espués y durante cada crisis de este siglo, hemos oído repetidamente, o lo hemos dicho nosotros mismos, que nada volvería a ser igual, que la crisis provocada por los ataques terroristas contra Nueva York, o la debacle financiero-inmobiliaria de 2008, o la pandemia que nos aflige desde marzo, iban a cambiar nuestra forma de vida.

Y todos tenían o teníamos razón, porque las cosas cambian continuamente y nunca se vuelve a lo mismo: tanto nosotros mismos como nuestro entorno vamos evolucionando constantemente.

Pero ciertamente que estas tres crisis dejaron cambios específicamente producidos por el miedo al terrorismo, o por la especulación financiera y, ahora, por las tragedias de la enfermedad unidas a un desastre económico mundial al que de momento no se le ve el fin.

Al mismo tiempo, en un país innovador y en cambio contante como son los Estados Unidos, los problemas creados por el covid-19 parecen más bien un acelerador de una revolución que estaba ya en marcha.

Los medios para llevar a cabo muchos de los cambios experimentados en el último medio año, estaban ya ahí desde hace tiempo, pero ni los patronos tenían gran apetito a perder el control diario de la presencia de sus empleados en las oficinas, ni muchos de los empleados se sentían cómodos lejos de las estructuras de su lugar de trabajo.

Todo esto ha cambiado de una forma que no hace falta explicar pues la experiencia es semejante en todo el mundo industrializado, pero merece la pena señalar las empresas que van a ser las grandes beneficiarias de esta nueva fase, las consecuencias para los inversores y los asalariados, así como algunos peligros en los que muchos no habían pensado hasta ahora.

En Estados Unidos, donde invertir en la bolsa es algo casi tan popular como seguir los campeonatos de béisbol, grandes y pequeños inversores ven como las espectaculares subidas de los últimos meses se centran en grandes empresas de informática, como pueden ser Apple o Microsoft, o en quienes pueden garantizar el transporte de mercancías sin necesidad de desplazarse a una tienda, o incluso comercios tradicionales, como grandes almacenes que han sabido desarrollar las ventas por internet.

De esta manera, las subidas de las bolsas no corresponden a la totalidad del mercado, sino que se centran en estas pocas empresas, además de las que parecen más capaces de ofrecer una solución para la pandemia por medio de vacunas o tratamientos.

Si el auge de laboratorios y de centros médicos es consecuencia directa de la pandemia, las empresas como Amazon o Microsoft, Facebook o Twiter, llevan ya tiempo con grandes avances en los mercados y solamente los han acelerado ahora por la coyuntura favorable a lo que ellas ofrecen.

Menos visibles, pero igualmente ganadoras en esta carrera, están las empresas de semi- conductores, que en estos momentos tienen la ventaja adicional de no enfrentarse de inmediato a una posible competencia china, sino que es China quien las necesita para fabricar los productos que vende internacionalmente. Quizá Pekín consiga independizarse más delante de las importaciones norteamericanas, pero de momento sigue muy atrás en este campo.

Al mismo tiempo, el desarrollo de estas empresas trae consigo nuevas fórmulas de comunicación de masas que van restando importancia a los medios tradicionales como diarios y televisiones, porque cualquiera, especialmente entre las generaciones jóvenes, tiene acceso inmediato a noticias de última hora a través de las "redes sociales" como Twiter o Facebook.

Y ahí es un terreno donde se generan sorpresas y posiblemente nuevos focos de tensión. Se trata de lo que algunos consideran una "censura", ejercida no por el gobierno de Estados Unidos, sino por las propias empresas que parecen tener más capacidad que los funcionarios para controlar el flujo de información.

Esto es así porque la libertad de expresión está garantizada por la primera enmienda de la Constitución norteamericana, en la que se citan cinco derechos inalienables para los ciudadanos de la entonces nueva república: libertad religiosa, de prensa, de asamblea, de expresión y de elevar peticiones al gobierno.

Pero las empresas informáticas, al menos de momento, se consideran libres para censurar el contenido de lo que sus clientes ponen en las redes. Y lo hacen, a veces a gusto de muchos y otras a disgusto.

El último disgusto ha sido del Partido Republicano porque considera que tanto Twitter como Facebook han tomado partido por los demócratas, el bloquear las cuentas de la portavoz de la Casa Blanca, de la campaña electoral del presidente Trump y del diario que publicó información perjudicial para el candidato demócrata Joe Biden.

La justificación de estas empresas fue que no había garantías de la veracidad del reportaje, según el cual el hijo de Biden se benefició del cargo de su padre (vicepresidente con Barak Obama) y logró contratos importantes a cambio de poner a empresas extranjeras en contacto con el gobierno de Estados Unidos.

En el ambiente enrarecido por la lucha electoral, cada partido ve la actuación de Twitter y Facebook bajo una luz diferente y mientras los demócratas celebran la "integridad" de ambas empresas en su busca de la verdad, los republicanos los acusan de censores.

No habrá acercamiento de posiciones, pero el caso habrá de servir para dar una idea del mundo que se avecina y las coordenadas en que hasta ahora nadie había pensado de lo que traerá la revolución informática.