rancisco abre las puertas de los templos y se incrusta en la sociedad que nace con el siglo XXI, la globalización, las migraciones, el cambio climático, la economía y la política. Dice que la globalización es viajar todos en la misma barca -aunque más bien parece estar pensando en una patera-, que los migrantes tienen derecho a aspirar a una vida mejor, que el mercado no lo arregla todo y que el liberalismo es el cuento de siempre para favorecer a los ricos. Que cuidar el planeta es un gesto de humanidad. Que hay un nacionalismo xenófobo y malintencionado en el que todo vale en pos de la unidad nacional, que la palabra populista es el insulto de moda y que hay que diferencias entre populista y popular, que no es lo mismo. Se siente militante de la paz frente a la destrucción de seres humanos que supone toda guerra.

Al general de los jesuítas -conocido en círculos vaticanos como “el papa negro”-, Arturo Sosa, le ha sorprendido de la encíclica “la capacidad para describir las sombras del mundo en el que vivimos con un realismo que conmueve y al mismo tiempo señala la esperanza y el camino por el que podemos hermanarnos”.

El Fratelli Tutti (Hermanos todos), que es el nombre de la encíclica, va más allá del cristianismo. A la superiora de las misioneras claretianas, Yolanda Kafka, lo que le ha sorprendido es “que el Papa diga ‘me he inspirado en San Francisco, pero me ha estimulado el imán Ahmed’. Que un imán suní le haya provocado dar este paso me parece de una gran humildad y habla de su capacidad de visión universal y de incluir todo bien en la búsqueda de un bien mejor”

El propio Ahmed Al-Tayeb respondía a la encíclica con un tuit diciendo: “El mensaje de mi hermano el papa Francisco, Todos somos hermanos, es una extensión del documento sobre la fraternidad humana, revelando una realidad global en la que sus posturas y decisiones son defectuosas, y los vulnerables y marginados pagan el peaje por eso... Un mensaje que se dirige a quienes tienen buena voluntad y conciencia. La humanidad recupera la conciencia”.

El pontífice argentino pretende promover la vieja aspiración a la fraternidad mundial y a la amistad social. Y lo hace a través de una encíclica, algo así como un manual de instrucciones para los católicos en un mundo globalizado. Para ello utiliza la metáfora de una barca en la que viajamos todos, quizás pensando en una patera, para llamar la atención de la cristiandad sobre el desprecio con el que se trata a la vida de los más vulnerables.

Quizás fue aquella visita a Lampedusa la que provocó tanta conmoción a Francisco. Esta encíclica está plagada de alusiones, tanto directas como indirectas al drama de la migración. Bergoglio proclama “No a la cultura de los muros”, más adelante reivindica que “Los derechos no tienen fronteras” y lo aclara señalando que “los migrantes deben ser acogidos, protegidos, promovidos e integrados”. Y Francisco lo argumenta recordando que son “vidas que se desgarran, huyendo de guerras, persecuciones, desastres naturales, traficantes sin escrúpulos, desarraigados de sus comunidades de origen”.

El Papa reconoce que “hay que evitar migraciones no necesarias creando en los países de origen posibilidades concretas de vivir con dignidad”. Pero al mismo tiempo reivindica, “el derecho a buscar una vida mejor en otro lugar” que “debe ser respetado”

Arturo Sosa también destaca de la encíclica que “ante la tendencia a dividir por países, naciones, religiones.., el Papa invita a aproximarnos, a comunicar, a acoger, a hermanarnos”

Jorge Mario Bergoglio dirige a los líderes de los países desarrollados la petición de “aumentar y simplificar la concesión de visados; abrir corredores humanitarios; garantizar la vivienda, la seguridad y los servicios esenciales; ofrecer oportunidades de trabajo y formación; fomentar la reunificación familiar; proteger a los menores; garantizar la libertad religiosa y promover la inclusión social”.

No hay más que echar un vistazo a la encíclica para comprobar la gran preocupación del pontífice por este drama. Es algo recurrente en el documento.

Pero el Papa no solo hace doctrina sobre la migración. A Francisco, la pandemia le pilló en plena elaboración de la encíclica “cuando estaba redactando esta carta, irrumpió de manera inesperada”, señala. Pero parece que este nuevo cataclismo mundial no le estropeó ninguna de sus reflexiones, más bien las apuntala. “La emergencia sanitaria mundial ha servido para demostrar que nadie se salva solo y que ha llegado el momento de que soñemos como una única humanidad en la que somos todos hermanos”. Y llama los cristianos (también a los que se dedican a la política) a “reconocer a Cristo en el rostro de todos los excluidos”.

Tanto es así que Bergoglio les dedica todo un capítulo. A los excluidos no, a los políticos. Los primeros están presentes en toda la encíclica.

El Papa va directo al centro del debate político del siglo XXI. Si el XX lo marcaron las luchas entre capitalismo y comunismo, en el actual el debate ideológico arranca en el liberalismo y el populismo. Pero Bergoglio va más allá y evita confundir al popular con el populista. “El desprecio de los débiles puede esconderse en formas populistas, que los utilizan demagógicamente para sus fines, o en formas liberales al servicio de los intereses económicos de los poderosos”.

Francisco enfrenta la fraternidad con el individualismo, marca una raya y pide a los cristianos del mundo que den un paso y se alineen a favor de la conciencia social.

Yolanda Kafka también se ha visto sorprendida por el “entretejido de doctrina social y espiritual de la encíclica”

Sobre el populista o el no populista, Francisco afirma que “ya no es posible que alguien opine sobre cualquier tema sin que intenten clasificarlo en uno de esos dos polos, a veces para desacreditarlo injustamente o para enaltecerlo en exceso”.

En cambio advierte de la existencia de “líderes populares capaces de interpretar el sentir de un pueblo, su dinámica cultural y las grandes tendencias de una sociedad”. Todo un argumentario cristiano para el debate político.

En lo que respecta al nacionalismo, Bergoglio advierte del resurgimiento de “nacionalismos cerrados, exasperados, resentidos y agresivos. En varios países una idea de la unidad del pueblo y de la nación, penetrada por diversas ideologías, crea nuevas formas de egoísmo y de pérdida del sentido social enmascaradas bajo una supuesta defensa de los intereses nacionales”.

Deja implícita la existencia de más de un nacionalismo. El que acoge, integra, tiene una vocación social y de protección del débil y otro, el insensible, el que segrega, el que no admite disparidad de culturas, idiomas o costumbres. Por si hay alguna duda, el Papa matiza. “Nacionalismos cerrados y violentos, actitudes xenófobas, desprecios e incluso maltratos hacia los que son diferentes”. Y lo deja aún más claro cuando señala que en ese nacionalismo “el inmigrante es visto como un usurpador que no ofrece nada. Así, se llega a pensar ingenuamente que los pobres son peligrosos o inútiles y que los poderosos son generosos benefactores”.

Francisco advierte de que “sólo una cultura social y política que incorpore la acogida gratuita podrá tener futuro”.

A los neoliberales, el Papa les recrimina que “el mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal. Se trata de un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente”.

Arturo Sosa finaliza reconociendo que Francisco le ha conmovido por “su deseo de seguir soñando en un mundo mejor en el que son posibles las relaciones solidarias. No es un sueño individual, es un sueño colectivo”, resume.