No vengo aquí a hablar de Luis acerca de su faceta como fotógrafo extraordinario que era, en la que invirtió mucho tiempo, profesionalidad y saber hacer. Ahí están sus fotos. Pedazo de fotos. Echadles un vistazo; o mejor todavía, deteneos a verlas. https://luisazanza.com. Ni siquiera vengo a hablar acerca de su humanidad; aquella que todas las personas que le conocimos sabemos que, siempre que pudo, fue generosa, amable, disfrutadora y vital en el mejor sentido que estas palabras puedan tener. Vengo a hablar sobre lo que le andaba en su alma de artista, en su mirada curiosa y afilada en mil batallas en busca del sentido de la imagen, ahora un hablar sin palabras.

Giordano Bruno decía que la fascinación obra en virtud de un espíritu luminoso y sutil, emitido un poco como una irradiación, por los ojos abiertos. Decía que en el esfuerzo que hacemos para fijar la imagen del otro al mirarlo, esos rayos van a herirlo, van a alcanzar su corazón, van a afectar su cuerpo y su espíritu, y a hacerle experimentar amor, odio, deseo, melancolía… De alguna manera, Luis me fascinaba. Creo que fascinaba un poquito a todo. En nuestro caso, no teníamos que hablar mucho para entendernos. Nos mirábamos cómplices. Desde que nos conocimos, supo ver y documentar en lo que yo hacía aquello que realmente importaba. No es extraño: ya lo he dicho, el tipo era bueno. Pero me decía que ya no quería estar en esas, que andaba en otras cosas... Esto sé que lo decía con la boca pequeña: iba a todas partes con su cámara, aprovechaba cualquier momento para destilar la cosa peculiar que cada instante posee. Invisible, caprichoso como un chaval, de intuición perfecta para encontrar el tono justo de la imagen. Siempre elegante y fino, Luis.

Y es que, como a buen artista, se le venían agotando las disciplinas entre las manos. Con todas sus horas de fotógrafo a la espalda, había decidido quitarse la mochila -que no la cámara- para andar ligero en otros territorios. Enredador y lúdico, un día te venía con unos dibus outsiders y marcianos. Animalejos Perplejos los llamaba. Criaturas con las que andará ahora jugando, que nunca le importó deshacerse de su prestigio. Hasta fue maestro de ceremonias y presentador de los Plastones, que no es que no tuviéramos prestigio, pero en fín, éramos lo que éramos…

El caso es que últimamente andaba buscando en el sonido, en el puro sonido experimental. Enamorado de la música -siempre me sorprendió lo mucho y bueno que sabía de ello- se había liado ahora entre sintetizadores y sonoridades extrañas. “Qué andas Luis? -Aquí, probando. Escucha esto a ver qué te parece”, me decía. Otra vez lo estoy escuchando, mientras escribo estas palabras. Son paisajes en blanco y negro; tremendos, grandes, oscuros; espacios para recorrer sin prisa, sin escala, sin miedo. Todavía sin pulir como a él le hubiera gustado. De cuando en cuando se oye un alguien pasar, en un armónico extraño; pero no se le ve, como fuera de cuadro en una foto. Tengo aquí también el universo visual con él que hubiéramos querido mezclar ese sonido, en tiempo real, a ver qué pasaba… Lo teníamos casi.

Luis se ha ido a investigar el tema. Seguro lo encuentra.