pamplona - Si hay una palabra que defina el primer mitin de precampaña en Navarra que ayer celebró Pedro Sánchez, presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, es frío. Frío físico, el de un pabellón Navarra Arena cortado por la mitad, forrado con lonas negras y con sólo parte de una grada baja habilitada, que fue un auténtico pasillo de aire para las aproximadamente mil personas -media de edad alta, los que siguen desde González; y mucho cargo público- que acudieron a las siete de la tarde de un viernes para ver a su líder. Pero frío, sobre todo, metafórico. El de un mitin enlatado, de franquicia, que lo mismo vale para Soria que para Málaga o Pamplona, que sólo se centró en hablar de las cosas de Madrid (de Rivera, de Casado, de un Colón que queda lejísimos) y que obvió que el PSN tiene una crisis de conexión con el electorado navarro.

Resultó tan exagerado que Sánchez no hablase absolutamente nada de Navarra -sólo al final, ya con los compases del himno del PSOE entrando, fue cuando Sánchez dijo que el PSN es “el único partido que defiende la foralidad”- que cabe pensar que se trataba de algo planificado. Es decir, que el aparato socialista decidiese que con que Maite Esporrín, Toni Magdaleno, Santos Cerdán o María Chivite abordasen los temas del votante navarro era suficiente, y que Sánchez tenía que centrarse en el debate estatal.

una derecha de tres siglas Pero ni aun así se entiende que Sánchez no tuviese un guiño, una serie de consideraciones sobre lo que pasa aquí -con la unión de las derechas recentísima, por ejemplo-, cuando el PSOE aspira a que la brecha política en el Estado le dé para sacar dos escaños por Navarra el próximo 28 de abril. Sánchez volvió una y mil veces a los logros de su gobierno durante estos diez meses. Fue el hilo conductor. Habló de la subida del salario mínimo, de la ampliación de los permisos de paternidad, de la exhumación de Franco -prevista para el 10 de junio- y de todas las cosas que se han quedado sin hacer por falta de tiempo y que acometerá cuando tenga más escaños, como poner en marcha un plan de vivienda -“que los españoles no se independicen a los 30, sino a los 20 como en Alemania o Dinamarca”-, la eutanasia o reeditar los Presupuestos que le tumbó el Congreso.

Pero por debajo subyacen dos mensajes políticos: que hay que movilizarse porque la derecha juega a la abstención (puso el ejemplo de Andalucía), a que el votante socialista, desanimado, se quede en casa. Y que para ganar el mensaje socialista tiene que llegar a esos votantes centristas que nunca han sido entusiastas del PSOE, pero que se ven muy lejos del bloque de derechas. Eso explica algunos guiños a la transversalidad -apelaciones a la esencia europea del partido, al “ecologismo” con ese membrete del 15-M-, e incluso alguno que sonó raro: “Cuando el 8-M vi las movilizaciones de muchas mujeres, y también de muchos hombres que estaban acompañando, me vienen dos palabras a la cabeza: ¡viva España!”.

En cualquier caso, recursos para coger de aquí y de allá ante un bloque de derechas que, matizó, no es sino “una derecha con tres siglas, porque comparten el mismo proyecto: la involución”; que sólo tiene en su programa ir contra el PSOE; y al que le recordó que gobernará “hasta el último minuto” a base de reales decretos leyes. La alternativa que, dijo, ha encontrado ante los vetos de la Mesa del Congreso a las propuestas del grupo popular socialista. “Porque lo importante es decirles: usaréis las instituciones para bloquear medidas como sacar de la pobreza infantil a 84.000 niños y niñas”, resumió.

Sólo al final, tras una última llamada a la movilización, dijo eso de que el PSN es “la única opción que defiende la foralidad”. Pero para entonces quizá ya era tarde y alguno se había ido a entrar en calor.