lo primero y principal: a la derecha no le corresponde el poder por derecho divino, pese al sentido patrimonial de las instituciones tan típicamente conservador, y todos los partidos con representación parlamentaria a la izquierda de Navarra Suma perjuraron en campaña no facilitar la investidura de esa plataforma. Así que no cabe traición por cumplir aquel compromiso desde la evidencia aritmética de que la tríada a la diestra concitó menos votos que el difunto cuatripartito, menos que la adición de PSN más Geroa Bai, y naturalmente menos aún que agregando a esta última ecuación a Podemos e I-E.

Aclarada la infundada controversia sobre la legitimación de unos y otros, la votación de ayer en el Legislativo foral permite la continuidad de las conversaciones para articular una gobernanza social y pluralista en torno a la socialista Chivite. Sin la presidencia parlamentaria del jeltzale Hualde, así como sin la inclusión de EH Bildu en el órgano rector de la Cámara, hoy Esparza ya paladearía el retorno de UPN a la Diputación, pues la confianza mínima entre las fuerzas interpeladas por Chivite hubiera quebrado completamente tras la entrega por omisión del PSN a la derecha de alcaldías referenciales, incluida la de Pamplona.

Restaurada la química imprescindible entre los interlocutores, la gobernabilidad de Navarra se convierte ahora en una cuestión de física, porque hay que pasar de la empatía a los hechos materiales. La primera práctica consiste en la elaboración de un acuerdo programático asumible por todas las partes, es decir, que satisfaga las expectativas tanto de los socios del cuatripartito de Barkos como de este PSN alineado de forma recurrente con UPN durante toda la pasada legislatura.

En buena lógica, el cronograma gubernamental debe consagrarse antes que nada a consolidar y amejorar los avances sociales conseguidos desde 2015, preservando los ingresos fiscales y manteniendo la ortodoxia financiera que UPN malbarató. Como corresponde un Gobierno multipartito, y más a la vista de la experiencia precedente, los desacuerdos también debieran ser objeto de consenso si no resulta posible hallar mínimos comunes denominadores. Por ejemplo en materia de euskera habida cuenta de las diferencias entre el PSN y Geroa Bai.

El sentido común, revestido de generosidad en pro de la estabilidad del Ejecutivo, tendría que regir asimismo a la hora de conformar el Gabinete, mejor cuanto más integrador. A partir de ahí, y ante las dificultades inherentes a un Gobierno compartido y azuzado desde el exterior, se requieren unos cargos públicos cuajados a los que adornen el mérito y la capacidad para el desempeño concreto. En la línea de los consejeros Domínguez, Laparra o Aranburu.

Si media consenso en el programa y en la estructura gubernamental, llegará la hora de la verdad para Sánchez, la prueba del algodón. De una parte, por la presión endógena en el propio PSOE derivada de las urgencias para la investidura monclovita, pero fundamentalmente exógena, mirando a Ferraz todos los cañones de la derecha política, mediática y en buena medida también económica.

Sólo entonces la pelota quedará situada en el tejado de EH Bildu, al que le asiste todo el derecho a negarse a culminar la operación de Chivite, ya que por qué beneficiar al que te pone un cordón profiláctico con tus votos pestilentes. Pero, como sugirió Otegi en su día, no existe mayor incongruencia que entregar el poder al máximo antagonista político. Más en el caso de una Navarra Suma que integra a enemigos confesos del autogobierno y, cuando con la abstención al Gabinete de Chivite, EH Bildu puede condicionar su ejecutoria y determinar sus Presupuestos.