a María Chivite le ha cambiado la vida. Nunca hasta ahora había estado tan presente en los medios y en las mentes. Desde que fue ascendida a la Secretaría General de los socialistas navarros para suceder a un Roberto Jiménez caído con toda razón en desgracia, jamás había experimentado una responsabilidad política de la envergadura que le ha deparado la actual encrucijada. Aupada al cargo por el entonces secretario de Organización Santos Cerdán, hoy secretario ejecutivo de Coordinación Territorial en la Ejecutiva Federal y hombre muy próximo a Pedro Sánchez, su función se había limitado a recomponer los jirones de un partido que sus próximos antecesores habían dejado en caída libre hasta el punto que tras los resultados electorales de 2015 había quedado reducido a la condición de casi irrelevancia y prescindible para una alternativa a la eterna derecha de UPN-PP.

El PSN había recorrido una tortuosa trayectoria desde el escandaloso latrocinio de los tiempos de Urralburu y Roldán con sus derivadas, mantenidas en el tiempo. A pesar de la implantación que el partido tuvo en amplias zonas de Nafarroa, de su épico pasado y de la admirable fidelidad de sus veteranos militantes, María Chivite recibió el legado envenenado de un PSN convertido para sobrevivir en muleta de la derecha, un partido diezmado en votos, más de un cuadro aún bajo sospecha y nuevos competidores para compartir el espacio de la izquierda navarra.

Pero no solo la pesadilla de los Urralburus había castigado duramente al PSN y alejado a muchos de sus votantes habituales. Tan severo perjuicio le sobrevino por haber dilapidado buena parte de su capital político sirviendo de soporte a los sucesivos gobiernos de la derecha extrema, opción que las nuevas generaciones de navarras y navarros progresistas censuraron negando su apoyo a un partido que consideraban mamporrero de UPN-PP. Pero lo que ha ido soliviantando los ánimos de quienes por ideología, por tradición o por memoria habían confiado en el PSN fue comprobar que las decisiones políticas trascendentales no se tomaban en la sede del paseo de Sarasate sino en la de Ferraz, en Madrid. El carácter navarro no acepta dócil la subordinación, ni se resigna a que se le imponga el ordeno y mando. Por ello, y a pesar de la travesía del desierto a la que le condenaron las tropelías de los dirigentes corruptos durante largo tiempo, el PSN, segunda fuerza en la Comunidad Foral, en ocasiones ha intentado ejercer de alternativa a UPN y arrebatarle la mayoría para liderar un cambio progresista. Pero en Ferraz no se lo permitieron.

Fue en 2007 cuando el entonces secretario general Carlos Chivite intentó un acuerdo con Nafarroa Bai e Izquierda Unida para la formación de un Gobierno presidido por el socialista Fernando Puras. Estaban por entonces ilegalizadas las diversas formaciones de la izquierda abertzale. Todo parecía posible, hasta que desde Ferraz Pepiño Blanco mandó parar y se regalaron los votos a UPN con el pretexto de no pactar con los nacionalistas. Atendió así Blanco a los ilustres emisarios enviados a Madrid por UPN y por los poderes fácticos para impedir que Nafarroa quedase contaminada por el nacionalismo vasco. Navarra, cuestión de Estado, ficción para el perpetuo dominio de la derecha foral y española y tacticismo electoral del PSOE por si ese pacto le perjudicase electoralmente en España. Aquella frustración fue el agostazo, que provocó la indignación y casi la insurrección de buena parte de las bases del PSN. El mismo Pepe Blanco, vicesecretario general del PSOE, vetó en 2014 la moción de censura que el PSN pretendía liderar contra la presidenta Yolanda Barcina con todos los partidos de la oposición, incluida Batasuna. De nuevo la frustración, el desencanto y el alejamiento del aprecio popular hacia un partido sin autonomía real.

En esta pendiente abajo tomó las riendas del PSN María Chivite y tras recibir el fuerte castigo de fuga de votos hacia Podemos, se autoexcluyó de los acuerdos que llevaron a Geroa Bai, Bildu, Podemos e Izquierda-Ezkerra a constituir el Gobierno del cambio y languideció durante la legislatura casi en la marginalidad, sumando su ya escasa voz a los apocalípticos augurios de UPN-PP y coincidiendo en con ellos en votos demasiadas ocasiones aunque en otras coincidiera con la pérfida Bildu sin que nadie en Ferraz le pidiera cuentas.

El desastre interno de Podemos y el impulso de la victoria de Pedro Sánchez han propiciado a María Chivite una excepcional recuperación del voto y la oportunidad de liderar un Gobierno progresista. Por fin. El histórico y baqueteado socialismo navarro se merece la oportunidad, y a María Chivite le corresponde el honor de liderarla. Y ello a pesar de esa sobredimensionada contaminación de EH Bildu, sobredimensionada interesadamente por los adversarios políticos y la mayoría mediática. Por el momento, Ferraz deja hacer a Chivite quizá hasta comprobar en qué quedan todas las alianzas posibles en España. Un nuevo agostazo no solamente sería insoportablemente frustrante para sus militantes, sino que supondría el suicidio del PSN.