No es posible que un partido, más bien una secta o una camarilla, que hasta hace meses era marginal haya cobrado de repente tal protagonismo que se le sitúe en el centro de la contienda política. Lo de Vox, no nos engañemos, es algo más que una excrecencia nostálgica de franquistas y matasietes. El partido de Abascal viene a ser la punta de lanza en el Estado español de una ofensiva mundial de las posiciones más ultramontanas, algunas incluso con mando en plaza. La extrema derecha ha decidido tomar por asalto el poder internacional, echando mano para ello de los estímulos más diversos adecuados a cada situación geoestratégica.

Para constatar esta acometida global de la extrema derecha no hay más que ir tomando nota de la victoria de Trump en EEUU en 2016, el éxito del brasileño Bolsonaro en 2018, el poderío del ministro italiano Salvini, reforzando todos ellos las políticas cavernícolas ya ejercientes en Europa del húngaro Orban, el polaco Morawieckai, el austríaco Kurz o la eterna promesa inquietante de Marie Le Pen. Estas tomas de poder no son hechos aislados, sino consecuencia de una nueva concepción de la política basada en la emotividad amasada en torno a los símbolos y a los supuestos valores eternos, un discurso común que moviliza a la gente porque llega a sus emociones más viscerales. Eso es Vox, un reclamo más dentro de un movimiento internacional que no necesita recurrir a la razón, porque si empezase a argumentar perdería fuerza.

Son múltiples las razones para que millones de ciudadanos occidentales hayan dado su voto a esa clase de partidos y de personajes, aunque como prioridad discursiva suelen echar mano de lo más fácil, de lo más visible, como el rechazo al diferente, fundamentalmente al inmigrante. Desconozco si a estas alturas existe la Internacional Fascista, pero de lo que no cabe duda es que Vox formaría parte de ella. De acuerdo a la actual usanza de la política de símbolos y emociones, Abascal y su partido han irrumpido aprovechando el flanco abierto por el independentismo catalán, lo de que España no se rompe y el mar de rojigualdas. Pero, no nos engañemos, Vox es parte de un plan de la extrema derecha internacional para arrastrar a la derecha que venía denominándose moderada y al centro autobautizado liberal. Y su victoria, la victoria de Vox, es que el Partido Popular y Ciudadanos ya hablan como ellos. En la escena política española ya no se desencadena un terremoto social cuando diputados andaluces de Vox llaman al barco de Salvamento Marítimo “el bus para traficar con personas” o “buscadores de huesos” a las familias de víctimas del franquismo. A estas alturas, semejantes disparates no chirrían en los oídos de Pablo Casado ni de Albert Rivera. Quizá hasta lamentan que se les hayan adelantado los voceros de Abascal.

Insisto, no puedo asegurar que exista como tal la Internacional Fascista, pero parece claro que la extrema derecha va a por todas. Tan claro como que Vox es la punta de lanza para incluir al Estado español en el terreno conquistado en los cinco continentes. Santiago Abascal tiene la misión de tirar del PP y de Ciudadanos (súmese a UPN) para que se dejen de zarandajas y se ajusten al credo de la ultraderecha que viene arrollando por los cinco continentes.

Repasando los fundamentos doctrinales de Vox, puede comprobarse que son coincidentes con los que pretenden implantar los movimientos de extrema derecha allá donde logran hacerse oír. Les caracteriza la nostalgia de las dictaduras, el ultra nacionalismo, la exaltación religiosa y la belicosidad. No dudan en azuzar el miedo a un “enemigo” artificialmente creado para lograr votos. Menosprecian al feminismo, criminalizan a los migrantes, tachan de patológico al colectivo LGTBI, demonizan a los adversarios políticos, anatematizan a nacionalistas e izquierdistas y no dudan en echar mano de la mentira para lograr su propósito.

Vox, por tanto, no es un fenómeno episódico acaudillado por un demente. Vox es el caballo de Troya por el que pretende implantarse la derecha internacional más ultramontana, llevándose por delante para ello a sucedáneos sin arrestos que se dicen de derechas pero que no han pasado de lacayos del poder, del poder de verdad.