la estimulación cognitiva y físico-funcional", aunque también abordan facetas más sociales, como la parte afectiva y la de ocio y tiempo libre. Así, cuentan con un programa de psicoestimulación cognitiva; un entrenamiento funcional de ejercicio físico; un programa funcional para trabajar las actividades de la vida diaria (vestido, aseo, comida...), además de que realizan de manera adaptada actividades como spinning, zumba, pilates o yoga.

La mayoría, con demencia Respecto al perfil del usuario que acude a este centro, Azparren señala que "la mayoría tiene un diagnóstico de demencia, alzhéimer u otro tipo de demencias afines". En estos casos, el hecho de acudir al centro les proporciona "un orden que les hace estar más estables, porque al final son personas que necesitan una rutina diaria que sea muy estructurada para que se sientan cómodos y seguros. Si les alteramos mucho su día a día se van a desorientar y van a estar peor: más inquietos o agitados. Les hacemos una valoración al inicio, donde vemos qué capacidades tienen alteradas y cuáles no, y las que conservan las trabajamos para potenciarlas y mantenerlas".

Tras esa valoración personal, señala el director general de Solera, Borja Macaya Rípodas, "les ajustamos las terapias y las actividades a sus motivaciones y a sus necesidades. Para eso, con nuestras terapeutas, psicólogas y fisioterapeutas, hacemos diferentes grupos que tienen distintos niveles, en los que vamos trabajando en función de sus capacidades".

Así, un día en el centro empieza a las 9.00 horas, cuando van entrando de forma escalonada los usuarios hasta las 10.00 horas. Entonces, comienza la activación motriz y luego tiene lugar la sesión de Buenos días, donde les orientan en tiempo, en espacio y hacen una lectura de la prensa. Después realizan una primera hora de trabajo cognitivo y, tras un descanso, otra de trabajo físico-funcional. A las 13.00 horas algunos usuarios se marchan a casa con el transporte de Solera o van a buscarles, y otros se quedan a comer. A continuación, tienen tiempo de descanso o de siesta hasta las 15.15 horas, que retoman la programación, con juegos adaptados o ejercicio físico. Tras la merienda, a las 18.00 horas, regresan al domicilio.

La pandemia les obligó a cerrar del 15 de marzo al 15 de junio de 2020 y cuando abrieron lo hicieron "con mucho miedo", confiesa Macaya, que asegura que "hemos conseguido hacer entornos seguros". Azparren recuerda que entonces pensaban que "no iba a venir la gente. Sin embargo, se animaron el 80% de las personas y, además, con muchas ganas".

Como concluye el director general de Solera, "parte de la finalidad del centro de día es evidentemente tener personas estimuladas y ayudar a ralentizar ciertos procesos evolutivos que no se pueden corregir pero que realmente se pueden ralentizar", además de que "permite a la familia conciliar los cuidados con su vida". Un recurso que, según expone Macaya, "combina muy bien con la estancia en el propio domicilio. Creo que nos adaptamos a todas las necesidades que puedan tener". El coste de una plaza concertada son 315,5 € y la plaza privada asciende a 1.068 €.