Edirne (frontera turco-griega). El denso gas lacrimógeno y las ráfagas de disparos se han vuelto rutina en la frontera turco-griega, donde el cansancio y la frustración han hecho mella en muchos refugiados que se sienten como peones en un juego político que no comprenden.

En la mañana de la sexta jornada de la oleada migratoria, un nuevo intento de cruzar la valla en el paso de Pazarkule, cerca de la ciudad turca de Edirne, donde desde el viernes acampan miles de refugiados, desencadenó una carga policial griega con gas lacrimógeno y ráfagas de disparos.

UN MUERTO, SEGÚN TURQUÍA

Según las autoridades turcas, esa agresión de la parte griega causó un muerto y dejó heridos a otros cinco hombres.

Un comunicado de la oficina del gobernador de Edirne asegura que Grecia utiliza "bombas de humo y de sonido, gas lacrimógeno, balas de plástico y munición real" y que las seis víctimas sufrieron impactos de balas reales.

Atenas, por su parte, ha negado categóricamente que haya habido muertos por causa de los disparos de sus fuerzas del orden.

Un refugiado sirio de 24 años, que se identificó como Hatim, oriundo de Raqa, aseguró a Efe que los soldados griegos disparan botes de gas y también balas de goma "todos los días".

EMPUJADOS POR TURCOS, REPELIDOS POR GRIEGOS

Estas cargas se producen, aseguró, porque policías turcos enmascarados que se hallan en el campamento fronterizo distribuyen alicates a los refugiados y los animan a cortar la valla para lanzarse en avalancha a territorio heleno.

"Nos dan alicates, nos animan, nos dicen que somos mil y que los griegos no podrán frenarnos, pero entonces ellos (los griegos) disparan y hay heridos", explicó Hatim.

El joven lleva cuatro días en la zona y antes de llegar al paso de Pazarkule ha intentado cruzar, sin éxito, el río Evros, que hace de frontera entre Turquía y Grecia, en algún punto de su cauce de 120 kilómetros al sur de la ciudad de Edirne.

Ahora se dice dispuesto a bajar hasta la costa del Egeo para intentar cruzar en una lancha a la islas griegas, como ya hacen estos días cientos de refugiados cada jornada.

Muchos migrantes han indicado a Efe que conforme llegan desde Estambul u otras ciudades turcas a Edirne para acceder al paso de Pazarkule, que creen abierto, la policía turca los conmina a distribuirse a lo largo del río Evros y les ofrece autobuses alquilados para la ocasión.

Durante varios días, el pueblo de Doyran, a unos 20 kilómetros al sur de Edirne, se convirtió en un campamento improvisado, pero el martes al anochecer la policía turca obligó a todos los migrantes a montarse en autobuses para llevarlos unos 30 kilómetros más al sur, al municipio de Uzunköprü.

DE ORILLA A ORILLA DEL EVROS

"Nos hicieron bajar a medianoche en la orilla y allí esperaba una barca para cruzar el río, previo pago de cien liras (15 euros) por cabeza. Iba y venía, dejaba a gente en la orilla griega y venía a por más", relató a Efe un joven sirio que dijo llamarse Ahmed.

"Nosotros nos negamos, porque hemos venido para cruzar por una frontera abierta, oficial, tal y como se había dicho en las noticias, y no para caer en manos de traficantes", se indignó.

Asegura que quienes cruzan el río siempre acaban detenidos por los policías griegos que, dice, les despojan de todas sus pertenencias, a menudo de sus zapatos y hasta de su ropa, antes de obligarlos a volver a suelo turco.

Junto con varios amigos, Ahmed caminó durante unas diez horas siguiendo el río para volver a Doyran, con la intención de llegar a Edirne, pero en un primer intento la policía turca le impidió continuar el camino y lo llevó de vuelta al punto de partida.

OFERTA DE REGRESO A LOS MÁS AGOTADOS

En la zona fronteriza de Uzunköprü cientos de refugiados deambulan perdidos por los campos, como pudo comprobar Efe, al tiempo que se observa un continuo ir y venir de autobuses privados y coches de policía.

Pero los agentes no permiten trabajar a la prensa e impiden incluso hablar con los refugiados, entre los que se encuentran familias con niños pequeños.

En una gasolinera de Uzunköprü, el conductor de una furgoneta vocea que su destino es Estambul, ante la mirada apática de sirios, iraquíes, afganos y paquistaníes, que acusan días de cansancio, de frustración, y noches a la intemperie, varios de ellos sin zapatos.

"De aquí los llevamos de vuelta a sus casas. Esto se ha acabado", zanja el conductor.