El 6 de abril de 1914 bajo la presidencia de Enric Prat de la Riba, se constituía la Mancomunidad Catalana, el antecedente y más firme intento institucional para la construcción nacional y la reivindicación del autogobierno y la soberanía de Catalunya. Sus indiscutibles logros en el progreso social y cultural no durarían mucho: en 1925, Miguel Primo de Rivera instaura la dictadura militar, liquida las diputaciones y en la práctica acaba con el organismo por su “nacionalismo que cada día amenazaba más las raíces y los fundamentos de la verdadera nacionalidad española”.

El paralelismo de la historia y los objetivos de aquella institución y lo que, un siglo después, ha venido ocurriendo, sobre todo a raíz del descerebrado recurso del Partido Popular y la sentencia negativa de 2010 (cuatro años después) del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña de refrendado por los catalanes en referendum en 2006, es revelador. Aquel rechazo de una judicatura cuya independencia es más que dudosa, hasta de artículos que por el contrario se admitieron en el Estatuto de Andalucía, ha culminado como entonces en los sucesos conocidos y en el Procéss, ha cerrado una solución negociada y con bastante seguridad marcado un camino sin retorno.

UNIDAD CATALANA Las cuatro diputaciones catalanas habían cedido sus competencias a la Mancomunidad pero, en contra de lo que esperaba la Lliga Regionalista y habían prometido Eduardo Dato (gallego, como Mariano Rajoy) y el rey Alfonso XIII al firmar el Decreto de Mancomunidades Provinciales en 1913, el Estado no cedió ninguna. Con todo, la Mancomunidad Catalana demostró cómo “una gestión honesta y atenta a las necesidades (...) podía ser eficaz pese a disponer de escasos recursos”.

El presidente indiscutible de la Mancomunitat de Catalunya desde 1914 hasta su muerte fue Enric Prat de la Riba (Castellterçol, 1870 - 1917), antes presidente de la Diputación de Barcelona (1907-1914) y creador en 1901 de la Lliga Regionalista de Catalunya que también presidió. Su ideario, plenamente nacional, le lleva a fundar el Instituto de Estudios Catalanes, la Universidad Industrial, la Biblioteca de Cataluña y el Consejo de Pedagogía. Durante su mandato, mejora las infraestructuras y trabaja por una modernización económica y mayor autonomía. Participa en la redacción y la aprobación de las Bases de Manresa (el “acta de nacimiento del catalanismo político”, 1892) y es autor de La nacionalitat catalana (1906), considerada hasta hoy una obra capital del sentimiento nacionalista catalán.

En su breve existencia, el ansiado organismo moderniza la vida social de Catalunya en una ejemplar labor educativa y cultural, funda escuelas técnicas (agricultura, industrial, laboral, bibliotecaria, administrativa) y crea instituciones de alta cultura que dejarían huella (el Institut d’Estudis Catalans, la Biblioteca de Catalunya) además de fomentar las infraestructuras viarias y las redes de carreteras, teléfonos y servicios de asistencia social. Particularmente relevante y en contra de una de las grandes deficiencias del Estado, la Mancomunitat de Catalunya se aplicó a una gran labor de política social frente a la nula acción ejecutada que, a pesar de no haber participado en la I Guerra Mundial, había dejado atrás a España en comparación con otros países.

brevedad En su corta existencia, igual que se ha demostrado con la descentralización en algunas autonomías, la obra impulsada por la Mancomunidad propició un progreso desconocido hasta entonces. Como soñaba Prat de la Riba, el objetivo prioritario era dotar a todos los municipios de su “escuela, su biblioteca, su teléfono y su carretera” y en 1914 muchos pueblos de Cataluña carecían de todo ello e incluso de suministro de agua potable.

La concesión de pensiones, seguros infantiles, mutualidades y políticas de inserción laboral y social fueron los ejes principales de una labor ejemplar. De tal forma “se incrementó el sentimiento autonomista en amplias capas de la sociedad”, lo que, para el nacionalismo español y para el dictador Primo de Rivera era “peligroso e inaceptable” por el problema de su comparación con una España miserable y hambrienta en la que primaba el caciquismo más atroz.

y final ”El problema catalán no se puede resolver, sólo se puede conllevar; es (...) perpetuo y lo seguirá siendo mientras España subsista”, dijo Ortega y Gasset en 1932. Quizás debería haber dicho “se empecine”, porque la realidad es tozuda. Lo fue entre 1640-1652 (Guerra del Segadors), en 1714 cuando Barcelona cayó ante las tropas borbónicas de Felipe V tras un año y dos meses de asedio (25.000 catalanes exiliados, supresión de las instituciones catalanas, eliminación del catalán e imposición del castellano), en 1873 cuando se proclamó el Estado catalán que duró dos días y se aplastó por la fuerza.

La liquidación de la Mancomunidad de Catalunya después de la instauración de la dictadura militar de Primo de Rivera, que fue, con el Estatut de 1931 y con la actual situación, un hito histórico a recordar. Prevalecieron, como ahora, “los fundamentos de un nuevo e inflexible Estado unitario”, y es curioso constatar que algunas mentalidades no cambian y la historia se repite.