Hay quien escribió que la acción política actual se podía representar en la figura de la diosa hindú Vishnu, que la iconografía muestra como un ser con cuatro brazos. A través de ellos el que manda hace varias cosas, y no siempre coherentes. Con uno, coactivamente extrae los impuestos a los contribuyentes. Con otro, desperdiga dádivas, lanza peladillas para producir satisfacciones fugaces. El tercero le sirve para pintar futuros o enfatizar mensajes. Un cuarto, eventualmente, es el que distrae el dinero público hacia el bolsillo, la corrupción. Sean esas cuatro las funciones habituales, o sea alguna más, cierto parece que la labor del representante público tantas veces incurre en el arquetipo. Lo vemos estos días en la campaña electoral, segunda del trimestre, en la que se aprecia que el brazo que más trabaja es el de las componendas, el encargado de lanzar a la gente las chucherías que actuarán a modo de señuelo para captar su voto, algo muy habitual en el mensaje de unas elecciones locales. Porque lo que también caracteriza este momento es que aborrezca la sensatez y el equilibrio en las propuestas. Vengo diciendo que hay que desconfiar muy especialmente del que más prometa, porque muy probablemente sea incapaz de ponderar el equilibrio entre los costes y los beneficios de sus ideas, pero además trata al elector como un ser primario, dispuesto a entregar su voto a cambio de un supuesto beneficio directo, como si la misma democracia tuviera una base corruptoide. Frente a esa práctica tan común, nadie se arriesga a utilizar la campaña para recapitular sensatamente, mirar balances y proponer los retos que realmente merecen la pena, que siempre son los basados en el esfuerzo. Al contrario, todos asumen la gran falacia de que si no se hacen más cosas -es decir, si no se gasta más dinero- es porque no se quiere, por mera racanería de quienes ejercen gobierno. Justo ahora, cuando más oportunidades tiene la sociedad de conocer el detalle de la acción de los gobiernos, al céntimo, mayor carencia de compromiso con la realidad se aprecia. Prometer hasta meter.

No creo que haya nadie que estos días se dedique a explicar a los navarros qué panorama nos espera en relación con lo que hará ese brazo de Vishnu encargado de tomar de los contribuyentes el dinero que pasa a ser administrado por la deidad. El panorama que se va a instaurar en España ya se empieza a conocer en detalle, cuando esta semana el Gobierno de Sánchez ha mandado a Bruselas las cifras que quiere aplicar a la consolidación fiscal. En los próximos tres años el sector público se apropiará de casi 3 puntos adicionales de PIB proveniente de la economía de las empresas y las familias para seguir sufragando su gasto inercial. Navarra termina una legislatura en la que han subido los impuestos, pero en la que al menos se ha ajustado la deriva incontrolada que llevaba el presupuesto como consecuencia de la ineptitud y falta de valentía política de los anteriores. Recuérdese, como mero ejemplo, que en el año 2010 más de un 11% del presupuesto ordinario de Navarra se tenía que pedir prestado a los bancos. El problema no era sólo la descomunal aberración de vivir del crédito, y a esos niveles, sino cómo nos contaban la historia. Legado que hay que recordar de aquel incompetente, Miranda, que encima se ponía estupendo cuando se le afeaba el engaño. Y legado también de aquellos sus palanganeros, en la economía apesebrada y en algún medio de comunicación, siempre dispuestos a contribuir al ocultamiento y el embuste. El resultante es el que ya conocemos. Comparando ambas épocas, al menos ahora no se miente como antes se mintió, y aunque siga siendo pernicioso subir los impuestos como fórmula para restituir el equilibrio, al menos ahora las cuentas se ponen sobre la mesa y no se endosa a los que hayan de venir los gastos corrientes, ni se pagan tantos intereses a los bancos, ni se toma tanto el pelo a tantos.

Aunque nadie parece dispuesto a hacerlo, sería deseable que se nos hablara al menos un poco de cómo se pretende situar a Navarra en un panorama venidero que no va a ser bueno. Si la reacción ante la desaceleración que ya llega va a ser defensiva -tirar de impuestos mientras sea posible- o proactiva -haciendo lo necesario para facilitar el fortalecimiento de la economía real-. Probablemente nadie hablará de esto, porque nadie querrá aparecer como el antipático del grupo. La realidad es tozuda, la campaña va por otro lado.