Pedro Sánchez se rinde. Dos semanas antes de ilustrar al mundo con el éxito de ventas asegurado de su Manual de Resistencia, el presidente de Gobierno dobla la rodilla. Su interminable cascada de improvisaciones para engatusar hasta la extenuación al soberanismo catalán se ha ido por el desagüe en apenas 48 horas. Eso sí, en contra de su obsesiva voluntad. Su quijotesca apuesta para luchar contra los molinos de vientos que se le van presentando a cada momento le ha devuelto a la cruda realidad de un entorno imposible. Ha preferido blandir la bandera blanca para no seguir desangrando sus intereses y las expectativas electorales de su partido en una pelea desigual ante una lenguaraz derecha unionista, un soberanismo catalán enardecido en medio de sus contradicciones y una oleada de felipismo integrista alentada bajo los focos de un entusiasta acompañamiento mediático.

Con su angustiosa retirada a última hora, entre otros muchos efectos colaterales Sánchez desnaturaliza un tanto la esencia de la españolista manifestación de mañana, en Madrid. No obstante, tampoco es descartable que Pablo Casado mire para otro lado y así mantenga intacto ese aterrador discurso que le permite decir sin ruborizarse que se está asistiendo con Catalunya a la misma agenda vivida con ETA. Llegados a este estado de exaltación patriótica, vale todo incluidas las equivocaciones intencionadas. Sería de agradecer que Javier Maroto desplegara su ascendencia para explicarle a su líder que Catalunya y los terroristas son dos realidades antagónicas. No interesa.

A cuatro días del examen en el Congreso de las dos enmiendas catalanas a la totalidad de los Presupuestos, y una vez rotas las incipientes amarras del diálogo imposible entre las dos orillas, nadie sabe qué puede pasar en esta España cada día más convulsa y tensionada. Solo el tribunal del procés lo tiene claro y consciente de que no le va a temblar el pulso por muchas algaradas que se sucedan a su alrededor. El juez Marchena hasta exhibe una templanza envidiable que le permitirá, incluso, acudir a recoger un premio la víspera del 12-F. Los diputados independentistas del PDeCAT y de ERC no pueden decir lo mismo, sumergidos en sus propias contradicciones internas. Han llevado hasta el límite insoportable el pulso presupuestario para acabar recogiendo simplemente la amenaza de unas elecciones generales y la llegada más que posible de la derecha intransigente al poder. Que se aten los machos. Un recorrido que solo ensancha sus propias dudas existenciales en una comunidad donde la convivencia social cada vez es más insostenible y que simplemente alienta la teoría de los intransigentes de cuanto peor, mejor.

Tampoco debería descartarse que Sánchez rentabilice su condición de mártir al minuto siguiente de esta derrota moral. A su voluntad del diálogo frente a la cerrazón obstinada se debe el incontrolado riesgo de admitir sin pensárselo dos veces la denostada figura de un relator. A su propósito ciego de seguir un día más en la Moncloa obedece su arrojo para negociar siempre con la otra parte, aunque sea imposible. A su fe ciega en la baraka que le ha venido acompañando al luchar contra los elementos se le atribuye que desoiga a cuantos le aconsejan prudencia ante el riesgo, firmeza frente a la cesión. Pero esta vez ha llegado demasiado lejos, abandonado a su suerte intrépida y sin otro respaldo que los atribulados consejos de Iván Redondo -no se juega nada en la suerte final de sus recomendaciones- y del verbo atropellado de la vicepresidenta Calvo.

Sin relator y roto el cordón umbilical de las negociaciones entre Madrid y la Generalitat, en vísperas de un juicio que presume una sentencia demoledora, la derecha se ufana en la conquista del espacio político, que ve cada vez más cerca. Los soberanistas han llevado tan lejos sus reivindicaciones -¿qué tienen en común los Presupuestos de sanidad, educación y carreteras con la libertad condicional y la pena de unos procesados?- que se ha acabado por romper la urna de cristal, y posiblemente para mucho tiempo. Y la izquierda rumia su desesperanza. El PSOE se ha vuelto a desangrar, evidenciando que sigue sin aprobar su asignatura pendiente de la territorialidad. Unidos Podemos trata de evitar el abismo en medio de sus luchas intestinas, tan propias del origen de sus líderes y militantes. Aquella ilusión de una nueva mayoría en las elecciones de mayo, consecuencia directa de la derrota infringida en la despedida a Rajoy, va camino de transformarse en una aterradora victoria de un tricornio derechista sin otro fundamento político que la revancha ideológica. Escalofríos.