Querido papá,

Se canta lo que se pierde. Bien lo sabías tú. Y hoy te escribimos esta carta, muy a nuestro pesar, porque te hemos perdido. Llevabas años intentado prepararnos, con esa serenidad que solo tienen quienes se sienten en paz consigo mismos y con el mundo, para este momento. Pero mira por donde, en este terreno y seguramente en algunos otros, no hemos sido muy buenas alumnas. Por sabida, tu marcha no ha resultado menos dolorosa.

Navarra ha perdido a un referente del mundo de la educación y la cultura. Nosotras, mucho menos importantes que tú, hemos perdido a nuestro padre. El que mientras escribía la memoria de su acceso a cátedras en su antigua máquina de escribir acunaba al mismo tiempo a su hija recién nacida. Aquel que de niñas nos hizo ser, mediante ese juego de entrevistas que tanto practicábamos, la cantante Madonna, el personaje televisivo Espinete y tantos otros. Aquel que narraba, mientras nosotras nos disfrazábamos y hacíamos de jóvenes modelos, esos desfiles tan divertidos. El que nos enseñó que pasar las mañanas de domingo en la librería el Bibliófilo eligiendo libros podía ser tanto o más divertido que estar en el parque. El que nos daba la cena mientras mamá impartía clases en nocturno y nos arropaba relatándonos mil y una historias. Quien, en la intimidad familiar, contaba unos chistes desternillantes y poseía un sentido del humor envidiable.

Hacía tiempo que ya no viajábamos juntos. Las vacaciones que hicimos con mamá y contigo a Venecia, a Atenas, a París… siempre aprendiendo del profesor y disfrutando del padre. Tú, ligero de equipaje y cargado de libros. Las mil y una anécdotas cuando Pitina y tú veníais a vernos a Viena en la época en que ambas coincidimos viviendo allí. En el primer viaje ya te hiciste amigo del bibliotecario del Instituto Cervantes -tu refugio español en Austria- y en el siguiente, aún no sabemos cómo, el embajador español te trajo en su coche oficial a casa. Seguro que todos vieron en ti lo que nosotras: a un hombre discreto y afable, enamorado perdidamente de las letras y de su tierra.

No te sorprenderá saber que tus cuatro nietos, a quienes tantísimo querías y a quienes les contabas con devoción las míticas historias de tu amigo Julianín, están llevando tu partida con entereza, naturalidad y, por supuesto, tristeza. Supieron despedirse de ti y cada uno, a su manera, te sigue recordando. Han dejado galletas delante de una de tus fotos, “porque al lito le gustaban”. Saben que, en el terreno culinario, su abuelo no podía resistirse a un arroz con leche o a un buen dulce. Cuando crezcan les recordaremos que tampoco sabías decir que no a cualquier escritor que necesitara de un consejo, de una corrección, de un prólogo… Sabrán que su (abue) lito siempre denunció como una de las más graves formas de injusticia la falta de educación y de cultura, y que por eso dedicó su vida de manera solidaria y altruista a ayudar a los más desfavorecidos. Destacaremos que en tu escala de valores los ancianos ocupaban, muy a contracorriente en estos días, un puesto de honor. Recordarán que Lerín fue tu particular patio de recreo hasta tus últimos días. No olvidarán, en fin, que era casi imposible conocerte y no quererte.

Nos despedimos, papi. Como ves, hemos ido sobre seguro: el género epistolar era uno de tus favoritos y no hemos querido arriesgar. Dignas hijas de su padre, que diría mamá.

Te queremos, por siempre,Irene y Ana Yerro Vela