Tras recorrer más de 4.300 kilómetros a pie, en tráilers o autobuses, enfrentarse a temperaturas extremas, dormir a la intemperie y pasar hambre, los primeros migrantes de las caravanas centroamericanas que cruzan México se han topado en Tijuana con el muro de Donald Trump. Allí han sido alojados en albergues saturados y algunos han comenzado a hacer cola en el paso de El Chaparral para solicitar asilo a Estados Unidos. Habían puesto todas sus esperanzas en llegar a la frontera, pero ahora empiezan a mostrar síntomas de decepción, frustración y desconcierto.

Y no todos han llegado al destino, aún quedan 7.000 personas dispersas por la geografía mexicana. Tras su salida de Guadalajara, la primera caravana, compuesta mayoritariamente por hondureños, se dispersó. Tomaron la delantera muchos hombres jóvenes y atrás se quedaron, sobre todo, mujeres y niños enfermos. Esperan juntarse de nuevo hoy en Tijuana, pero el camino por el norte de México no ha sido igual para todos. Mientras que unos han viajado en autobuses habilitados por autoridades y escoltados por la policía, otros han sido detenidos y enviados a migración. Es lo que les ocurrió el pasado jueves a dos autobuses que trasladaban a migrantes a la frontera. Se toparon con un operativo del Instituto Nacional de Migración (INM) y de la Policía Federal en la carretera Hermosillo-Nogales. En el caso del primer autobús, las personas, entre las que se encontraban muchas mujeres y niños, bajaron y fueron enviadas a perreras de migración. Las del segundo autobús se resistieron a bajar, así que el personal del INM se subió y dio instrucciones al conductor de seguir a las perreras. Fueron llevadas hasta Hermosillo, donde se les informó de que iba a comenzar su proceso de deportación. Sin embargo, debido a la presión de organizaciones de derechos humanos, finalmente han sido puestas en libertad.

Hay también casos de migrantes que han viajado en autobuses costeados por ellos mismos y quienes, ante la imposibilidad de pagar el billete, han tenido que seguir el camino por su cuenta. Es el caso de un grupo de 1.700 personas, también mujeres y niños en su mayoría, que se quedaron abandonadas durante 48 horas en pleno desierto de Sonora. Lo único que había a kilómetros a la redonda era una gasolinera. No tenían comida ni agua. Zona de fuerte presencia del crimen organizado, no es un lugar de paso de tráilers ni autobuses. Estaban totalmente desamparados.

Esta situación fue denunciada por la antropóloga Margarita Núñez, que viaja desde Guatemala con la caravana y que se ha quedado acompañando a los grupos más rezagados. Finalmente, el Gobierno de Sonora ha empezado a enviar autobuses a la zona para trasladarlos hasta Mexicali, Baja California. El trayecto por Sonora es quizá el más duro de todo el trayecto, cuenta con kilómetros de desierto prácticamente deshabitado, con fuerte presencia del crimen organizado y temperaturas extremas. Dania Molina, hondureña, viajó en autobús desde Guadajalara hasta Tijuana. Ella misma compró el billete con ayuda de la sociedad civil de Jalisco y “gracias a que el chófer me hizo una rebaja”. Fueron 38 horas de trayecto sin escalas. “Cuando pasamos por el desierto de Sonora vi a algunos compañeros pidiendo un ride (haciendo autoestop) a pleno sol”, recuerda, todavía conmocionada.

OTRAS CARAVANAS

Tras la primera caravana migrante caminan otras tres con el mismo destino. El viernes partió de Ciudad de México un grupo de 1.200 personas, en su mayoría hondureños, hacia Jalisco con la intención de hacer la misma ruta. En la capital azteca se han quedado otras 1.500 personas, sobre todo, hombres solos salvadoreños, y avanza por el sur una cuarta caravana más pequeña, de unas 500 personas.

Ciudad de México habilitó hace más de una semana el estadio Palillo de la ciudad deportiva para acoger y atender a las distintas caravanas que van llegando a la capital. En el recinto se levantaron carpas y se instalaron diferentes organizaciones como Acnur, Oxfam o Unicef. Pero ahora, el ambiente en el estado Palillo es de desmantelamiento. Lo confirma un miembro de la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México, encargada de su organización. “Pronto partirá el grupo de salvadoreños y la caravana que viene atrás es mucho más reducida, así que la idea es alojarlos en diferentes albergues. Las carpas se están desmontado, de hecho, en la principal ya no hay nada”, explica.

Blanca Vázquez y su hija Bernarda Elisabel, de 24 años, caminan entre las gradas, de las barandillas cuelgan camisetas, pantalones y ropa interior. Abajo, en el campo, dos niños juegan a fútbol. Son de las pocas mujeres y niños que se ven en el estadio Palillo, en el que la mayoría son hombres salvadoreños. “Yo no quiero seguir, me da miedo”, empieza la mujer. “Dicen que los hondureños están intentado saltar la valla, eso no me gusta, yo no quiero violencia, a mí me gustaría pedir asilo a los Estados Unidos, pero de forma pacífica. Ellos están armados, nosotros vamos solo con nuestras uñas, no quiero verme envuelta en violencia por culpa de unos pocos”, asegura. El flujo de información entre las caravanas es constante vía whatsapp, pero también de rumores falsos o exagerados.

“A mí no me parece bien quebrantar las leyes de un país. Yo quisiera regresar, pero mi hija quiere llegar hasta Estados Unidos. No sé qué hacer”. Blanca y Bernarda Elisabel llevan cuatro días en el estadio Palillo. “Me siento mal, tengo que estar esperando a que me den de comer, me paso el día sin hacer nada, no me gusta, yo estoy acostumbrada a trabajar y quiero llegar a Estados Unidos para trabajar, es lo único que quiero hacer”, cuenta esta mujer, acostumbrada a jornadas laborales que comienzan antes del amanecer y que no terminan hasta que anochece. “Me han dicho que Canadá igual nos da visas”, lanza la mujer.

Canadá se ha transformado en el nuevo sueño de los salvadoreños que están en el estadio Palillo. Todo por el padre Alejandro Solalinde, un sacerdote defensor de los derechos humanos que les está acompañando y guiando en el camino. Ahora ha anunciado que está negociando, con ayuda del obispo canadiense Leonardo Martín Saavedra, “un puente aéreo” para el traslado de los migrantes a ese país.

Antonio Adalid lleva la lista de las personas que quieren pedir asilo en Canadá. Tiene apuntados en su cuaderno 700 nombres por el momento. Cuando salió de El Salvador, su intención era llegar a Estados Unidos, “pero el padre nos va a ayudar a llegar a Canadá”, sostiene. “No quiero estar preso en Estados Unidos”, deja claro. “Hemos cambiado de opinión, está imposible entrar en Estados Unidos”, coincide Oscar Arturo Gómez, también salvadoreño.

Mientras, en Tijuana, la tensión crece por momentos. Para hoy hay convocada una manifestación para protestar por la presencia de los migrantes centroamericanos en la ciudad. Y las declaraciones del alcalde, Juan Manuel Gastélum, no ayudan a apaciguar los ánimos. En las últimas horas les ha llamado “vagos” y “marihuanos” y les ha acusado de amenazar “la seguridad y la tranquilidad” de la ciudad fronteriza.