Te has ido y todavía no me lo puedo creer. Parece mentira cómo una llamada de teléfono lo cambia todo en un segundo. Mi madre dice que ahora sabe qué es que te duela el alma, y la entiendo perfectamente.

José Luis Garayoa, estoy segura de que no te has visto marchar. Si no, te hubieses despedido con un post larguísimo en tu Facebook o con un artículo en tu blog (https://joseluisgarayoa.com/) que nos hubiese hecho llorar y reír.

¡Quién lo iba a pensar! Un hombre que salió vivo de un secuestro de la guerrilla en Sierra Leona, que ha pasado 21 malarias, que libró del ébola y ahora, te lleva el maldito COVID. Casi sin avisar. Ayer un video chat y hoy, una insuficiencia respiratoria, y ya no estás.

Te has muerto en EE.UU, el país más avanzado del mundo. Pero poco nos ha servido, porque tienen sus hospitales más colapsados que los nuestros. Ahora que estabas disfrutando tanto de la derrota de Trump.

A mí, 68 años se me hacen pocos, porque me hubiese gustado disfrutarte mucho más tiempo. Sin embargo, muchos tendrían que vivir cien vidas y no alcanzarían a tener la mitad de intensidad que ha tenido la tuya. Siempre tuviste claro lo de ser misionero. Clero sí, pero no en cualquier lugar, ni de cualquier modo. Fuiste capaz de sacar adelante a un montón de chavales de la calle en Costa Rica. Revolucionaste todo Sierra Leona con tus proyectos, tus ideas y tu esperanza de futuro para ese país. Te secuestraron, pero no renunciaste. Te pusiste en peligro por denunciar la mutilación genital femenina y enfrentarte a la ‘bondo society’. Y conseguiste que muchos pasásemos por allí y entendiésemos por qué estabas tan enganchado a África. Ahora, tu destino en El Paso te daba la oportunidad de ayudar a muchos inmigrantes sin papeles, en situaciones realmente complicadas.

Siempre has sido mi cura favorito. El único capaz de hacerme ir a misa, porque tus sermones abrían los ojos de los feligreses como platos y les hacían revolverse en las bancas.

Arriesgado. Implicado. Cabezota como nadie. Con habilidad para llenar mi trastero con tus aparejos. Incapaz de contestar a un mensaje. Pero especialista para ‘enredarnos’ en las situaciones más peregrinas. Y yo te adoraba por eso. Y porque también podías pasar horas muertas haciendo malabarismos con naranjas para entretener a sus sobrinos-nietos. Y porque eras generoso como para gastarte todos tus pocos ahorros y comprarme aquel perro naranja de peluche que guardé hasta que lo devoró la polilla. Y porque eras mi mejor pareja de mus, siempre a tumba abierta. Y porque sabías ver a las personas desde mil prismas distintos.

Pepe. ¡Nos dejas una pena tan grande...! Me cuesta tanto pensar que no vamos a volver a verte. Que te has ido estando tan lejos, sin tener tiempo de decirnos nada.

Que estas palabras sirvan como la despedida que no hemos podido tener.

Te quiero infinito.